Un mirador con vistas al infinito

880 21 0
                                    

Siempre nos empeñamos en que todo va a salirnos mal, en que no hace falta intentarlo más. Nos rendimos la primera vez que caemos y pensamos "¿para qué intentarlo?" creemos que el mundo está en nuestra contra, que nada nos va a salir bien por más que lo intentemos.

¿Para qué negarlo? Yo, Esther Jiménez soy así. Quizá más cabezota que los demás.

Pero lo que si que soy es malhumorada e impaciente.

-¡Mamá!-dije desde el piso de arriba, muy enfadada.

Se oían sus pasos por la escalera, así que supuse que estaba subiendo. Sus pisotones se oían fuertes, lo que me indicaba que ella también estaba muy enfadada

-¿Qué quieres?-me dijo seca. Vale, estaba enfadada.

-Quiero mi maleta, ¿donde está?

-Que no te vas a ir, ¿cuántas veces te lo tengo que decir?

-Mamá, tengo 18 años. Me voy a donde me da la gana. Dame mi maleta.

-No.

Se fue dando un portazo y me tiré en la cama, llena de rabia. Sólo tenía una opción: Escaparme, como de pequeña.

Abrí la ventana de mi cuarto, desde allí se podía saltar sin problemas a la enorme rama que había enfrente. Me preparé mentalmente para saltar, estiré las rodillas, di un largo suspiro, pegué un salto hasta el árbol y me agarré a la rama más grande, todo esto en 10 segundos.

Después de todo aquello, me venía lo peor: Saltar desde allí hasta el suelo. Se calculaban unos 2-3 metros hasta bajar del todo, lo que no era difícil, pero si peligroso. Doblé las rodillas, me dejé caer y rodé por el suelo. Por fin pude poner en práctica mis conocimientos de supervivencia después de haber visto decenas de documentales.

-¿Dónde vas hermanita?-dijo alguien detrás mía. Reconocería esa voz por muchos años que pasaran. Esa voz que me hacía la vida imposible día a día, esa voz que tanto odiaba.

Era mi hermano, un chico más mayor que yo, pero aún viviendo en casa. Bastante corpulento y musculoso, con ojos muy pequeños, casi no se veía su color azul agua. Llevaba un poco de barba, y el pelo bastante corto.

-Vete a la mierda-le dije con desprecio- me piro de esta casa.

-Mamá no te deja... Sería una pena que se enterara.-me dedicó una sonrisa falsa, lo que hizo que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo.

-¿Cuánto quieres?-dijo en un largo suspiro.

-10 euros

-Joder...

Metí la mano en el bolsillo y saqué lo que tenía.

-Tengo 7, y vas sobrado.

-Por otros 7 te puedo conseguir una maleta

-Pírate, tengo contactos. Qué vergüenza que con tus años tengas que chantajear a tu hermana pequeña para conseguir dinero- me hizo un corte de mangas y me di la vuelta.

Antes de que se metiera en casa, eché a correr calle abajo. Llegué a la puerta de Silvia y toqué.

Me abrió una chica muy joven. Su vestido rosa revoloteaba por toda la casa. Sus zapatos blancos repiqueteaban por el suelo, como si de tacones se tratase. Su pelo negro carbón alborotado caía sobre su espalda hasta la cintura. Aquella chica de rostro rosado me miró preocupada con sus grandes ojos marrones, muy expresivos.

-¿Esther? ¿Qué pasa?-me dijo con la preocupación en su voz.

-¿Sigues teniendo mi maleta aquí?-dije entrando hasta el salón.

Un mirador con vistas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora