7. Incendia mi alma otra vez

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Tomo aire. Camino dos pasos y vuelvo hacia atrás. Me planteo de nuevo la situación y me río por dentro. Maldigo el momento en que acepte la propuesta de Paulo de cenar con él y su novia en su departamento. Golpeo dos veces y Paulo aparece sonriente. Me saluda y me invita a pasar, y yo pienso que es demasiado tarde para retractarme.

— Ya sé que te parece una locura. — Me susurra muy cerca del oído y me estremezco. Lo miro mal mientras caminamos hacia la cocina. Allí está ella. Es radiante y hermosa. Esta cocinando sushi, porque nos gusta a los tres. Tiene una sonrisa de dientes blanquísimos y se ve bronceada. Es esbelta y su pelo negro azabache me genera envidia.

— Hola. — La saludo acercándome a ella. Me mira de pies a cabeza por primera vez y vuelve a sonreír, pero esta vez de manera diferente.

— Un gusto, Justina. — Me dice con su voz nasal. — Paulo me contó mucho de vos.

— Lo mismo digo. — Paulo pasa a su lado y deja un beso en la mejilla. Luego le pregunta qué puede hacer. Yo me siento frente a ellos y los miro. Hacen linda pareja y estoy segura que sus hijos serían hermosos. Ella cuenta cosas del viaje. Dice que la señora que iba a su lado no podía conectar los auriculares, también habla sobre su hermana y su nuevo novio y me hace sentir cómoda porque habla con confianza de cosas que yo no estaba preparada para saber. Al fin de cuentas, ella es famosa. Y yo no me canso de sorprenderme.

Cuando por fin nos sentamos a comer, Paulo me sirve vino.

— ¿Te trajo Mariano? — Me pregunta y asiento.

— ¿Quien es Mariano? — Pregunta ella interesada así que le cuento un poco sobre mí. En otra vida, tal vez hubiésemos sido amigas. — Ay, yo tengo muchos amigos para presentarte. — Me dice cuando surge el tema de mi falta de intereses amorosos. Paulo se ríe y ambas lo miramos.

— Tiene que vivir acá en lo posible, Ori. Las relaciones funcionan mejor así. — Dice. Ella se encoge de hombros haciendo caso omiso a aquella indirecta. — Aparte yo me estoy encargando de eso.

— ¿Y ya te presentó a alguien? — Me pregunta a mí. Me río y niego. — No vas muy bien, amor. — Le dice.

— Tiene que ser alguien que cumpla con mis expectativas y las de ella. — Vuelvo a reír.

— Mejor déjalo ahí, Paulo. Quiero creer que puedo conseguir novio yo sola. — Digo. Oriana me da la razón pero Paulo se ríe.

El resto de la noche es normal. Hablamos y tomamos helado de postre. Después, Mariano me pasa a buscar y, por fin, me voy de allí sintiendo celos de Oriana Sabatini.

(...)

Atiendo el teléfono que suena por tercera vez consecutiva. Estoy tan cansada que me cuesta abrir los ojos para levantar el celular.

— ¿Hola? — Digo medio dormida.

— Al fin, pendeja horrible. — Me dice Mora, mi mejor amiga. Sonrío al instante.

— Te extraño tanto. — Le digo. Casi la siento reírse de mí porque no es habitual en nosotras demostrarnos tanto cariño.

— Ya falta poco para vernos. — Me dice. — En serio muy poco... ¡Acabamos de llegar!

Siento que sano cuando estoy con ellas. Son mis amigas desde que me acuerdo, esas personas incondicionales que siempre están para darte hasta lo que no tienen para verte bien. Mora es como mi hermana, somos parecidas hasta en aspecto físico, compartimos tanto que hasta una vez tuvimos el mismo novio sin saberlo, siempre nos reímos recordando eso. Por otro lado, Juli es el ángel del grupo. Es rubia y siempre sonríe, tiene palabras de aliento para cada situación de la vida y es la persona más optimista que pude conocer. Por último, Mili es arte. Siempre ve colores, le gusta la música, cantar y bailar y tiene un millón de amigos. Las cuatro nos complementamos, aunque siempre creí que soy la más cuadrada de todas nosotras.

Las tres se instalan en un hotel no muy alejado de la casa de Corina y me siento mal por no haberme mudado todavía.

Es su primera noche en Italia cuando decidimos ir a un bar las cuatro solas, como en los viejos tiempos. Tomamos bastante y es cuando me toca hablar de Paulo. Ellas son insistentes, quieren saberlo todo. Incluso lo que ni yo sé.

— Así que está acá Oriana... — Dice Mora. Asiento. — Vi un par de fotos. — Comenta. Me río, creo que por el solo hecho de estar bebiendo alcohol. — ¿Te cae bien?

— Si. — Respondo encogiéndome de hombros. — Es bastante simpática.

— ¿Y con Paulo seguís hablando como siempre? — Medito unos segundos.

— No. Casi no hablamos... — Digo. — Pero es normal, supongo. Esta con su novia y tiene que aprovechar el tiempo. ¿Para qué va a querer hablar conmigo? — Ellas se miran entre sí y es Mora la que vuelve a hablar.

— Porque son amigos, Justina. — Me encojo de hombros y ella se enoja. — ¿O sea que vas a aceptar ser su amiga solo cuando ella no esté y cuando esté no te molesta dejar de existir para él?

— Me invitó a cenar con ellos... — Digo defendiéndome. — No es que dejé de existir.

— Lo más sano es que te alejes por cuenta propia, Juti. No te mereces esos desplantes. — Me dice Mili. Y lo entiendo. Porque sus consejos usan la lógica de la amistad. Y a mi me cuesta, porque no quiero alejarme de él.

— En la barra hay un chico que te está mirando hace horas. — Me dice Mora. — Anda a hablarle, abrite un poco el escote y sonreí. Tene sexo y olvídate de Paulo, no vale la pena. Vos te mereces algo mejor, amiga. — Les sonrío. Me hace bien tenerlas cerca y escucharlas. Pero mientras camino hacia aquel chico pienso en que no creo que haya alguien mejor que Paulo en este mundo. Y me odio por eso. Pero sonrío y hago que mis amigas se sientan orgullosas de mí.

Por la mañana, me encuentro en la habitación del, hasta anoche, desconocido chico. Es lindo. Tiene cabello rubio y unas cuantas pecas que hacen de su cara un poema, los ojos de color verde y es bastante alto. Sé que es músico y que es algo hippie para mí pero me gusta. Cuando se despierta me sonríe y se queda en la cama junto a mí, haciéndome mimos en el brazo. Mi celular suena y respondo rápido.

— Hola, hola. Adoro los sábados de flojera. — Me saluda Paulo. Sonrío.

— Es miércoles, Homero. — Le respondo y él ríe. Qué lindo es escucharlo reír.

— ¿Como estas? — Me pregunta.

— Bien. — Le respondo.

— ¿Estas en tu casa?

— Nop.

— ¿Donde?

— Después te cuento. — Le digo.

— Ah...

— Llegaron mis amigas. — Le cuento.

— ¿Si? ¡Que bueno! — Dice. — ¿Cuando las voy a conocer?

— Ya vamos a organizar algo. — Digo. Se queda en silencio y me intriga saber que es lo que quiere decir y no se anima. — ¿Pasa algo?

— Nada. — Responde.

— ¿Y Oriana?

— Duerme. — Yo asiento y miro al chico a mi lado. Tiene los ojos cerrados pero sé que no está durmiendo. — ¿Estas sola?

— No, ¿por qué?

— No, nada...

— ¿Pasa algo?

— No, Juti, todo bien. Te dejo que sigas con lo tuyo. Hablamos después. — Me dice.

— Bueno. — Respondo. — Chau. — Digo antes de cortar.

JUSTINA | Paulo DybalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora