An in love heart: VII

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—¿Y alguna vez Frederick olvidó a Kerra? —Preguntó Allistor casi con inocencia. Eleanor se mostró dubitativa.

—Quién sabe, hijo...—Respondió—. Pero lo dudo mucho, ¿sabes? Un amor tan grande no se olvida. Ni tampoco es posible de apagar por más que se quiera. Lord Edmond ordenó tu muerte, los otros nobles lo sabían, y es seguro que estaban dispuestos a asesinar a un inocente bebé por un puñado de monedas; pero nada pudo contra ti porque eres el símbolo del amor más puro y fuerte que he visto en todos estos años en que he vivido.

Allistor sonrió sinceramente.

—Entonces no lo hizo jamás—Respondió, convencido.

Eleanor pareció enternecida con la reacción de él. Carraspeó suavemente y le preguntó:

—¿No te acuerdas del revuelo que hubo cuando lord Frederick se casó?

Allistor frunció el ceño y sus pupilas se movieron errantes de un lado a otro.

—Creo que no, mamá—Replicó.

—Nos mandó una carta de invitación. A tu padre y a mí.

El pelirrojo arqueó una ceja. Eleanor casi llora por pura nostalgia al ver ese gesto que era tan propio de su hermana.

—Quería verte, Allistor. ¿No lo recuerdas?

Él suavizó su expresión. Un golpe de su propia memoria apareció en un destello y se desvaneció otra vez.

—A-algo...

.

Frederick Kirkland llegaba al castillo escoltado por sus hombres. Informó a los nobles sobre la muerte de lord Edmond de la misma forma en que los soldados lo habían hecho días anteriores, y tomó el título de lord para sí sin ninguna parafernalia que lo anunciara. El único que debió ser invitado fue el sacerdote, porque ni siquiera el rey podía asistir: Enrique moría y Eduardo aún no era coronado; fue el momento preciso en el que el trono inglés quedaba vacío para volver a ser llenado.

Como si fuera poco todo lo que debió sucederle, una mujer de la servidumbre le informó lo que había pasado con su madre cuando el lord la buscó por los pasillos, habitaciones y jardines del castillo para abrazarla y agradecerle su ayuda. Le dijo, con voz entristecida, que se había suicidado y que había sido enterrada en un lugar cercano, y fue hasta allí a llorarla en absoluta soledad. La cruz cristiana rezaba "Alice Kirkland", aunque el sacerdote estuviera en desacuerdo de siquiera poner un símbolo cristiano en la tumba de una mujer que atentó contra su propia vida. Frederick no dudó en amenazarlo con destituirlo de su cargo y condenarlo a la horca si volvía a decir algo así, y aunque en aquellos días el argumento del sacerdote era sólido, cada vez que Frederick se viera más abandonado de lo que ya estaba, iba a visitarla y a agradecerle su ayuda, a buscar la compañía de uno de sus fantasmas. Visitar a su madre, pronto, se le había hecho una hermosa y macabra costumbre y como no estaba muy lejos del castillo podía disponer del espacio como él quisiera.

Pero a diferencia de la tumba de su madre, Frederick no volvió nunca más al lugar en donde él mismo, con sus propias manos, espalda y lágrimas, sepultó a la mujer que más amó. Intentó muchas veces hacerlo, pero sentía que él mismo se obstruía el aire por la culpa y se devolvía, habiendo alcanzado a divisar la cabaña en donde había nacido Allistor y donde Edmond la había matado. Kerra quedó sólo en su mente, y jamás nadie supo de ella, hasta que movido por su propia mente y sensaciones, supo que sus años de vida se acortaban y buscó un oído que escuchara sus pecados.

No obstante mientras tanto era claro que su posición de poder y honor no podía estar acompañada eternamente por espectros y fantasmas de su pasado. Frederick lo sabía, aunque evitaba tocar el tema delante de todos. La servidumbre comentaba a espaldas de él lo extraño que era que el joven lord no tuviera en la mira a alguna doncella para desposar, los otros nobles llegaron a pensar en que el lord gustaba de practicar la sodomía y aquellos que llegaron a conocer el sufrimiento de Edmond pensaban que el inocente lord había sido hechizado por una bruja escocesa dejándolo ciego. No le importaba lo que pudieran decir, pero para hacer callar todas esas bocas venenosas era menester que encontrara a una esposa, inglesa, con la que tener al menos un hijo, heredar su puesto en la corte y partir de una maldita vez de este mundo. Siendo lord, Frederick jamás abogó por la libertad e independencia de Escocia así como todos los lores que insistían en tomar las tierras por la fuerza, y cada vez que las reuniones de los nobles eran destinadas a tratar aquel tema que ya era moda en Inglaterra, el muchacho guardaba silencio frente a su rey, Eduardo, aquel hombre de piernas tan largas que un solo paso de él eran dos o tres de cualquier otro sujeto. Su actitud era más bien reacia ante ese asunto, porque Escocia le traería siempre hermosos pero dolorosos recuerdos, los cuales no podía compartir con nadie porque hacerlo era sentenciarse a muerte y aquello no podía ser. Así que recordaba solo, adolorido, encerrado en su habitación y sus pecados ardían delante de él.

APH: Lus Primae Noctis | BritaincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora