Capítulo 8

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Caminábamos en silencio. Estaba preocupado por lo que acababa de ocurrir. ¿Cómo era posible que Caleb hubiera desaparecido? No podía imaginar a qué clase de enemigo nos enfrentábamos, o si realmente Azariel era capaz de hacer algo así. Lo peor era que ya que Caleb no estaba, Amira había perdido una protección importante. Estaba completamente expuesta a cualquier ataque. No podía dejarla sola bajo el cuidado de su abuela, ya no era seguro.

Amira caminaba cabizbaja un metro por delante de nosotros. Me preocupaba que por culpa de la imprudencia de Caleb, se sintiera triste y fuera un reclamo para desterrados. Miré más allá y me sorprendió percibir, entremezclado con la preocupación, algo de emoción. ¿De dónde venía eso? Hiciera lo que hiciese, nunca entendería a las adolescentes de esa época.

Llegamos a la puerta de edificio en el que vivía y ella se disponía a despedirse de nosotros.

—Gracias por la extraña velada y demás...— sonrió nerviosa.

—Ah, por cierto. Esta noche vamos a dormir en tu casa— dijo Dan concierta guasa. Negué con la cabeza. Luego se quejaba de que yo no tenía tacto para decir las cosas.

Los ojos de Amira se abrieron desorbitados. Como había supuesto, no estaba de acuerdo, pero no era una opción.

—Espera... ¿Qué has dicho?— preguntó incrédula.

—Sin la protección de Caleb, no puedes quedarte sola. Rut ha sabido esconderte bien, pero no está preparada para hacer frente a este tipo de desterrados —expliqué.

Paseó su mirada entre Dan y yo varias veces deseosa de que se tratara de una broma, pero, para mi desgracia, no podía ser más verdad.

—Será sólo hasta que aparezca Caleb, no va a ser para siempre —añadió Dan.

—No. Ya podéis olvidarlo. ¿Y si Caleb no apareciera? ¿Cómo vais a vivir en mi casa? Eso es absurdo.

—No hay discusión— empecé a perder los estribos otra vez. —Nuestra misión es protegerte y haremos lo que sea necesario para lograrlo, te guste o no.

Dan me dio un golpe en el brazo para que me controlase, pero todo lo ocurrido aquella noche me había dejado demasiado trastornado.

—¿Entonces no tengo nada que opinar?

—No.

—¡Es mi casa!

—En eso te equivocas. Es una casa proporcionada por la asociación que abastece a los guardianes, así que, técnicamente, es nuestra también.

—¿Qué?

—Es más, esto tampoco es plato de buen gusto para mí, así que lo sobrellevaremos como podamos, ¿está bien? —me abrí paso entre ella y Dan y me adentré en el edificio. No tenía ganas de discutir sobre esas nimiedades. 

Maldita sea. Si tenía que vivir mucho tiempo en aquella casa, acabaría por perder la cabeza. Comencé a subir escaleras hasta llegar a una puerta entre abierta, donde una anciana de unos ochenta años nos miraba sonriendo.

—Bienvenidos —dijo cordialmente. —No os esperaba hasta mañana.

—¿Sabías esto?— le preguntó Amira dejando crecer un atisbo de enfado.

—Me puse en contacto con ellos en cuanto supe que las cosas se estaban complicando. Yo ya no tengo fuerzas para afrontar a los desterrados.

—No me puedo creer que mi Abu también sea una de vosotros— bufó molesta.

Entramos hasta el salón, y mientras Rut y Amira iban a por unos enseres que nos acomodarían durante la noche, yo me senté en el sofá cansado.

—Así que aquí es donde siempre ha estado...— musitó Dan mirando los libros y las cosas que había en los muebles. —Está bien, es un lugar discreto.

Guardianes 2: LevíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora