Al llegar a casa, Rut se despidió de nosotros para descansar y dio un beso en la frente de Amira. Aunque la anciana ya no podía luchar como antes, suponía un fuerte apoyo emocional para la joven.
—¡Abu, yo también quiero besitos de buenas noches!— exclamó Dan haciendo el payaso, como siempre. La anciana sonrió complacida por la broma y le besó en la frente. Luego besó a Caleb y en seguida se aproximó a mí.
—No será necesario que...
—Oh, venga ya, Leví. Déjate de melindres...— dijo estampando sus arrugados labios en mi frente.
Al final no pude evitar sonreír. La mujer caminó con dificultad hasta su cuarto y cerró la puerta. Estaba cansada y a mi mente llegaban sentimientos de dolor y sufrimiento. Su enfermedad le estaba pasando factura y pronto nos acabaría dejando. Eso supondría un duro golpe para Amira y debíamos estar listos para consolarla cuando ocurriese.
Me froté la cara cansado. La bebida energética que me había dado Dan empezaba a perder su efecto y el inhibidor volvía a dejarme fuera de combate. El efecto secundario más notorio era que se desajustaban los niveles de tiroxina en mi cuerpo, y me debilité demasiado. Dan había pedido pizzas para cenar, pero yo no me sentía bien. Necesitaba descansar.
—Me voy a dormir. Hasta mañana— dije poniéndome en pie y saliendo del salón mientras arrastraba los pies.
—¡Si no te quedas no voy a guardarte para más tarde!—exclamó Dan. Me daba igual. Tampoco tenía fuerzas para contestar.
Antes de dormir, decidí tomar una ducha, para ver si me despejaba. Odiaba los inhibidores de emociones y el largo efecto que tenían. Nunca había necesitado usarlos tan seguido y mi cuerpo no estaba acostumbrado a esos desajustes hormonales.
Alterné agua fría y caliente y me ayudó a despejar mi mente. Pasé un buen rato bajo el chorro de agua frío hasta que noté mis músculos agarrotados. Para terminar, usé el agua caliente que me relajaría para ir a dormir.
Suspiré cansado. Con el inhibidor todavía actuando en mi cuerpo podía permitirme pensar en ciertas cosas que en otras circunstancias me causarían mucho sufrimiento.
Recordé, por alguna estúpida razón, que a Caty también le gustaba dar besos de buenas noches. Me pregunté cómo estaría, pero por desgracia, la respuesta me vino al instante. Era una desterrada. Estaba peor que mal.
Entonces puse mis dedos sobre mis labios. Hoy había besado a Amira. Me froté la cara con el agua para esforzarme por quitar el atontamiento del todo. ¿En qué estaba pensando? Realmente no era capaz de controlarme. El simple hecho de mirarla me volvía loco. Sabía que Heredia se había dado cuenta, pero no dijo nada. ¿En qué pensaban en Gallasteria? ¿Acaso ponían a prueba mi resistencia? ¿Mi lealtad? ¿Por qué a ella, después de lo que había ocurrido?
Salí de la ducha y me puse una toalla alrededor de la cintura justo en el instante en que la puerta del baño se abrió. Maldición. Debí haber cerrado mejor.
—¡Lo siento!— dijo Amira nerviosa, sin embargo, no se marchaba. Seguía ahí parada mirándome. Suerte para ambos que mis emociones todavía estaban un poco inhibidas.
Después de unos incómodos segundos en los que seguía mirándome, decidí ponerla un poco nerviosa.
—¿Te gusta lo que ves?— pregunté con una mirada traviesa mientras observaba su reflejo en el espejo. Ella se sonrojó y comenzó a ponerse muy nerviosa.
—¿Qué? ¡No!— exclamó azorada. —Bueno, sí, pero no... sólo estaba viendo tu tatuaje.
—¿El tatuaje? Ya...— me dio por reír. Si ella supiera lo que quería decir cada símbolo en ese momento, tal vez reiríamos menos.
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Guardianes 2: Leví
FantasyAviso: Peligro de spoilers. No leer si no has leído antes Guardianes. Con la sensación de que algo no encajaba y el corazón roto, Leví cumple con rectitud y honor su misión como guardián, hasta que la encuentra a ella y su mundo se vuelve del revés...