La mañana era soleada, perfecta para una boda.
Sophie estaba feliz, con esa luz que irradian las novias y futuras madres. Porque contaba escasos dos meses y resultaba un secreto para el mundo, excepto para Jacqueline y Tony.
Fue de ensueño, como ella lo hubiera descrito en una de sus novelas: en un jardín, el altar delicado, el pasillo cubierto de rosas, lirios y gardenias. Su vestido, grande, pomposo, brillante, y el respectivo velo y ramo.
El sobrino de nueve años de Tony, encabezó la entrada llevando las alianzas, luego, Sebastián y Susan, Damian y Jacqueline, dos parejas más, y la bella novia con su padre.
Para los exenamorados fue una tortura la entrada, enganchados del brazo, mirando al frente cual soldados, pero embriagados del perfume del otro. Tan cerca, tan distantes.
Los hombres vistieron trajes en negro, el novio iba de blanco. Las madrinas en cambio, llevaron vestidos de corte coctel en beige con pedrería; y el cabello recogido con diademas y vinchas, de modo que sus cuellos tomaron protagonismo con aretes largos o delicadas cadenas, al gusto de cada una.
La ceremonia tuvo lugar, la pareja se tomó como marido y mujer ante flashes de cámaras y sonrisas de los presentes.
La recepción fue emotiva tras el brindis de Damian, que decía algo así: «... No solo he sido testigo del apasionado afecto que ellos se tienen, sino de los obstáculos que han superado en nombre de ese mismo afecto. Son objeto de envidia ahora, no de la buena ni de la mala, solo envidia, porque lo que ustedes tienen muchos lo deseamos, más cuando sabemos lo que se siente perderlo. Cuídense siempre, no se abandonen, cultiven la paciencia y la comprensión, pero sobre todo nunca olviden por qué se enamoraron en un principio...—su mirada inevitablemente rebotó en la de Jacqueline—, protejan esa magia que los unió, porque jamás encontrarán algo igual —tomó un respiro, añorándola, luego alzó la copa de champaña—. Por Sophie y Anthony».
Hubo fiesta a lo grande, bailó todo el mundo, comió y bebió. Sin embargo, Damian no veía la hora de marcharse. Bebía solo y miraba disimuladamente a lo lejos a su amada. Ella pretendía no tomarlo en cuenta, pero se preocupaba igual.
A la hora de lanzar el ramo, una de las gemelas lo atrapó. Damian no supo cual. Solo sabía que Susan era Susan porque no se despegaba de Sebastián, y Jacqueline era Jacqueline porque bailaba con todo el mundo. Se veía feliz, y él se convencía de aquello. Se deprimía más, pero pensaba como consuelo: «Si ahora que ya no me pertenece está llena de esa alegría, entonces será mejor así. Han pasado semanas que me han parecido años sin ella, pero supongo que amar también es dejar en libertad».
Decidió que era momento de retirarse. Se despidió de los recién casados y se fue con rumbo a su auto, estacionado en la calle, frente a la casa de los padres de Sophie.
Subió al volante, y se tomó su tiempo antes de partir.
Respiraba recuerdos. Y cada uno de ellos dolía en el pecho con un ahogo persistente.
Bien dicen que fumar y amar son familiares, ambos causan problemas respiratorios y cardíacos.
De súbito, dos golpecitos en la ventana del lado derecho, lo sacaron del trance que vivía. Quedó petrificado: Jacqueline pedía entrar.
Quitó los seguros y tres segundos después ella estaba a su lado, con el ramo entre las manos.
― ¿Te vas tan pronto? —preguntó la joven.
― Sí —su mirada estaba en el volante.
― Damian... —se trababa ella sola, no sabía cómo decir lo que la atormentaba.
― ¿Por qué estás aquí? Estábamos haciendo un gran trabajo ignorándonos.
― Te extraño... Ambos cometimos errores. Ya basta... El verlos a Sophie y a Tony, tan felices y enamorados... No soporto que no estés conmigo —él al fin la miró—. Quiero olvidar lo que pasó entre los dos. Quiero... —se acercó un poco más— y necesito de ti —como imán los labios masculinos se aproximaron a los femeninos—. Tenemos que proteger la magia que nos unió. Nos lo debemos... —Damian iba a besarla pero ella se adelantó y pegó su frente a la de él—. Démonos otra oportunidad... Dime, amor, dime que sí.
― ¿Susan? —susurró.
― ¿Qué?
Él se alejó. Se quedaron viendo.
― Eres Susan —se tumbó en el asiento, llevándose ambas manos a la cara.
― ¿Pero qué...? ¿Cómo puedes pensar eso? Yo creí que nos podías diferenciar y... —él le lanzó una mirada inquisidora— ¡Ugh! Qué demonios, sí, soy Susan.
― ¿Qué estás haciendo?
― Intento juntar a dos infelices.
― ¿Ibas a besarme?
― Iba a evitarlo hasta las últimas consecuencias. ¿Cómo te diste cuenta que no era Jacqueline?
― Para empezar, ella es más orgullosa, no me hubiera buscado. Segundo, ella no es tan cursi cuando me habla. Tercero, huiste cuando te iba a besar. Y cuarto, estoy casi seguro que ella usaba un collar y aretes pequeños, tú estás usando solo aretes grandes.
― Bien, bien, digno enamorado de mi hermana. ¿En serio no vas a hacer nada para regresar con ella?
― No quiero discutir el asunto de nuevo, Susan.
― Mañana nos vamos de viaje. No sé si lo sabes.
― Me comentó que se irán por seis meses.
― Toma —le extendió un papel que sacó de su brassier—, es el itinerario de todos los países a los que iremos. Hoteles, vuelos, lugares que visitaremos y los horarios. Si no la alcanzas mañana en el aeropuerto, espero que cambies de opinión y la alcances en algún país. Ella se va a morir con eso. Te va a aceptar de regreso.
― Estoy seguro que no.
― ¡Que sí! El resto déjamelo a mí.
― Susan...
― ¡Qué necio eres! —salió del auto y antes de cerrar la puerta dijo—: Usaré mi carta de amenaza: si no vas, crearé un plato llamado «Odio profundamente a Damian por ser un idiota y no darse cuenta de la gran oportunidad que tiene». ¿Y sabes qué es lo mejor? ¡Que te lo lanzaré en la cara!
Damian sonrió estando a solas. En sus manos estaba Jacqueline, y el corazón gritaba porque la razón se convenciera de una vez y la buscara finalmente.
Y no durmió en toda la noche pensando en lo queharía, en lo correcto, en lo que no, y se dio el lujo de beber todo lo quequiso.

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Dulce cielo
Short StoryNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Damian Lee acababa de mudarse a Nueva York en busca de un mejor futuro, aunque no era co-mo si su prestigiosa trayectoria de chef le impidiese vivir bien. Se caracterizaba por disfrutar el momento y por no tener suert...