Capítulo 3

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Deambulé por las calles sin rumbo alguno, me aburría demasiado. Me senté en un banco del parque de enfrente de casa y solté a Tommo. Empezó a correr con los demás perros y a revolcarse en la hierba.

Una chica se sentó a mi lado en el banco y soltó a su perro.

-¿Es ese tu perro?-dijo mirándome y señalando a Tommo.

-Si, es mío.

-Parece que se lleva bien con mi labrador-asentí y cogí mi móvil.-soy Ana.-me dedicó una sonrisa.

-Yo Esther-nos dimos un apretón de manos y sonreímos.-¿Eres de aquí?

-Si, vivo unas calles más abajo con mi novio. ¿Y tú?

-Yo vivo en ese edificio de ahí enfrente sola. Me acabo de mudar.

-¡Encantada! Te va a gustar vivir aquí.

Nos quedamos un rato en silencio, hasta que ella se levantó y llamó a su perro. Se despidió con una sonrisa y se fue.

Seguí sentada un rato más, mirando el whatsapp y viendo la gente pasar, cuando me levanté y llamé a Tommo, el que vino corriendo a mi reclamo.

-Venga pequeño, vamos a dar un paseo por las calles.

Le puse la correa y me le llevé hasta la puerta del sol. A esa hora había muchísima gente, y más en verano y con 25 grados en la calle.

Al final de la calle, divisé una tienda en la que necesitaban un trabajador. No dudé ni un instante, agarré la correa de Tommo y me dirigí hacia allí.

Era una tienda de música, había estanterías repletas de discos, tanto antiguos como actuales. Me acerqué al mostrador y me dirigí al dependiente.

-Hola, perdone... He leído fuera que necesitaban dependienta. Estoy interesada en el puesto.

-¿En serio? Ah, pues genial. Cuéntame algo sobre ti.

-Pues... Vivo aquí, a unos minutos, soy puntual, voy a empezar una carrera de filología Inglesa...

-Me vale. ¿Te parecería bien empezar pasado mañana?

-¡Claro! ¿A qué hora?

Después de decirme el horario y apuntarlo en la libreta, sonreí.

Salí de allí con una gran sonrisa en la cara. Cogí a Tommo y volví a casa, más feliz y optimista de lo que había salido.

Me puse a pensar, quizá esta ciudad si que estaba hecha para mi. Creo que me voy a adaptar bien a la independencia.

Abrí los ojos con pesar, alguien llamaba repetidamente a mi puerta. Me levanté, me calcé mis zapatillas de estar por casa, me coloqué mi bata y bajé. Cogí las llaves, abrí la cerradura y me encontré con los ojos azules de Marcos.

-Buenos días.

-¿No era esta tarde cuando habíamos quedado?-dije confundida, mientras me frotaba un ojo.

-Es por la tarde-dijo mirándome entre divertido y extrañado.

-¿Qué? Pero... ¿qué hora es?-dije al mirar que no llevaba reloj y mi móvil estaba arriba.

-Hum, pues... la una y media.

-Madre mía... Pasa, por favor. Me visto y nos vamos.

Pasó hacia mi salón y se sentó en el sillón. Subí corriendo las escaleras hasta llegar a mi habitación. Ni siquiera había deshecho las maletas, así que revolví la primera que encontré en el armario y cogí una falda de flores y unas zapatillas negras. Miré en la otra y encontré un corsé también negro con una cremallera en la parte delantera. Me metí en el baño, me peiné la cabellera y lo dejé suelto. Bajé a trompicones aún dormida, Marcos estaba esperándome abajo, mirando mi casa.

-¿Ya estás?-me dijo mirando directamente a mis ojos.

-Si-reí por el gesto de su cara.

-Vaya, generalizando las chicas tardáis mucho más y no tenéis este aspecto tan...

-¿Tan qué?-pregunté curiosa.

-Tan genial.

-Gracias, supongo. ¿Nos vamos?

-Usted primero, señorita-dijo señalando la puerta. Los dos reímos.

-Todo un caballero-reí. Nos dirigimos a la puerta.

No cogí a Tommo, no tenía ni idea de dónde íbamos a ir, tan sólo me dejé llevar por Marcos.

-¿Adónde se supone que vamos?-dije mientras intentaba seguir el ritmo de sus pasos.

-Chs, te llevo al cine.

Anduvimos un rato más, hasta que se paró enfrente de un gran edificio, el cine sin duda. Entramos y me puse a ver los carteles de las películas.

-¿Cuál vamos a ver?-pregunté a Marcos, el cual pedía unas palomitas y unos refrescos.

-Pensé en ver una de miedo. ¿Qué te parece esta?-dijo señalando un gran cartel el que estaba todo oscuro, salvo unos grandes y brillantes ojos que sobresalían por el centro de la negrura.

-Me parece perfecta.

Marcos fue a pedir los tickets, los cuales pagó él salvo por mis quejas. Entramos en nuestra sala correspondiente, la cual estaba casi vacia salvo por dos personas.

-¿Cuáles son nuestros asientos?

-Estos, 13 y 15-dijo señalándolos.

-¡Yo el 15!-fui corriendo a sentarme.

-Qué entusiasmo, ¿no?-dijo riéndose.

-Es que mi número favorito es el 15...

-Oh, vale.

Empezaron los tráilers, algunos eran bastante interesantes. Diez minutos después empezó la película.

Me pasé las dos horas que duró agarrada al brazo de Marcos y gritando, seguro que hoy no dormía. Él sólo se limitaba a reír y mirar cómo me aterrorizaba.

Acabó la película, por fin. Tardamos menos en llegar a casa, por suerte no nos habíamos perdido esta vez.

-Ha sido una tarde bastante buena-dije a la puerta de casa.

-Salvo porque has destrozado mi brazo además de mis tímpanos.

-¿Y tú? ¡Estabas temblando!

-Nunca-dijo con una gran sonrisa.

-¡Anda ya! Venga, admítelo gallina.

-¿A quién llamas tú gallina?-dijo acercándose a mi y cogiéndome en brazos.

-¡Suelta!

-No hasta que no te disculpes.

-Nunca-dije con una sonrisita imitando su expresión anterior.-Venga, bájame, mañana tengo que trabajar.

-Está bien. Hasta mañana, ha sido una tarde genial. ¡Hay que repetir!-dijo sacando la cabeza por la puerta antes de meterse en casa.

Yo también entré en casa, me quité las zapatillas, el corsé y la falda y me puse el pijama.

Salí a tomar el aire a la terraza, hacía una noche preciosa.

-¡Hola!-me dijo alguien, lo que hice que me pegara un gran susto.-Tú, la peliazul-miré para todos lados sin ningún resultado-¡Yo, aquí!

Volví la cabeza y en un millón de años me hubiera imaginado algo así. Me tapé la cara con una mano y me puse colorada.

-¿Qué hace usted desnudo, por dios?-dije hablando alterada.

-Venga, que no pasa nada. Soy naturista.

-¿Está usted así todo el día?-dije sin todavía mirarle a la cara. Bueno, a ningún sitio.

-Me llamo Juan. Soy tu vecino. Ya sabes, si necesitas sal, azúcar, salami...

-¡Ya! Ya me he enterado, gracias. Hasta mañana-dije entrando en casa y cerrando la puerta y las cortinas. Suspiré, sacudí la cabeza y me fui a la habitación.

Me cepillé un poco el pelo y me metí en la cama a escuchar música. Cogí el portátil y escribí un rato hasta que me quedé dormida.

Un mirador con vistas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora