Capítulo 1

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El sol se estaba colocando en su punto soberbio del día cuando cada paso sobre tacones resonaba en la vereda en la transitada avenida, Jacqueline y Sophie iban enganchadas de brazos, dejando que el viento alborotara sus sueltos cabellos entre risas y prisas, su camino estaba marcado hasta una tienda de ropa y accesorios muy reconocida.

― Debe ser un bolso realmente encantador —la joven castaña espetó.

― Oh amiga, «encantador» no le hace justicia. Se trata de amor a primera vista y eso que solo lo vi por internet. Ya verás, Jacquie, sé que te enamorarás igual.

― Cuidado, te lo puedo quitar —afiló una mirada burlona.

― No me hagas arrepentirme por traerte, eh —carcajearon.

Pero no fue solo un bolso, fueron tres y luego vino el almuerzo junto con suspiros desolados de Jacqueline.

― Soy un imán de feos y un repelente de guapos. Ya estoy harta, Sophie —y exhaló de nuevo tan pronto abrió la carta del menú.

― No te deprimas, amiga, él se lo pierde. Además, ¿cómo íbamos a saber que sus pestañas se agitaban hacia ti porque deseaba tu ayuda para saber el número de un calzado?

― Ajá, un calzado para su novia. Ahora resulta que soy modelo para no fallar en futuros regalos.

― Olvídalo, ¿sí? Algún día tendrás un hombre preocupado por tu número de calzado en una tienda, que tendrá que pedirle ayuda a una extraña para no fallar en ese regalo para ti.

― Sí, bueno, no creo que ese «algún día» llegue.

― Jacquie, ¿cuándo se irá tu pesimismo por las flechas de Cupido?

― Eros —regañó—. Y tal vez cuando se jubile.

― Tu problema es que buscas al amor.

― ¿Y no es eso lo que todo el mundo hace?

― No, tienes que dejar que te encuentre.

― Da lo mismo. Para ti es fácil, ya tienes novio —y agregó entre dientes—: y has tenido un montón.

― No se trata de números, Jacquie, creo que lo sabes.

― Quizá sea una de esas personas destinadas a morir sin conocer al famoso sentimiento.

― No hables así. Ya verás que ese «algún día» va a llegar muy pronto —suspiró. Cerró la cartilla y apoyó los codos sobre la mesa—. Seguramente llegará un hombre... —Jacquie afiló la mirada y ladeó la cabeza, y es que cuando Sophie ponía ojos soñadores, mientras su voz se modulaba como narradora de novelas, sabía que había perdido a su amiga en el país literario— un hombre capaz de revolucionar tus sentidos, de quitarte el sueño por las noches, de adueñarse enteramente de tu pulso cardíaco, de ser el guardián de tus labios, todo un Príncipe del Amor..., que además sea un león en la cama.

Jacqueline bufó y Sophie soltó una carcajada.

― Ibas bien.

― Lo que quiero decir, mi querida Jacqueline, es que tú también te mereces un hombre con corazón de caballero. Quizá no llegue en un caballo blanco, pero sí en un Ferrari —guiñó un ojo.

― ¿Te das cuenta que la descripción de ese hombre ideal solo existe en tus libros?

― Mentira, tengo a Tony.

― Ese es la excepción.

― A eso quiero llegar, Jacquie: siempre hay una excepción.

― Sophie...

― Nada de Sophie. No te desesperes ni te desanimes, verás que en el momento menos pensado vas a quedar presa por el amor.

― Por ahora solo quiero quedar presa por un plato de costillas de cordero.

Y es que si bien el par de veinteañeras no se especializaban en el amor, trataban de hacerlo a su manera y en base a la experiencia.

Pasaron cuarenta minutos antes de que emprendieran de nuevo su marcha, en especial Sophie, que estaba decidida a arrastrar a su excompañera de universidad a una tarde llena de compras hasta que el sol decidiera ocultarse para ir a despertar a la otra mitad del mundo.

― Bueno, ha sido un día entretenido, debemos repetirlo.

― Siempre vamos de compras, Sophie.

― Pero no siempre pasan cosas interesantes, es decir, ver a esa abuelita en bicicleta no tuvo precio —sonrieron ante el recuerdo, mientras Jacquie estacionaba su auto en el espacio que le esperaba libre cada día en el parqueadero del edificio—. ¿Vemos una película esta noche?

― Pensé que saldrías con Tony.

― No tengo que estar con él todo el tiempo.

Jacqueline le entrecerró los ojos, y tras asegurar el auto y tomar las compras se dirigieron al interior del complejo departamental.

― Okay, okay, lo admito, tiene un evento que cubrir en un hotel.

― ¿No te molesta que justo en su noche libre tenga que trabajar de pronto, Sophie?

― Es un chef importante, lo entiendo completamente. Aunque creo que es más feliz en la cocina que en la cama conmigo —rieron.

― Su restaurante es uno de los mejores en la ciudad, me sorprende que tenga tiempo para ir a la cama contigo.

― ¡Oye! —Sophie empujó levemente a su amiga.

En ese instante la sonrisa de la enamorada tomó otro rumbo: en la recepción, un apuesto joven de cabellos oscuros, lentes de sol, camisa de lino azul marino, pantalones en color café y calzado formal, llamó su atención.

― Oh, mira eso, Jacquie —detuvo el paso de la amiga.

― Oh... lindo.

― Lleva una maleta de mano, ¿será nuevo en el edificio?

― Puede ser un visitante.

El hombre de pronto sonrió al compartir un comentario con el guardia en la recepción, dejando sin aliento al par de muchachas.

― Dos hileras de hermosos dientes blancos, Jacquie.

― Soph, ¿no crees que lo estamos mirando muy directamente?

― Deberíamos disimular.

― Sí, deberíamos.

Pero no lo hacían.

― Oh —saltó Sophie—, ahí viene.

Y entre respiros fuertes y cabellos reacomodados, el joven se percató de las recién llegadas.

Sophie tomó una pose coqueta mientras Jacqueline solo atinaba a mirar con extrañeza a su amiga.

― Lindos pantalones —la morena Sophie espetó tan pronto él pasó hasta el ascensor. El alto hombre sonrió, asintiendo en saludo, y se perdió tras las puertas automáticas.

― ¡Sophie Green! —regañó la amiga entre risas— ¿Qué rayos fue eso? «¿Lindos pantalones?»

― ¡Oh, por favor! No me dirás que no te fijaste: ajustaban lo necesario para ver el hermoso par de...

― ¡Sophie!

― Aunque debo decir que ningún pantalón le hace justicia a un hombre con buen equipaje delantero o trasero.

― Estás loca, amiga.

― ¡Y tú lo estás más que yo!

Entre más risas las mujeres llegaron a sus respectivos apartamentos: el 25A y el 27A, en el mismo piso.

Se habían conocido en el primer año de Ingenieríaen Sistemas en la Universidad de Columbia hasta que Sophie se arrepintió y secambió a Arquitectura, sin embargo, habían vivido juntas en una habitación delcampus hasta la graduación. Entonces decidieron buscar apartamentos lo máscontiguos posibles, ya que si bien amaban su espacio y privacidad, no podíanvivir la una sin la otra.    

Dulce cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora