1. No sé si eras un angel o un rubí

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La música me aturde, como siempre me pasa en los boliches donde la multitud se amontona y siento los cuerpos sudorosos de personas que no conozco. Llegue a ese momento de mi vida en que el boliche me aburre porque ya los había visitado demasiado. Veo a mis amigas sonreír y les devuelvo el gesto. En realidad, no quiero parecer tan amargada a los 22 años de vida y menos, en lo que es mi despedida del país.

Me acerco a la barra del vip, ya algo vacía por el horario, y me siento para descansar un poco.

— ¿Noche movida, Juti? — Me pregunta Corcho, el barman, un viejo conocido de la vida. Le sonrío antes de pedirle un agua. — Te presento, él es Paulo. Ella, Justina Faranelli. — Por primera vez, presto atención al chico que se encuentra sentado a unas sillas de la mía. Lo miro y me sonríe casi instantáneamente, al momento que se para para sentarse justo a mi lado. Me saluda con un beso en la mejilla y puedo sentir el perfume que se puso mezclado con el aroma a cigarrillo que hay en el lugar. Corcho sigue allí, mirando con su sonrisa divertida. Luego, vuelve a hablar. — Mira que sos la única a la que le presenté a mi amigo, aprovechalo, Juti, porque ya se va.

— Yo también me voy, Corcho. — Le respondo sin entender del todo de quien estamos hablando.

— ¿Sí? — Me pregunta con interés. — No sabía nada, pendeja. ¿A donde?

— Italia. — Respondo contenta. Corcho esboza una sonrisa y mira a su amigo. — ¿Vos a donde vas? — Le pregunto esta vez al chico de ojos claros.

— Casualmente, yo también. — Dice con su particular tonada. Me río.

— Nos vemos ahí, entonces. — Digo guiñándole un ojo. — ¿Cuanto falta para que termine? — Pregunto a Corcho, ya cansada de todo. Él mira su reloj y se ríe.

— Son las 5:00, nena. — Una hora más de aburrirme. Bufo con cansancio.

— Bueno, un placer pero estoy cansada y creo que la voy a pasar mejor en la comodidad de mi cama. — Me acercó para dejar un beso en la mejilla de Corcho a modo de saludo y luego veo al desconocido de reojo. - Chau, chicos.

- Chau, Juti. Hasta la vuelta. - Habla Corcho.

Después de saludar a mis amigas y excusarme mil veces sobre por qué me iba temprano, salgo a esperar un taxi. Me despido de los patovas, a quienes también conozco, porque aquel boliche de Palermo es un lugar que visito muy seguido. Para mi suerte, hay un taxi esperando allí, tal vez a alguien que lo había llamado. Cuando estoy por subirme, escucho un carraspeo detrás y me veo obligada girarme.

— ¿Compartimos? — Pregunta Paulo con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.

— Sí, obvio. Yo no voy tan lejos. — Le digo algo apenada porque seguramente ese es su taxi. Él asiente y me hace una seña para que subiera. Paulo no habla demasiado pero, por alguna razón, el taxista lo mira constantemente por el espejo retrovisor, lo cual me pone más incómoda a mí que a él, quien va mirando por la ventanilla sumido en sus pensamientos. Parece triste, alejado, perdido, todavía no sé como definirlo. — ¿Vos viniste solo? — Le pregunto, lo cual lo hace volver a la Tierra. Se acomoda en el asiento y me mira.

— ¿Cómo? — Me pregunta. Suelto una carcajada antes de hablar.

— Ah, vos estás en las nubes, nene. — Él se ríe. — Te preguntaba si viniste solo. A bailar. — Aclaro.

— Sí, perdona. — Dice. — Vine con mis amigos. Pero, en realidad, no tenía muchas ganas de salir. — Suelta en un suspiro y se rasca la nuca. — ¿Vos?

— Con mis amigas también. Pero estoy un poco cansada. Y me voy de viaje mañana así que...

— ¿Te vas de vacaciones? — Pregunta. Dudo al responder.

— Tiempo indefinido. — Le contestó. — O por lo menos eso planeo... — Digo más despacio, como si solo yo quisiera escuchar eso.

— Yo también vivo ahí. — Me dice. Luego suelta una suave risa.

— ¿De que te reís?

— Nada. — Dice sonriente. Insisto una vez más. — Nada, en serio. — Repite y me encojo de hombros. — Pasame tu número. — Dice segundos después. — Para que sea tu guía turística cuando llegues a Italia.

— No hace falta. — Digo. — Conozco bastante. — Me mira desconcertado.

— ¿Tenes novio?

— ¿Tiene algo que ver?

— Curiosidad. — Se encoge de hombros. — O sea que si tenes novio. — Concluye.

— No, no tengo. — Giro los ojos. — ¿Y vos no sos el novio de Oriana Sabatini? — Se ríe.  Es una risa suave, divertida, casi que te anima a reír.

— Ahhhh, era eso. — Esta vez sonríe ampliamente. Me había dado cuenta de quien era después de subir al taxi. Mis neuronas comenzaron a hacer sinapsis y caí en la cuenta de quien era aquel chico que me resultaba conocido porque aparecía en fotos de revistas y en programas de televisión. —¿Tiene algo que ver? — Dice esta vez imitando mi tono. Chasqueo la lengua y es imposible no sonreír.

— Si. — Digo serena.

— Me gusta la sinceridad. — Ya estamos a unas cuadras de mi casa así que dejo de mirarlo y me concentro en sacar mi billetera para buscar mi parte. — No hace falta, invito yo. — Dice Paulo al darse cuenta de mi propósito. — A menos que me invites a quedarme. — Me río.

— No va a funcionar. — Le digo. Su actitud había cambiado drásticamente y ahora parece más la persona que me había imaginado que era y no la solitaria y triste que había mostrado al principio.

— Mmm, me parece que no lo pensaste bien, Juti.

— Epa, que confianza agarraste, Paulo. — Le digo. — Lamento desilusionarte pero me esperan. — Chasquea la lengua.

— ¿Juega trío? — Suelto una fuerte carcajada y él también lo hace. Luego se encoge de hombros. — Bueno, no perdía nada con intentar.

— Una lástima.

— Vos te lo perdes... — Dice con diversión.

— ¿Vos decís? — Él asiente sin borrar su sonrisa. Veo el auto de Lisandro estacionado en la puerta del edificio y me alarmo sin saber por qué. — Bueno, un gusto conocerte. — Le digo a Paulo antes de bajar. Se acerca y se despide de mí con un beso en la mejilla.

— Igualmente, Justina. — Dice. — Nos estamos viendo. Cuando vos quieras y donde quieras. — Me río.

Al bajar, Lisandro se acerca a mi y me saluda con un beso en los labios mientras veo aquel taxi alejarse.

JUSTINA | Paulo DybalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora