Hablan

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Dicen por ahí que levantaba las olas
y que con ella las horas
no se atrevían a pasar.
Que era tan amarga como la miel,
tan dulce como la hiel
y que quien caía en sus ojos
no salía con vida de ellos.

Dicen que era fuerte,
que soportó mil espinas
y lloró litros de sangre azul
para llegar al castillo y comprobar
que allí ya no había nadie.
Que su risa era arte,
que hacía de las noches magia oscura
y que le contaba historias
a la luz de la luna,
que despertar con ella
era una aventura
constante.

Decían que no venía si la llamabas,
que siempre llegaba tarde,
que secaba las mejillas rosadas
de los que le daban puñaladas
unos pocos días antes.
Era tan buena...
Se levantaba del suelo, decían,
con la boca ensangrentada,
que luchó en mil guerras
y que contaba sus batallas,
por las noches, a las luciérnagas.

Dicen que su sonrisa iluminaba
allí por donde iba, que sus idas
y venidas no pasaban desapercibidas;
que corría donde quería huyendo
de la soledad, que la podías encontrar
bajo un árbol del parque, cuando escribía.

Se ponía guapa para pasearse
por las cabezas, y estaba radiante
en todos mis sueños.
No seré yo quien te salte al cuello
si le pones alguna pega, pero
ten por seguro que a ella
le importas menos
cuanto más hables.

Dicen que era energía pura.
Picardía, locura,
toquecitos de erotismo,
cristalina como el Mediterráneo,
idiota como ella sola,
que movía mejor que nadie sus hilos.
Manipulaba, tenía su oscuridad,
las rosas también hacen sombra
y ella no era la excepción.
¿Cómo iba a serlo?

Estaba preciosa cuando la cagaba
y era una palabra malsonante
con dos piernas.
(Pero ¡qué piernas!).
Sabía cuándo sobraba
y cuando insistir solo un poco,
parecía saberlo todo,
y pecaba de confianza.
Confiaba tanto en la gente
que le hizo daño...

Era un auténtico misterio.
La adrenalina de descubrirla.
De hallar sus pistas
y hacer carreras en ellas.
De derrapar en sus curvas,
llorando por no hacerlas mías.
Por no hacerla mía.
Ella no era de nadie.

Decían que los privilegiados
que la "tuvieron" se cansaron
de no poder sujetarla.
Volaba, era un hada
somnolienta.
No escondía las alas
si la pillaba la tormenta
y saltaba por los tejados
tentándole a la suerte;
no le temía a la muerte,
caía de pie si se resbalaba.

Decían que sabían
lo que ocultaba.
Que no era como parecía.
Que estaba loca.
Que por comerle la boca
se batían en duelo
los seguros perdedores
y ella los levantaba del suelo
gritando que si querían un trofeo
que a ella no la buscaran.

Dicen que despertaba rabias
y envidias envenenadas,
y que, con la lengua llena de yagas
sangraba mi bruja el antídoto
que nunca probaba.
Dicen que sus labios paralizaban
al afortunado o afortunada
que conseguía arrancar un beso
a la humilde Artemisa escondida
en el oro de su pelo,
que dejaba deshechas las camas,
y en trance a sus dichosos dueños.

Dicen ellos que la vieron
que aquel día estaba increíble.
Que no brillaba como de costumbre,
que era ella el mismo sol.
Que se paró el mar,
que hipnotizó a un par
de chiquillas en su camino.

Yo no la vi.
Por eso te lo cuento.
Aquel día no paró a saludar.
No me despedí.
"Se la llevó el viento."
"Se perdió en el mar."
Decían mucho por ahí.
Y ella ya no estaba.
No importa lo que puedan hablar.
Si alguna vez hubo algo,
ahora ya no queda nada.


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