Prólogo

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Cuando uno toca fondo, lo único que puede hacer es subir, o al menos eso es lo que se dice. En mi caso, cuando toqué fondo, me quedé ahí, tendido. Casi muerto.

Se me había pasado por la cabeza que las cosas podrían resultar así, pero no creí que llegara a ocurrir de verdad. Fui ingenuo. Siempre lo había sido, y ahora las consecuencias me atormentaban como un torturador sin compasión.

El único consuelo que me quedaba era que ella sonreía. Era feliz y no me necesitaba para serlo. Con eso me bastaba. O debería haberme bastado. La angustia de no ser capaz de olvidarla, y tener que vivir una vida tan larga como la humanidad con su recuerdo, me producía un dolor físico en el pecho que no me dejaba ni siquiera ponerme en pie. ¿Qué clase de guardián sería? ¿A quién sería capaz de proteger si yo mismo sufría un dolor tan profundo? No sería capaz... Sólo había una solución. Morir. Acabar con mi sufrimiento y terminar con todo...

—Leví —escuché mi nombre. ¿Quién me llamaba? —Leví...— de nuevo esa voz...

Mis ojos estaban inundados y apenas podía distinguir lo que había delante de mí. Mis oídos taponados me hacían escuchar los sonidos amortiguados y no diferenciaba de quién era la voz.

—Leví, no merece la pena sufrir así...

Maldita voz. ¡Claro que merecía la pena! Ella lo valía todo.

—¡¡Cállate!! —grité desesperado. 

—Leví, yo puedo hacer que pares de sufrir ahora mismo. Ven a mí...

—¿Quién eres?— pregunté con la mirada perdida en el cielo.

—Alguien que sólo desea tu bien.

—Eso nunca va a ocurrir...— el recuerdo de mi sufrimiento volvió a quitarme las ganas de vivir.

—Leví, ven conmigo. Confía en mí.

—No puedo confiar en nadie... ¡¡NADIE MERECE MI CONFIANZA!!— grité con todas mis fuerzas. —Ni siquiera ella...— la voz se me quebró.

—Ella no merece nada, Leví. Se dedica a destruir los corazones de la gente que la quiere. Vamos... ven conmigo.

Mi vista empezaba a aclararse y la mancha oscura empezó a tomar forma. Era un hombre, tenía la espalda curvada, era delgado y demacrado... yo le conocía. ¿O no? Tampoco me importaba si era así. Miré en otra dirección.

—Déjame en paz.

—¿No me reconoces?— preguntó sonriendo y extendiendo las manos mientras se acercaba a mí— Soy tu amigo... Ciro.

Ese fue el momento en que llamó mi atención.

—No... Imposible.

—Mírame, Leví. Soy yo. Sé por lo que estás pasando. Sé perfectamente lo que ella ha hecho contigo, porque también lo hizo conmigo.

Lo miré y por un instante reconocí en sus ojos a mi amigo Ciro. No sabía qué había sido de él después de dejar Gallasteria y me sorprendió verlo en ese estado.

Él era mi amigo, pensé que quizá sería buena idea escuchar lo que tenía que decirme, después de todo, ¿por qué iba a querer algo malo para mí? Me paré frente a él y puso su dedo en mi pecho. Sentí una punzada de dolor y todo empezó a darme vueltas. Estaba a punto de caer al vacío, morir, dejar de existir, pero una fuerza que no sabía de dónde venía tiró de mí hacia atrás y caí al suelo.

—Capullo desgraciado, ¿qué te crees que estás haciendo?— Dan empezó a gritarme en la cara y me golpeó un par de veces. Aunque todavía estaba un poco aturdido, conseguí despejar mi mente.

—Yo... no lo sé— balbuceé un poco perdido.

—Eres un idiota. ¿Cómo se te ocurre irte sin avisar? ¿Y qué es lo que pensabas hacer? ¿Acaso te has dado cuenta de que había un desterrado a tu lado seduciéndote?

—¿Qué? —poco a poco empezaba a recuperar la claridad... Un desterrado, era cierto. ¿Por qué se hacía pasar por Ciro?

—No sé qué me pasaba, estaba...

—Atontado —terminó la frase por mí—. ¿Acaso ibas a tirarte desde la torre de la iglesia? Ya puedes dar gracias a ese desterrado, porque te he encontrado al percibir su asquerosa oscuridad. ¿En qué estás pensando?

—Un desterrado... —me sostuve la cabeza unos instantes. ¿Qué había estado a punto de ocurrir? —Gracias por salvarme, Dan—se me hizo un nudo en la garganta, pero conseguí controlar las lágrimas.

Me dio un contundente abrazo, tras lo cual, sonrió y se apartó un poco, sentándose en el suelo. Me senté a su lado.

—Nunca en la vida vuelvas a darme un susto así, ¿entendido?— advirtió muy serio.

Me extrañó que no me preguntase por qué había ido a Gallasteria y qué había ocurrido allí, pero por suerte para mí, no lo hizo. Se limitó a insultarme y a darme golpes en el brazo, los cuales tenía más que merecidos. Sinceramente, eso era justo lo que necesitaba. Dan y su energía optimista. Olvidar lo que había pasado. Nunca más volvería a pensar en ella, ni en este día en el que casi morí. Casi morí como mortal y como inmortal.

Gracias Dan.

Guardianes 2: LevíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora