Capítulo 13

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—¿Por qué papá, por qué?—preguntaba entre hipidos una pequeña niña rubia mientras clavaba su dolida mirada en la figura paterna que tenía delante.

El padre solo sonrió condescendiente.

—Tú sabes que papá te quiere, ¿verdad?

—¿Sí?—su cuerpo temblando no le dejaba hablar con el aplomo que requería la situación.

—¿Cómo has dicho?¿Te he pedido una respuesta u otra pregunta?— amenazó el padre, haciendo restallar el cinturón en su mano.

—Claro que me quieres.—farfulló atropelladamente.

—Pues tenlo claro, princesa. Hago esto porque te quiero, porque quiero que aprendas y que te portes bien. ¿Acaso no crees que te lo mereces?

El padre había elevado mucho más el tono de voz lo que hizo temblar violentamente a la niña. Ella se deslizó por la pared hasta el suelo, dónde se acurrucó en una bola de flan que no podía ni hablar.

—¿No te acuerdas de lo que has hecho esta mañana? No sé, dos platos rotos y tu cama sin hacer...—insinuó.

—No ha sido mi culpa, papi.—consiguió articular la pequeña tortuga, sacando su cabeza de su caparazón de brazos.

El padre encontraba todos los días una excusa para pegarle. La niña sabía que lo hacía por su bien pero vivía aterrada. Su madre había huido cuando ella tenía un año y era hija única por lo que él descargaba toda su furia en ella y no había ninguna protección disponible.

—Papá, lo siento mucho. De verdad, no lo volveré a hacer.

—Esa frase ya la he oído antes, tendremos que asegurarnos de que no se repita entonces. Propongo una cosa. Será rápido de acuerdo.

La niña corrió y se escapó entre las piernas de su padre, intentado llegar a su habitación para cerrar con pestillo.

—No te resistas, será peor.

La niña sentía sus piernas ardiendo mientras se golpeaba contra los muebles. Los cristales rotos de las botellas que su padre abandonaba tras sus múltiples borracheras se le clavaban en los pies descalzos y su bonito camisón de ositos se rasgó por la manga.

—¡¡Princesitaaa!!¿Dónde estás?—canrurrreaba el hombre, decidido a encontrarla.

Trataba de ablandarla para que le hiciera caso pero su bestia interior volvió a salir en cuanto la vió.

—¡Aquí estás! No querrás hacerme enfadar, ¿verdad?

Ella estaba acorralada otra vez y ya podía sentir de nuevo el duro cuero contra su maltratada piel. El aliento amargo de su padre gritándole cosas que le gustaría olvidar. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas, no quería. Ojalá parase.

Se despertó envuelta en sudor. La niña se palpó el cuerpo, estaba entera. Solo había sido una pesadilla pero en cuanto encendió la luz se dió cuenta de que había más. Su piel sí que tenía moretones de otra veces.

Empezó a llorar, su padre era un monstruo que saltaba a la realidad huyendo de sus pesadillas para no darle oportunidad de escapar. Se abrazó a su oso de peluche sollozando, no tenía nadie que la consolase.

—No te preocupes, solo ha sido una pesadilla—se dijo acariciándose el brazo.

Los ríos de sus ojos se multiplicaron. No era una pesadilla, era la realidad en la que vivía. Por muy mala que fuera estaba enganchada a ella y vivía en un susto contínuo. 

Se tapó bajo la sábana respirando la humedad del lloro acumulada en su almohada. Los ojos le escocían pero sentía un dolor más profundo en el pecho. 

Ella solo quiere despertar. Ella deseaba descansar. Ella estaba cansada de ser la princesa maltratada por el dragón y era muy pequeña para un príncipe.

Ella era Elena.

Fumar mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora