"Como dientes en el alma"

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Capítulo 18


El dolor tiene muchas formas de presentarse.

Como sabemos, es una percepción de nuestros sentidos que normalmente esta localizada y que puede intensificarse -para mal- en múltiples ocasiones sugestionadas por nosotros mismos.

Podía ser un simple pinchazo sin más, un escozor o un daño más intenso y prologando como el que sientes cuando te duele la cabeza, te tuerces el tobillo o recibes cualquier golpe en tu cuerpo. Igualmente, estaba el dolor provocado por enfermedades malditas que no deberían existir.

También había un tipo distinto de dolor, uno más subjetivo que los anteriores y que era el que venía provocado por sentimientos como la nostalgia, la tristeza, la desilusión, la traición, la decepción, el olvido, la pérdida, la mentira...

En mi opinión, el peor era el de la pérdida. No hay dolor comparable al de la pérdida de un ser querido al que desgraciadamente no volverás a ver más. Es un dolor del que jamás te recuperas por más tiempo que pase.

Unos escalones por debajo se encontraba la pérdida de alguien esencial en tu vida; es decir, la pérdida de alguien a quien quieres y que ya no formará parte de tu día a día debido a un suceso -normalmente grave- entre ambos. Si bien puedes volver a ver a esa persona, hay una certeza inapelable: nunca será como antes. Este suele ser el caso del dolor que sienten dos personas enamoradas que, a pesar del amor que sienten, comienzan a decirse adiós a causa de la traición, la decepción y sobre todo, la mentira.

Y joder cómo dolía. Dolía como dientes en el alma.

Me había quedado paralizada ante las palabras que habían salido por la boca de Elettra. Ni siquiera sus reiteradas intenciones de echarme de allí daban resultado para que alguna de mis extremidades se moviera. El dolor me inmovilizaba.

A mi asfixiante parálisis, se le unió la inexistente fuerza para mirarla a la cara. Mis ojos estaban inundados en lágrimas que caían con la fuerza de una tormenta de verano. No podía posar mis ojos sobre ella. Si lo hacía, su llanto se clavaría aún más en mi corazón.

—Por favor, márchate —rogó una vez más con la voz rota.

—No, Elettra... —dije recuperando el habla y la movilidad acercándome a ella.

—Por favor —detuvo mis pasos haciendo un alto con sus manos y nos miramos.

No quedaba rastro de amor en sus ojos. Todo se había roto. Todo estaba muerto y no me quedó más remedio que asentir, con mi alma sangrando a borbotones.

—Está bien, me voy —concedí sorbiendo por la nariz—. Pero antes te suplico que me dejes explicártelo todo.

La no respuesta de Elettra y su decisión de sentarse sin mirarme, me dio pie a empezar mi monólogo; un monólogo que sabía que iba a hacernos aún más daño pero que iba a aclarar todo. Iba a ser sincera y a desnudarme por completo y esperaba que aquella última bala que me quedaba me ayudase a que la italiana me entendiera y perdonara.

Le conté absolutamente todo. No me callé nada. Le hablé de mi infancia y adolescencia en Barcelona, de la muerte de mi madre y mis sueños rotos; también le conté detalladamente mi extenso currículum y cómo decidí irme de España al no encontrar trabajo. Le confesé que había sido bailarina erótica en Nápoles y que fue ahí donde conocí a Andrés. Le expliqué cómo entré en una espiral sinfín a manos de Andrés y del dueño del local, "El Capo" y cómo conseguí salir de allí. Fue jodido confesar que había participado en varias extorsiones y robos. Fue duro ver como sus ojos se ensombrecían y la decepción caía por su cuerpo como un jarro de agua fría. Dolía.

A fuego lento - Blumettra (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora