Capítulo 43

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Me desperté cuando alguien me cogió en volandas y me depositó en una superficie que se podía denominar como blanda, pero no lo llamábamos cama. A mí me gustaba llamarlo “piedra para dormir”, ya que la estructura y hasta la textura eran similares. Cada día que me levantaba me dolía la espalda a rabiar, lo que hacía que me tuviera que tomar unas pastillas que pedía a Mara. Álvaro también tomaba algunas, pero no le dolía tanto como a mí. Y el corazón tampoco, nada superaba este dolor.

Abrí los ojos para encontrarme con unos marrones, mirándome fijamente desde el borde de mi cama. Me quedé mirando a Paula hasta que abrió la boca, pero la cerró para después ponerse la mano en la boca y mirarme. Volvió a abrir y cerrar la boca, tres o cuatro veces seguidas, hasta que me cansó y me di la vuelta, sin mirarla, para volver a cerrar los ojos. En cuanto estaba en el quinto cielo, empezó a hablar con demasiada prisa y atragantándose con las palabras.

-No sé en qué estabas pensando para… ¡Me asustaste! Pensaba que te iba a perder y… ¡Es que no lo entiendo! No entiendo nada…

Decía llevándose las manos a la cabeza y mirándome todavía con los ojos un poco rojos y cansados. Me senté en la cama, con cuidado de no darme con la de arriba, y la miré. Directamente a los ojos.

-Di lo que tengas que decir y vete, quiero estar sola o con Álvaro.

-Deja a Álvaro en paz y hazme caso a mí. ¡O a Blas!

Bufé y la miré.

-¿Qué pasa con él?

-Que qué pasa con él dice… Todavía no sabe lo que has intentado hacer, ni se lo quiero decir. Esta noche vas a dormir con él en esta celda y, si quieres, se lo explicas tú. Porque estoy cansada de que yo sea siempre la que te hace el trabajo sucio, y la que tenga que aguanta cómo Blas…

Se calló de repente, mirando al suelo.

-¿Como Blas qué?

-Hazme caso, Esther. Déjalo.

Me levanté y me puse a su lado, cogiéndola la mano y apretándola.

-Dímelo o muere.

-Para Esther… ¡Me haces daño!

Solté poco a poco su mano. Cuando ya era libre, empezó a abrir y cerrar los dedos para que la sangre volviera a fluir.

-Cómo Blas se arrepiente de todo. No de lo del secuestro ni nada, sino de vuestra relación. Esther, sé que lo que te voy a decir ahora es duro, pero Blas creo que ya no te quiere. Está enamorado de ti, claro, pero no soporta que estés pensando sólo en morir y no le hayas hecho caso a él en estos cuatro meses. Se arrepiente de haberte conocido. Lo siento.

Se levantó para irse de la celda, mientras que yo me quedé en shock por el discurso de Paula. Mi corazón se hizo pedazos y, con él, toda mi vida. ¿Qué era vivir si no estaba él?

Alguien abrió la puerta de la celda para sentarse a mi lado y acariciarme la mano, trazando con su dedo cada contorno de mi cicatriz. Dolía, pero era soportable comparado con lo que me acababa de decir Paula. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

-Sé lo que te ha dicho Paula. No le falta razón, claro.

Era Blas, estaba más que confirmado. Miré sus ojos todavía llorosos y apoyé la cara en la almohada, mirándole.

-No sé qué decir, Blas. ¿Qué se supone que te tengo que decir?

-Sólo dime que me amas.

Le miré fijamente y vi que estaba llorando. Tragué saliva y suspiré.

-Como el primer día, pero veo que ese amor ya no es correspondido.

-¿Cómo va a ser correspondido? No puedo decirte que te quiero y al darme la vuelta ver que te he podido perder. Es imposible para mí vivir así, pensando en que voy a perder a una de las personas que más me ha marcado. No puedo.

Le miré fijamente a los ojos, acariciando su mano helada, y apoyé la cabeza en su hombro,

suspirando y soltando alguna que otra lágrima.

-No sé cómo he podido pensar en perderos a todos. En no volverte a ver, no lo sé.

Blas me silenció y empezó a acariciar mi mejilla, dulcemente. Yo era un mar de lágrimas, claramente.

-¿Qué se supone que va a pasar con nosotros ahora?

-No lo sé. Nos quedan todavía 4 meses para pensarlo.

4 meses en los que iba a luchar por nuestra vida.

-Te quiero.

-Más que a mi propia vida.

Un mirador con vistas al infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora