No era tan temprano como habitualmente cuando salía a correr, sin embargo, el ambiente estaba oscuro y frío, con espesas nubes que auguraban un día húmedo y gris. Me estremecí y cubrí mis orejas con un gorro. No me gustaba el invierno. El frío y la oscuridad me recordaban a la tristeza de los desterrados. Mientras corría, miré al cielo. ¿Qué demonios estaba pasando en Gallasteria? Lo peor era que yo no podía ir allí para ayudar.
Inmediatamente me detuve al notar una presencia tan familiar como desagradable.
—Azariel —murmuré. Me giré para mirarlo directamente a la cara. Se veía más demacrado que la última vez que lo vi.
—Veo que recuerdas mi nombre, guardiancito— murmuró.
—¿Cómo olvidarlo? —gruñí apretando los dientes con rabia y él se rió.
—No vengo a luchar contra ti ahora, pequeño Leví.
—Si dañas a Angie acabaré con tu existencia— le amenacé, pero él no borró su siniestra sonrisa de la cara.
—Vaya, vaya... cuántas emociones prohibidas... Me encanta— se rió. —Pero tristemente para mí, sólo vengo a advertiros que mi próximo movimiento está cerca. Me pregunto si serás capaz de impedirlo, Leví— resaltó las sílabas de mi nombre con ira contenida. En seguida desapareció, esfumándose en la nada, como si fuera humo.
Maldito desterrado. ¿Qué pretendía poniéndome sobre aviso? Tuve un mal presentimiento. Azariel parecía demasiado seguro de que no podría evitar lo que fuera que planeaba y eso era peligroso. Tenía que volver a casa cuanto antes.
Corrí con todas mis fuerzas en un intento de expulsar toda la rabia que me producía encontrarme con Azariel, pero era inútil. A pesar de todo el tiempo que había habitado en la Tierra y toda la experiencia que tenía, desde que Amira había vuelto a mi vida, controlar cualquier tipo de emoción se había vuelto algo imposible. Me sentía como un novato al que acababan de otorgar sus emociones y eso me enfurecía más todavía.
Llegué a casa jadeante. Tomé aire y sentí el efecto pacificador de las endorfinas. Puede que no estuviera en mi mejor momento, pero el ejercicio hacía milagros, pues, de todo el día, ese era el único momento en que me sentía en calma.
Entré en la casa y lo primero que hice fue fortalecer los sellos protectores de la casa. Eso desgastaría más mis energías, pero no iba a arriesgarme. Azariel era astuto y nos conocía lo suficiente como para saber nuestros puntos débiles.
Después de una ducha, empecé a preparar el material para instruir al idiota de Caleb. Si no recuperaba pronto sus recuerdos, ni siquiera la paz de las endorfinas sería suficiente para prolongar mi paciencia.
Escuché voces en la cocina que llamaron mi atención. La curiosidad pudo conmigo y agucé mi percepción de las emociones para saber cómo iba el interrogatorio de Dan. Amira parecía muy nerviosa, tanto que me sentí ligeramente complacido. Me aclaré la garganta e intenté volver a concentrarme en lo que estaba leyendo en el libro de Jador, sin embargo, por primera vez en mi vida, me resultaba tedioso y aburrido.
"Confesó" escuché la voz de Dan en mi mente y sonreí satisfecho. Esperaba que lo hiciera.
Dan entró en la habitación y se echó en la cama que había junto al escritorio donde yo estudiaba. Fingí que no había prestado atención en absoluto, pero tampoco podía esconderme de él.
—¿Qué opinas?— preguntó alzando una ceja.
—¿Acerca de qué?— respondí tratando de parecer que mi atención estaba en el libro. Aunque, para ser sincero, si hubiera estado del revés, no me habría dado cuenta.
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Guardianes 2: Leví
FantasíaAviso: Peligro de spoilers. No leer si no has leído antes Guardianes. Con la sensación de que algo no encajaba y el corazón roto, Leví cumple con rectitud y honor su misión como guardián, hasta que la encuentra a ella y su mundo se vuelve del revés...