Capítulo 16

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Hoy no era el día de Manolo y no podía estar más enfadado. Cuando se había dirigido esta mañana a la frontera con Francia esperaba encontrarse a su sospechosa entre la espada y la pared. Por eso le sorprendió y le fastidió en lo más profundo llegar y encontrar en su lugar un grupo de enfadados franceses que no estaban dispuestos ni a hablar.

Muchas veces los civiles se negaban a hablar con Manolo, a él le gustaba pensar que era por respeto a su persona pero solía ser más bien una aversión profunda. Porque aún sin conocerlo por dentro, a nuestro jefe de policía se le notaba la mala leche antes de que se huele la mierda de vaca. Pero lo de estos franceses era ya una desfachatez en la mente de Manolo, no podía culpables por no tener ganas de colaborar con la policía pero es que ellos no querían ni hablar.

—¿Me podrías describir a quién os vendió el coche?—preguntó Manolo nada más llegar tras recuperarse de la primera impresión.

Se dirigía a una chica joven que cuidaba de otro con una pierna rota. Parecía la más serena pero eso sí, también la más enfadada se estar detenidos sin poder cruzar la frontera y volver a su país o antes posible.

—Je ne parle espagnol, monsieur. Je suis désolée mais nous devons aller...

—Español, español.—repitió Manolo intentando sacar algo en claro pero al ver que la chica negaba reiteradamente con la cabeza probó—¿inglés?

—Non

Manolo no sabía ni pronunciar bien croissant pero la negación estaba clara hasta para él. Horas más tarde, junto con un improvisado intérprete traído de la tienda de souvenirs más cercana y la promesa de que les dejarían marchar en cuánto supieran lo que querían, la joven le contó a Manolo todo lo que sabía sobre Irene.

—Elle est une fille magnifique, très bonne...

—Es una chica magnífica, muy buena...—iba traduciendo el hombre muy contento.

No sabía exactamente qué estaba pasando pero la policía había entrado en su tienda pidiendo ayuda y todo esto se parecía a una de esas series de asesinatos, así que estaba muy ilusionado de poder demostrar el francés que aprendió en la escuela. Al menos todas esas horas con los verbos irregulares y practicando pronunciación frente al espejo habían dado resultado.

—No quiero saber eso, dile que me diga cómo es. ¿Dónde estaba? Necesito saber dónde encontrarla.—le metió prisa al intérprete. Maldita francesa, todas son iguales.

La joven francesa no era partidaria de dar información a alguien así pero sabía que era un crimen estorbar la actividad de la policía y no creía que Irene tuviera nada que esconder. Si lo tuviera se lo habría dicho, ¿no?

Manolo recogió las notas del interrogatorio. El grupo de franceses estaban esperándole fuera para que él diera el último veredicto y pudieran irse al fin. Disfrutó quedándose empanado mirando una pelusa revoloteando en un rincón pero salió cuando vió que ya no podía retrasar más el momento.

—Merci—trató de pronunciar Manolo hacia la joven—gracias por nada, maldita.

—¿Traduzco?—preguntó vacilante el hombre que había hecho de intérprete.

—No hace falta—dijo la joven de repente en un casi perfecto español—He entendido todo desde el principio hasta el final.

Fumar mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora