Capítulo 17

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Irene no sabía que hacer ahora. Había pensado que su vuelta a Utiel sería muy diferente. Vale que sabía que su madre no le abriría la puerta con los brazos abiertos y le perdonaría a la primera de cambios, pero ni en los sueños más locos de un adivino drogado habría aparecido el cadáver de su madre en las visiones.

Deambulaba en su coche mirando distraídamente las calles. No sabía tampoco como una reaccionar a lo que había pasado. Seguramente debería llamar a la policía pero las últimas palabras de su madre le hicieron dudar. Estaba claro que una persona que deseaba que no hubieras nacido lo último que querría sería tu ayuda pero debía hacerlo. No quería que la consideraban culpable ni que el cadáver de su madre se pudriera allí abandonado. Solo ella sabía lo que había ocurrido lo cual podía parecer bastante sospechoso a las autoridades si no les iba ella con el cuento antes de que alguien más descubriera la muerte.

Buscó con la mirada una gasolinera o un teléfono desde el que pudiera hacer la llamada ya que no llevaba el móvil encima. Sus ojos resbalaron por una casa con un extraño pero memorable tejado verde y volvieron en seguida al darse cuenta de que conocía esa fachada.

"Bien, si conoce a los de esa casa puede entrar y pedir hacer una llamada" pensaríais vosotros al saber esto.

Pero es que Irene no entraría en esa casa jamás. ¿Os acordáis de aquel ex el cual había usado su madre para burlarse de ella porque le dejó? Ese monstruo vivía bajo entre esas cuatro paredes en apariencia tan inocentes.

El velocímetro del coche de Irene sintió la aguja volar encima de los números cada vez más altos hasta dejar atrás por bastante al límite que gritaban las señales. Así llegó al último bar antes del poste que indicaba el final de Utiel. Allí se bajó y en cuanto oyó esa voz supo que debería haber cruzado esa frontera hacia su futuro cuando bien pudo.

—Hey, guapa. ¡Qué alegría verte por aquí! Echaba de menos esa carita.

Irene se giró y aceptó que esa irritante voz pertenecía a su ex como bien su subconsciente ya sabía. Era irónico pero ilustrativo como aquel cuento de la muerte en Samarra. Escrito por Gabriel García Márquez contaba como un criado se encuentra a la muerte y ésta sorprendida, le deja escapar. Él se va entonces a Samarra para huir de ella sin saber que ella se había sorprendido la primera vez al verlo ya que debía encontrarse esa misma tarde con él en Samarra. El hombre muere, claro.

Irene acababa de aprender que no se podía huir de la muerte, al igual que de ese demonio que se presentaba ahora en forma de galán delante de sus narices.

"Hey, guapa. ¡Qué alegría verte por aquí! Echaba de menos esa carita" le había dicho él. Si Irene hubiera analizado sus palabras hubiera llegado a tres bonitas conclusiones. Una: que él llamándola guapa así de primeras no era otra cosa que una prueba de que lo único por lo que la había valorado siempre había sido su físico. Dos: que si tan contento estaba de verla porque la había echado de su vida de primeras. Tres: esa carita desde luego que la había echado de menos pero no él a ella desde luego, con lo bien que había visto Irene que se lo pasaba en sus historias del Instagram.

Sin embargo a ella no le hacía falta analizar nada, solo sabía que había habido un poco de blablabla y, como si no hubiese oído nada se fue a llamar a la policía. 

—Oye, Irene. No te vayas. Mira—dijo mientras la cogía fuerte del brazo para que no siguiera su camino hacia el teléfono y por consecuencia, lejos de él—siento lo que pasó, ¿vale?

Irene no tenía nada que decir.

—¿Por qué no vamos a un lugar más íntimo y hablamos un poco? De verdad que te he echado de menos.

Quizá Irene sí que tenía un par de cosas que decirle.

—No me vengas con esas ahora. Primero: me dejaste sin ninguna explicaciónantes de nuestra boda. Segundo: que lo hiciste para estar con una chica que te dejó al mes, que no digo que no te lo merecieras, porque desde luego que sí. Tercero: que eres un idiota y yo sí que te digo que ahora de verdad que no entiendo como pude estar enamorada de ti.

Las palabras surtieron efecto inesperadamente y Mario se agachó y su cara se oscureció bajo la sombra de sus pensamientos.

—Sé que no lo hice bien, ¿vale? Estaba asustado y viendo la boda tan cerca me pareció lo mejor. Sabes que nunca he sido del tipo que se lleva bien con los compromisos y al ir a comprar los anillos me entró el pánico.

—¿Asustado del compromiso? Dirás que estabas asustado de ser un tipo decente. Además no me mientas, nunca me quisiste. 

Mario intentó interrumpirla pero fue ella quién le sujetó ahora del brazo y añadió:

—Puedes decirlo, ya lo acepté desde hace tiempo.

—¿Podemos hablar entonces?

Irene y Mario se fueron compartiendo un bonito silencio incómodo que de bello tenía tanto como la caca de perro que Irene casi pisa. 

Allí, en una calle poco transitada retomaron su conversación. Irene a sacar todo su rencor acumulado y Mario a buscar la mejor excusa de su arsenal.

—Es posible que yo ya no te quiera pero me gustaste durante un tiempo y siempre me pareciste una persona genial. Me supo fatal dejarte, en serio.

Mario se cruzó de brazos rascándose el derecho de pura incomodidad.

—Bueno, me sigues pareciendo una persona maravillosa. Solo quería desearte mucha suerte en la vida y eso. Es que cuando te he visto no he podido contenerme, con tu mirada distraída de siempre...

Mario aprovechó que Irene estaba pendiente de sus palabras y la atrapó en un abrazo buscando sus labios.Al igual que uno de esos personajes de dibujos animados que hasta que no miran hacia abajo no se caen por el precipicio, ella había estado obviando el peligro hasta ahora, que era demasiado tarde.

Él era demasiado fuerte y le tenía bien sujeta, no podía librarse de esa lengua extraña cual gusano que quería llegar al corazón de su manzana. Pero en el corazón de Irene no había espacio para ningún animalucho y se resistió.

Cuando volvió a abrir los ojos estaba tirada en medio de un descampado abandonado. El cambio de luz le impresionó, de repente se me hecho de noche y empezaban a encenderse las lámparas del cielo. 

—¿Qué hago aquí?—se preguntó nada más incorporarse. 

Lo hizo en voz alta ya que no parecía haber nadie por allí y ella ya llevaba un día lo suficientemente raro como para no importarle hablar sola como si hubiera perdido la cabeza. Como si no fuera la primera vez que la perdía.

Sacó su paquete de cigarrillos y se encendió uno mientras paseaba en busca de su coche. Mientras la quinta calada hacía al fin efecto en su cuerpo tranquilizándola la vista de un bar le hizo recordar lo que había pasado.

Corrió como pudo hasta dónde había estado luchando contra Mario en su último fragmento de memoria. Al llegar allí, solo fue asomarse y ya tuvo que tambalearse un par de pasos para alejarse y vomitar.

El cuerpo de Mario yacía muerto y ensangrentado tirado en el suelo. Su cigarro, abandonado en su prisa ppr abandonar tal escena de terror, había quedado delicadamente suspendido encima de unas partículas de vómito que ocultaban la cara del chico. El verde no le sentaba bien al igual que a su madre no le había sentado bien el rojo. Para gustos colores.

Cigarrillo número 2.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2018 ⏰

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