La princesa descansó cuatro jornadas en el campo de los Wallace. Eleanor se ocupó personalmente de atenderla lo mejor posible, de prepararle una cama de paja que estuviera lo mayormente mullida, de proveerle agua para que pudiera limpiarse y le hacía peinados para ordenar un poco su cabello, lo suficientemente largo como para alcanzar a censurarle toda su fina espalda. Al trenzarlo mientras Françoise remendaba sus propios vestidos o la ropa de los niños, Eleanor recuerda cuando jugaba con su hermana mayor a ser princesas y que tenían servidumbre, que su padre estaba vivo y que su madre era una mujer activa y feliz, provista de energía cada vez que veía a sus hijas y a su esposo rondar su reino. Kerra jamás fue muy asidua a seguir ese juego, pero le encantaba que Eleanor la peinara y le trenzara el cabello de manera que sus hebras rojas parecían evocar paisajes enteros. Cuando debía hacer lo mismo con su hermana menor, Eleanor se pasaba la mayor parte del tiempo quejándose porque Kerra era demasiado bruta para tratar el cabello y finalmente la pobre chica se hastiaba. Ahora, tantos años después de vivir esos inocentes recuerdos, Eleanor rememora también que cuando niña, hubiera deseado vivir en un castillo y ser una de esas doncellas que atienden a las reinas. Lástima que Frederick al ascender al puesto de lord y entregarle a su hijo, hubiera decidido otra cosa.
Frederick decidió mal, por muchas más personas de las que él alguna vez creyó.
Françoise agradecía el gesto de su improvisada doncella e insistía en que no era necesario tantas atenciones. Eleanor replicaba que sí lo eran, que era seguro que la princesa estaba acostumbrada a ser servida, a los salones espaciosos, a las sábanas de algodón, a las comidas ostentosas. Era extraño, de hecho, que ella estuviera allí, pero Eleanor aguardó a preguntárselo y de hecho no lo hizo nunca.
Lo había preferido así porque la mujer mayor había vivido mucho más de lo que cualquiera hubiera pensado y notaba la mirada iluminada de la princesa cada vez que veía a su hijo. Lo sabía, porque era la misma mirada de Kerra cuando veía a Frederick. Allistor parecía lejano a ella, demasiado pendiente de la guerra, de su ejército, de Arthur, del rey de Inglaterra, de vengar la muerte de su esposa y de su padre; todo menos de Françoise No parecía, sin embargo, que la presencia de la francesa fuera una molestia para él. La saludaba con cortesía cuando entraba a casa, a veces le buscaba conversación, la veía jugar amorosamente con Charles y Haydn e incluso ayudaba a Eleanor en algunos quehaceres. Los más livianos, claro, porque para ella iba a ser muy extraño ver a una princesa trabajando la tierra y de seguro no iba a soportar un solo día de trabajo pesado.
Una vez, Allistor volvió casi al atardecer. Eleanor preguntó por qué regresaba tan tarde y él respondió sin miramientos que había ido a ver a Murron. Todavía lo hacía bastante seguido, y Françoise no pudo evitar tragar saliva no por la tristeza que le provocaría a cualquier mujer enamorada ser consciente de que el amado aún piensa en otra, sino por toda la historia que hay detrás de esa visceral despedida, de la pérdida sanguinaria que él vivió. Se pregunta si ella hubiera sido capaz de seguir viviendo después de presenciar la muerte de quien más amaba, así como él ha continuado, sin saber todo el sufrimiento que vino después. La manipulación de Arthur, el daño infligido a propósito, su verdadero origen. Françoise, en el fondo, sabe que lo que siente por Allistor es una admiración profunda y sincera, tal vez demasiado grande como para ser comparada con el amor.
El amor, para ella, era insuficiente recurso cuando se pedía explicarse a sí misma lo que él le provocaba.
Eleanor le sirvió unos trozos de comida que Allistor devoró sin ninguna clase. Françoise no pudo evitar soltar una risita sutil y cuando él la miró con curiosidad, la imagen de Allistor con la boca llena se le haría una de las cosas más adorables que ella recordaría en su vida.
—¿Qué pasa? —Preguntó el guerrero, apenas pudiendo hablar. Françoise carraspeó con gesto señorial para apaciguar la risita y respondió.
—Nada—mira su propio plato; no ha probado bocado aún—. Es que en los castillos, comemos con servicio, nunca con las manos.
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APH: Lus Primae Noctis | Britaincest
FanficEl lord inglés Arthur Kirkland reclama su derecho de pernada sobre el matrimonio de Allistor y Murron, sin dejar de sorprender a los campesinos escoceses cuando sus ojos verdes, codiciosos, no se habían posado en ella para reclamarla, sino en él. ¿P...