Capítulo 4

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Cinco horas en coche seguidas no es la idea de día perfecto para la mayoría pero Elena parecía bastante contenta.

No habían vuelto a hablar demasiado, nada aparte un par de gestos y algún comentario banal suelto. Aún así, Irene se dedicaba a observarla con el rabillo del ojo cuando la conducción lo permitía. Tenía una especie de aura de tranquilidad y parecía suplir su incapacidad para hablar con una sonrisa permanente. Irene suspiró, ya le gustaría a ella tener ese aspecto. La noche sin dormir se empezaba a notar y el sueño había vuelto a salir arrastrándose de su madriguera en busca de una víctima. Era una lucha constante.

Aunque no les faltaba demasiado para llegar necesitaban agua y pararon en un pueblecito pequeño para abastecerse.

La barra del bar estaba ocupada tan solo por un par de cuerpos que, perezosos, prestaban más atención a la tele que a sus bebidas. Como siempre, la pantalla estaba iluminada por un partido de futbol en el que disputaban dos anónimos equipos. La escena de siempre.

Por eso las miradas abandonaron la pelota sobre hierba un par de segundos para contemplar las dos estranjeras que invadían pacíficamente el local.

Irene murmuró un saludo y se acomodó un poco más la capucha de su sudadera para taparse. En el poco tiempo que tardaron en darles la botella la imagen cambió inesperadamente. En vez de un jugador haciendo teatro caído en el césped, las noticias asomaron.

La sorpresa de Irene fue enorme cuando una foto suya fue lo primero que formaron los pixeles. Un codazo de Elena preguntando le hizo reaccionar, tenía que actuar rápido o iba a ser descubierta.

-¡Tienes una araña en el pelo!-le gritó a su compañera, asustándola mientras movía enérgicamente los brazos.

No pensaba que fuera a funcionar muy bien como distracción pero la cara de la ojiverde le hizo pensarlo dos veces. Elena tenía el rostro desencajado y se retorcía los rizos en un intento de librarse del bicho inexistente. En su mirada se veía claramente su aversión al pensamiento de ocho pequeñas patas acariciándole la cabeza. ¡Ni que le fueran a robar el cerebro!

Irene no entendía el miedo de la otra pero ahora se arrepentía un poco de haber usado un truco así.

-Creo que se ha ido, ya. No pasa nada.-la tranquilizó, sin tener un gran resultado.

Elena se levantó de golpe y gesticuló en dirección al baño al que se dirigió veloz en busca de un poco de paz para recomponerse.

Irene se sintió aliviada de haber salido airosa de la situación pero resolvió pagar ya y salir afuera. De verdad que necesitaba un cambio de aspecto o, con su imagen circulando por ahí, la pillarían en seguida. Si Elena lo hubiese visto todo se habría ido al garete y había estado muy cerca. Irene tomó una decisión.

Unos cinco minutos después Elena salió al fin. Echó un vistazo y, por primera vez, la sonrisa voló asustada de su cara. El coche de su compañera no estaba por ningún lado. Solo estaban sus trastos tirados en la acera y entonces comprendió que Irene no volvería. La había abandonado y eso quedaba claro con la nota pegada a la solapa de su mochila.

"Tardabas demasiado. Lo siento."

Fumar mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora