An in love heart: V

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Eleanor siguió a su hijo con la mirada cuando éste se puso de pie y caminó por la casa buscando algo que le apagara el congojo del pecho. Dio con un vaso de agua, lo tomó y lo bebió de golpe. Lástima que no era whisky, cuánto lo necesitaba en ese momento. Agnus lo llamó y Allistor giró hacia su padre, portando tantas emociones como le era posible soportarlo y el hombre mayor, empático como sólo él lo era, lo comprendió de inmediato. Quizá era necesario darle un poco de tiempo y así lo pensó sinceramente Eleanor también, tal vez había sido demasiado, aunque la historia aún no llegaba al punto en el que siquiera se acercaba a responder las preguntas que Allistor tenía a causa de ese joven lord, Arthur, que tan parecido resultó a su padre y a su abuelo, fusionándolos en su apariencia y corazón.

Pero Allistor no pensó jamás en que Eleanor se detuviera. Sí, era demasiado. Sí era doloroso, terriblemente y para todos, pero lo necesitaba. Era como dejar de ser un niño y hacerse hombre: aterrador, pero imprescindible.

—Mamá—Dijo, y Eleanor lo miró más intensamente—. Por favor, continúa.

Ella sonrió con tristeza y asintió quedamente. Agnus acarició sus hombros y permitió que se le sostuviera.

—Siéntate, Allistor.

Él volvió a tomar asiento frente a ella, y otra vez sostuvo sus manos, su mente y corazón.

...

Luego de aquella cena en la casa de Kerra, Frederick era capaz de sentir cómo su corazón latía más fuerte conforme los días y los meses pasaban estando ella presente en su mente hasta que se le volvió imperativo verla. Si antes creía que podía pasarse un día o dos sin ella, ya no, ninguna posibilidad de acabar su día sin saber si estaba bien, si su madre y hermana habían podido comer, si estaban a salvo de los soldados de su padre y si por fin, luego de tantos años de ausencia, algún día podrían encontrar la paz necesaria para que su padre descansara. Frederick creía sinceramente que Edmond les debía una disculpa, pero si así fuera, significaba que el mismísimo rey debía pedir perdón y eso era una tontería, siquiera con sólo pensarlo. ¿Qué clase de rey pide perdón por expandir su reino? No un rey inglés. No un lord inglés. No un Kirkland.

Todos, menos Frederick.

Salir a cabalgar se había convertido en la excusa perfecta para ir a visitarla. Ya no le era difícil adivinar dónde vivía y en una de sus tantas visitas a su casa, les dijo a las tres que ya no era necesario que Kerra fuera al castillo a buscar la comida, él se las traería personalmente y cenaría con ellas.

—¿No preocuparás a tu madre estando tan lejos de casa tan seguido, inglesito? —Se burló ella mientras masticaba un trozo de carne de cerdo.

—No—Respondió él calmadamente. La madre de Kerra le dio un puntapié suave a su hija mayor bajo la mesa, cosa que hizo reír a Eleanor—. No tiene por qué saber que vengo hasta aquí.

Y lo cierto era que no sólo tenían por qué saber ni Alice ni Edmond, sino que ni siquiera llegaban a sospechar que su hijo, el único, acostumbraba a perderse en los límites del reino en una casa de tres mujeres campesinas, solas, abandonadas de la bondad de Dios y lo peor de todo, escocesas. Sí se preguntaban qué hacía el muchacho fuera del castillo y de los campos, siempre a la misma hora y sin responder a sus preguntas, como si vagara en el aire todo el tiempo, pero guardaban silencio y sólo especulaban por separado. Fue Edmond quien perdió la paciencia un día y con la rudeza que lo caracterizaba golpeó de un manotazo la nuca de Frederick al notarlo tan distraído mientras le explicaba cómo se debía dirigir sus dominios, con mano dura y yugo fuerte. Él despabiló y asintió distraídamente mientras su padre continuaba con su parloteo, sin poder concentrarse jamás en otra cosa distinta a que no fuera Kerra.

APH: Lus Primae Noctis | BritaincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora