Capítulo 6

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El albergue donde decidieron hospedarse estaba hasta arriba de gente continuamente pero siempre cambiaban.

El lunes tenían de vecinos a un grupo de alemanes que, gritando como si cantaran, se despidieron para ir a ver a la catedral. Irene no les pensó capaces de permanecer en silencio el tiempo suficiente. El martes aparecieron un grupo de scouts que habían hecho parte del camino de Santiago. Había de todas las edades y todos, sin excepción, llevaban la preciada pañoleta al cuello que les acreditaba como pertenecientes a la escuadra. Elena siempre había querido ser scout de pequeña.

A pesar de estar rodeadas de gente tan emocionada por la ciudad, ellas hicieron poco turismo. Solo lo suficiente para conseguir sus propósitos.

—¿Para que querías un cambio de look?—le preguntó Elena, curiosa de repente.

Irene ganó tiempo haciendo como que no lo había oído mientras pensaba que le iba a contar esta vez.

—¿Me has oído? ¿O es que ahora la muda eres tú?—insistió acompañando la voz con una falsa mirada de preocupación.

—¿Te acuerdas de que tuve una pelea con mi madre?

La ojiverde asintió, recordaba perfectamente la conversación que habían tenido en el acantilado, acariciando con sus palabras el fin del mundo.

—Pues ella es un poco... sobreprotectora—Irene río por dentro de sus propias palabras.—Seguro que ha mandado a alguien a buscarme o que ha llamado a la policía al ver que no he aparecido ni en mi casa. Entonces, necesito cambiar mi aspecto o volveré a dónde estaba.

Era gracioso porque Alicia jamás habría hecho eso, incluso aunque pensara que ella estaba en peligro de muerte. No había confiado jamás en la policía mientras estaba viva y utilizar eso como excusa era una ironía que reconfortó a Irene. Como si se la hubiera devuelto, por todo lo que había hecho. Pero ahora estaba muerta, ¿importaba en realidad quién debía algo a quién?

—Y yo no puedo volver a su lado, ¿de acuerdo? Eso es lo último que quiero y haré lo que sea para que no pase.—añadió con un tono que imprimió a sus palabras el regusto de una amenaza al universo si se atrevía a llevarle la contraria.

Elena se daba por satisfecha con poco así que, solo le hizo falta esa confesión y una excursión por las tiendas cercanas para tener todo preparado para el cambio.

Se refugiaron en su habitación, cerrando la puerta para no tener invitados sorpresa alegando que querían ayudar para conseguir una nueva insignia en su vacía banda.

—Tenemos tinte para el pelo, maquillaje, ropa nueva, accesorios y un montón de gomas para el pelo. ¿Que te propones, diablesa?

Elena se crujió los dedos y se puso manos a la obra. El sobrenombre le quedaba que ni pintado porque, solo haciendo un trato con el diablo, se podría haber conseguido un cambio tan espectacular en tan poco tiempo como el que ella empleó.

El proceso había ocurrido con ellas dos sentadas una enfrente de la otra en la única cama del cuarto. Habían estado durmiendo en la misma cama para no pagar otra pero no habían estado tan unidas hasta este momento. La escena le recordaba a Irene las típicas imágenes en las películas de lo que eran las fiestas de pijamas. Chicas unidas llenando el aire con sus risas y juegos mientras la noche caía por la ventana. 

Irene nunca había tenido amigas demasiado cercanas. Fue un tanto cerrada cuando era pequeña y, con los años, se fue haciendo cada vez más complicado conectar con alguien sin que saltaran chispas. Por eso no esperaba sentir esa despreocupación ni esa conexión cuando debería haber estado cagada de miedo.

"Haz un desfile de modelos" escribió Elena con un pintalabios en el cartón que habían estado usando para apoyar el maquillaje y que no manchara las sábanas.

Irene se levantó de golpe y, fingiendo unos ademanes de modelo que no iban con ella, comenzó a desfilar.

Elena aplaudía estusiasmada mientras admiraba su reciente obra maestra.

El anterior pelo liso de la chica estaba recogido en miles de trenzitas de raíz que volaban rodeando su cara cuando ella daba giros. Las puntas estaban tintadas de blanco creando un bonito degradado. Su cara estaba deliciosamente maquillada haciendo parecer que tenía pecas a ambos lados de la nariz y un creíble lunar debajo del ojo izquierdo. Además, llevaba unas gafas que daban bastante el pego. Al contrario de lo que se podría decir, no escondían sus ojos si no que los hacía más llamativos. Unas piscinas de marrón chocolate que te prometían una dulce recompensa si les hacías caso.

Además, idea de Irene, habían dejado a la vista su tatuaje gracias a la ropa que habían comprado.

Riendo, pararon de hacer el tonto y se tumbaron para recobrar el aliento. No sabía como pero Elena había acabado con la cabeza apoyada encima de la barriga su amiga así que la notó vibrando cuando habló.

—Ni mi propia madre me reconocería. Bueno, esa era la idea, eres una crack, Elena. En serio.

La chica se incorporó algo turbada por el cumplido y señaló repetidamente el tatuaje de la otra, visible tras tanto tiempo.

—El significado, ¿dices?—adivinó la interpelada.

Acarició lentamente la tinta que recorría su piel como si de un río se tratara. El tatuaje era de una amapola flanqueada por dos margaritas, una a cada lado. Las tres flores nacían de la parte interior del codo por lo que parecía que bebían de su sangre, transformando sus venas en su sabia vital.

—Es una tontería.

No lo era.

—Oye, ¿y tú cómo es que sabes hablar? Sí no te molesta que te pregunte, la mayoría de gente que es muda es también sorda si es de nacimiento.—despistó Irene esquivando cual experta la espinosa pregunta.

Elena le pidió paciencia con un gesto de la mano y se puso a cubrir el cartón entero con su letra menuda. 

"No he sido muda siempre. Nací "normal" como dijiste tú pero hace dos años tuve un accidente que me fastidió enteras las cuerdas vocales. No me dañó nada más así que puedo oír bien. Menos mal porque no sé me da nada bien leer los labios."

—¿Y la lengua de signos?

Elena negó con la cabeza, resignada.

"No me recuperé hasta hace poco y no he aprendido casi. Solo sé"

El cartón de acababa allí pero Irene procedió a intentar saber lo que la ojiverde había con las manos.

El juego de adivinanzas se desenvolvió  a través del abecedario completo y un par de gestos cotidianos sobre la familia y las comidas.

Con un dedo levantado Elena indicó que aún sabía uno más y, en la palma de su mano anotó: "Es el mas difícil y secreto de todos"

Irene se preparó para presenciar un gran despliegue de movimiento y complejas posiciones de dedos. Por eso de sorprendió cuando la chica hizo un corazón con las manos.

Las dos rieron, esa fue la... He perdido la cuenta de cuántas veces rieron aquel día.

Fumar mataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora