En la mente de nuestros tres mosqueteros los días se diferenciaban por las fiestas de pijamas. La pobre Elena, por lo tanto, se perdió un par de días porque su mente, sobrecargada por tantas horas jugando, no podía aguantar hasta la madrugada tan avanzada.
Por lo tanto acababan Irene y Kenai luchando contra el sueño con el habla. Todo el mundo sabe que en cuanto el reloj toca las 12 de la noche los temas de conversación se van volviendo más profundos y oscuros cuanto más tarde es.
A las 10 hablaron acerca de sus trabajos. Kenai trabajaba de momento allí pero estaba estudiando para ser profesor de inglés. El idioma ya lo tenía controlado pero le faltaban esas técnicas pedagógicas que le permitirían pasar su conocimiento a esas mentes que tanto deseaba iluminar. Elena habían hecho una formación profesional básica de peluquería y estética en vez de la ESO y después, el de grado medio de estética y belleza. Por eso había sido capaz de hacerle un cambio de look tan efectivo a su amiga. Irene, por su parte, había terminado los estudios de arquitectura con una cosa muy clara. Eso no era para ella. Ahora se supone que era su año sabático para decidir acerca de su futuro pero no estaba resultando lo que se dice muy relajante.
A las 11 contaron anécdotas de su infancia. Quisieron entrar en detalles pero se dieron cuenta de que eran recuerdos demasiado oscuros y que tras la ventana, no había suficiente oscuridad aún. Consiguieron reír un rato antes de que sonaran las 11+1 campanadas.
A las 12 Irene les reveló parte de la historia tras su tatuaje. Kenai no lo había visto aún y pidió una visita guiada, interesado.
—Son dos margaritas y una amapola. Me lo hice hace cuatro meses ya. Es... complicado explicarlo.
—Prueba—le pidió Kenai dulcemente mientras Elena le cogía la mano a Elena para animarla.
—Es por mi padre.—soltó a duras penas.
—Mujer, pero no te pongas así. Yo también quiero mucho a mi padre y me haría un tatuaje por él pero tampoco es para darle tanto dramatismo—contestó Kenai riendo ante la cara de sufrimiento de su amiga.
—No, no es lo mismo. El mío está muerto, Kenai. Era jardinero y éstas flores eran lo que le hacían feliz. Por eso las llevo yo ahora, quiero llevar su bandera ahora que él no puede ondearla. Además, por mucho que lo quiera no creo que él lo supiera. No sé lo dije demasiado.
—Seguro que sabía que le querías—escribió Elena en su fiel pizarra.
—Lo siento, Irene. De verdad. Gracias poe contárnoslo.—trató de arreglarlo Kenai pero al ver que sus palabras no producían ningún ejemplo le envolvió en un gran abrazo que pareció ser más efectivo.
—No se lo dije, no se lo dije, no se lo dije...—repetía Irene de entre los brazos de Kenai como si fuera un hechizo.
Elena se unió a la masa de cuerpos y oyó como la voz de la sollozando chica decrecía con cada repetición por el llanto que le robaba la voz. Rozaron la 1 cuando las lágrimas al fin se apagaron y antes de que lo fueran, Elena ya se había dormido.
A la 1 Kenai se acercó un poco más a Irene y preguntó si era su turno para confesar. Irene comprobó que Elena estaba dormida, roncando ligeramente encima de su regazo y le echó una manta por encima para que no pasara frío.
—Cuéntame todos tus secretos.
—Pues bueno, ahora que estamos hablando de todo ese amor paternal y tal. Yo también tengo un amor y creo que necesito ayuda.
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Fumar mata
Mystery / Thriller¿Qué harías si en un solo día has visto a tres personas ser matadas delante tuyo?¿Y si resulta que una de ellas es tu madre?¿Y si encima todo el mundo cree que la culpable eres tú?¿Y si no te acuerdas de nada del momento de los asesinatos y hasta tú...