Capítulo 11

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No se despegaron en todo el día. La pareja se encerró en su mundo, en la complicidad de caricias y susurros que inevitablemente los arrastró hasta la cama. Compartieron un paseo por Central Park, un helado y una película. En la noche, se concentraron en la cena.

― Así que no eres amante de lo picante —Damian incrustó el tenedor en otro trozo de carne a la parrilla y lo giró en una pequeña montaña de salsa de manzana.

― No, como mi mamá —le recibió el bocado—. Pero a ti te encanta, ¿cierto? —recostó su cabeza en el hombro masculino. Ambos estaban abrigados ante los insistentes vientos newyorkinos. Una cena en la salita del balcón fue lo que ella quiso, y sin más, él no puso peros.

― Así es.

― ¿Sabes? A veces me recuerdas a mi papá. Ambos son muy metódicos en la cocina, les brilla los ojos cada vez que dan a probar el primer bocado de algo que preparan, son arriesgados en platillos nuevos, y sobre todo, les encanta impresionar a chicas con postres.

― ¿En serio?

― De hecho, solía cocinar para la familia de mamá para ganar su confianza. Mamá era bastante tímida, así que según papá, fue más fácil conquistar a la familia que a ella. Luego, cuando nacimos Susan y yo, creó un postre... —suspiró— Oh, el famoso «Dulce cielo». Según papá, cuando probamos... —se detuvo, como percatándose de que casi comete un error— el ingrediente principal, sonreímos por primera vez. Mi papá es un sentimental cuando se trata de la cocina. Solo hay que verlo cada vez que prepara ese postre en nuestro cumpleaños.

― Vaya, así que esa es la historia. Ahora estoy oficialmente celoso. ¿Cómo podré superar ese regalo de cumpleaños? —ella lo besó—. Desearía poder prepararlo para ti.

― Sabes de aquel concurso, ¿cierto?

― Tony lo mencionó alguna vez. Pero entiende, Jacquie, que para nosotros es mucho más que dinero, nuestro orgullo y prestigio están en juego. Es increíble que en más de veinte años nadie lo haya preparado como se debe. ¿Qué lo hace tan especial? Ese es un verdadero concurso.

Jacquie lo miró fijamente, irguió el cuerpo y habló:

― Me encantaría ayudarte, Damian, pero no puedo traicionar a papá.

― Tranquila, tampoco te lo pediría. Entiendo tu posición.

― Pero... no sé, tal vez pueda darte pistas —el hombre frunció el ceño—. ¡Ya sé! Cada vez que vea un ingrediente en algún episodio del reality, te diré, solo que no te daré el nombre exacto.

― Jacquie, eso ya es mucho, no tienes que hacerlo.

― Simplemente es algo que quiero hacer por ti.

― ¿Estás segura?

― Completamente.

Y eso hizo. Con dos episodios semanales, y transcurrido un mes, Damian supo por fuente segura y directa tres ingredientes que iban en «Dulce cielo».

― Quince veces, Tony, y no me hagas repetirlo porque ya es bastante que te lo diga —terminó de servirse una copa de vino blanco en medio de la vacía cocina. El reloj marcaba casi la una de la mañana luego de otra larga jornada en Tony's Home.

― Necesito la prenda —sonrió con malicia el dueño.

― Tendrá que bastarte mi palabra.

― ¡Oh vamos, Damian!

― ¿Tú me mostrarías la ropa interior de Sophie?

― Es diferente, tú aceptaste la apuesta.

― ¿No tienes algo de pudor acaso? Es tu amiga y mi novia de la que hablamos —enfatizó. Tony no paraba de reír y es que al fin solo lo hacía para fastidiarlo.

― Ya, ya. Bien —buscó su celular y empezó a deslizar sus dedos por la pantalla táctil—, te creo, amigo. Aunque honestamente no pensé que usarías a Jacquie para esto.

― No la usé.

― Técnicamente sí.

Damian suspiró y prefirió hace caso omiso al comentario. Se sentía bastante seguro de sus sentimientos hacia la joven y con que ella lo supiera le bastaba.

Segundos después su celular sonó.

― Te envié la famosa receta con sus ingredientes. Haz justicia por todos los chefs que han fracasado en el intento de preparar «Dulce cielo».

― ¿Sabes? A veces pienso que hay mucho más de lo que se ve a simple vista en esta receta.

― Ya sabes... —Tony alzó los hombros—. Creamos platos con el corazón, no con las manos. La cuestión aquí es que no conocemos tanto a Richard West.

― ¿Qué hay de sus hijas?, ¿no se te ocurrió tal vez?

― Ellas no lo dirían.

― No, no, me refiero... al corazón de ellas.

― Jamás: Jacquie resultaba ser la mejor amiga de Sophie, y Susan, la hermana de la mejor amiga. No tenía oportunidad de salir vivo si lo hubiera intentado. Espero que tengas buena suerte. Ahora vámonos, gracias por ayudarme esta noche.

― Cuando quieras.

Damian se fue pensativo. Él tenía una oportunidad entera en sus manos: Jacqueline, y la aprovechó desde un principio, solo que apenas se daba cuenta de que podría sacar más ventaja de su relación sentimental.

Entonces tomó un cuaderno a cuadros, pequeño, y con bolígrafo en mano empezó su camino hacia la gran revelación.

«Jacqueline West, una hermosa rubia que cuando trabaja usa lentes y recoge su cabello sin el mayor cuidado. Independiente, amante de la comida rápida. Hija de Richard y Laura West, hermana gemela de Susan West. Los tres, chefs profesionales.

23 años, Ingeniera en sistemas, y dueña de mi corazón.

No sé si es su inocente juventud o mi creciente madurez, pero me resulta irresistible a cada instante, como un pollo marinado recién salido del horno, un hermoso cheesecake o un coctel de menta. Hasta parece una frambuesa, cuando se sonroja. Es dulce, su presencia me basta y sobra, como cuando al comer esa frambuesa el sabor queda en toda la boca por largo rato. Eso tal vez explica las dos frambuesas que quedan encima del redondo postre como toque final. Claro: Jacqueline y Susan.

En estos días han salido, que al centro comercial, que al cine, que aquí y allá. No me molesta, es más, da gusto verlas cuando están juntas. Según Jacquie: «nos ponemos al día, hace mucho que no nos vemos y ese reality la ha tenido muy ocupada». Son encantadoras, como la esencia de canela, uno la distingue de lejos porque el olor invade toda la cocina. Jacquie y Susan invaden los lugares a donde van, acaparan la atención con risas y cariño.

Es fácil encariñarse con ellas, pero me resulta difícil amar a las dos. Aún no puedo creer que Jacquie haya pensado que tenía algo con su hermana. Tan pronto la traté me di cuenta de algunas diferencias: Susan es más osada, como quien se atreve a triturar galleta para dar consistencia a una mezcla y echar algo de ron, cuando se pensaría que no resultaría. Jacqueline es más metódica, casi tradicional, como la base de aquella mezcla: crema de leche batida, claras de huevo a punto de nieve, azúcar, vainilla, lo necesario y conocido para lograr un mousse. Y yo soy algo tradicional, si es que me dan a escoger, probablemente por eso me atrajo enseguida.

Hasta ahí, no va ni la mitad de la receta, pero quizá «Dulce cielo» es eso: Jacqueline y Susan en su traducción culinaria».

Damian supo enseguida que podría descifrar la receta y terminar de descubrir los ingredientes que faltaban. Siguió escribiendo por las noches y empezó a poner más atención a las hermanas West.

Entre tanto, las semanas transcurrieron y los chefsiban despidiéndose del sueño de ganar. Al final quedaron tres y el jovenasiático había descubierto la receta entera.

Dulce cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora