Capítulo 21

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Estábamos sentado en el sillón, comiendo unas galletas, y hablando. En la televisión sólo había películas de Navidad y programas varios, así que no la habíamos encendido en todo el día.

-Blas, gracias, de verdad.

-No las acepto. Te mereces esto, por todo lo que has tenido que pasar.

Acarició mi mejilla y nos quedamos un rato, en silencio, disfrutando el momento. Pero no paraba de venirme a la cabeza el mismo tema, así que le tuve que soltar el rollo.

-¿Qué haremos si Marcos vuelve?

-Nos defenderemos. No dejaré que te toque, no eres suya, eres mía.

-He pensado... Apuntarme a unos entrenamientos que hay en los recreativos de ahí abajo, quizá me ayude a recordar.

-¿Recordar? ¿El qué?

-Bueno, no soy una chica indefensa, ya sabes.

Intenté hacer la gracia para que no preguntara, pero no sirvió de nada.

-Esther...

-Hace unos años, cuando yo todavía era una adolescente rebelde, necesitaba descargar toda esa ira que acumulaba en casa, y todas las noches me escapaba por la ventana para ir a unas peleas callejeras que organizaban los chavales con la misma rabia que yo, y participaba en alguna.

-¿Alguna?

-Vale, casi todas.

-¿Lo sabía tu madre?

-¿Estás loco?

Me acomodé en el sillón para hablar.

-Una vez, llegué con la nariz rota, y le dije que me había mordido un perro. ¡Y la tía se lo creyó! De verdad, qué madre más pava tengo...

-O sea, que no es la primera vez que te rompes la nariz.

-Bueno, en una pelea, no.

-¿Y cuánto es lo que sabes de lucha "cuerpo a cuerpo"?

Espera, ¿por qué tantas preguntas? Quizá era curiosidad, simplemente. ¿Y si era algo más? Puede que me diga que le enseñe.

-Bastante.

Admití. No me gustaba hablar de ello, no es una cosa de la que fardas normalmente.

Miró mi expresión y se dio cuenta de que no quería hablar de ello, era una cosa que me incomodaba y me avergonzaba.

-Podrías enseñarme.

-¡Por supuesto que no!

Me miró confundido, con los ojos abiertos como platos.

-No quiero exponerte a esa clase de peligro. Yo te cubriré si nos ataca, no tenemos por qué preocuparnos.

-En estos casos... El chico debe proteger a la chica, ¿no?

-No has contado con que tú eres una nena.

Dije picándole y dándole golpes en el pecho con el dedo índice.

-Por lo menos no me han clavado un cuchillo y tengo que ir como un cojo que vende cupones.

-Otra razón para que seas una nena. Seguro que habrías llorado y todo.

Empezamos a reírnos por nuestra absurda conversación y suspiré. Miré el reloj y me levanté; tenía que empezar a hacer la cena de esta noche.

Fui a la cocina y empecé por el segundo plato, que yo creo que era lo más difícil. Blas me ayudó, pero más que nada se dedicó a comer un poco de cada cosa que cocinaba.

Un mirador con vistas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora