La campana de la iglesia anuncia el fin de la misa, extendiéndose en un eterno eco que finalmente pasa desapercibido entre las conversaciones y las risas de la gente, porque ese día es un día para festejar. Toda la gente de los campos de Glasgow celebra que la primogénita de los Mackay se ha decidido por un pretendiente.
La familia Mackay son los dueños de los campos más fructíferos y fértiles de toda Escocia. Entrar a la familia por medio del enlace del matrimonio es una dicha que muchos jóvenes escoceses anhelaban. Los ingleses avanzaban sobre sus tierras y su avaricia los estaba llevando al borde del colapso. Muchos campesinos debieron convertirse en vasallos de señores ingleses a cambio de un plato de comida al día, unas cuantas migajas de pan y un poco de agua fresca. En cambio, los campos de los Mackay estaban fuera del alcance de cualquier ejército inglés porque su posición era estratégica: lo suficientemente al norte de Escocia e idealmente escondidos tras las colinas. Llegar allí a caballo era casi imposible, a menos que se estuviera dispuesto a sacrificar por lo menos un tercio de ellos y los ejércitos no estaban dispuestos a pagar ese precio.
Esos deseos eran secreto a voces entre la gente. Los Mackay sabían que sus tierras eran codiciadas, para bien o para mal, por lo que percatarse que su única hija ya comenzaba a crecer fue tanto una alegría como un motivo de desesperación y desvelos. Para Ian Mackay no había ningún hombre digno de Murron, y espetó bruscamente en la cena de nochebuena junto a su esposa y su hija, que quien quisiera desposarla debía demostrar su honestidad, valentía y la pureza de su corazón. Sólo así podría partir de ese oscuro mundo en paz.
Murron creyó firmemente ese discurso y comenzó a idealizar en su propia imaginación al hombre que quería como esposo. Sería alto y fornido, de corazón noble y casi ingenuo, y se dirigiría a ella con la cortesía de un caballero y el deseo de un experto amante. Su mirada la convencería de saltar los muros, de escabullirse en los bosques y de buscar cada noche su tacto. Ninguno parecía siquiera aproximarse al hombre que ella deseaba, porque aunque su mente pareciera ser una fantasía de niña pequeña, su carácter era el de una mujer hecha fiera. Su rostro era una constante seriedad y sus manos eran la destreza misma con el arco. Odiaba a los ingleses con la misma vehemencia con la que amaba a sus padres y a su tierra. Gozaba de andar a caballo y bailar al ritmo de la gaita, mientras su cabello largo, una ola naranja tras su espalda, se agitaba como una llama de fuego. Pero pese a la dureza que en sus suaves facciones descansaba, nadie podía notar la dulzura con la que caminaba entre la gente, atendía a los niños y mimaba a su padre y a su madre, que ya la edad comenzaba a hacerse notar en ellos.
Sólo uno percibió su docilidad. Sólo uno notó la ternura, sólo él logró enmudecerla cuando notó su existencia.
Él, era Allistor.
Un joven de la familia Wallace, con dos hermanos menores que él. Sus padres eran Agnus y Eleanor Wallace, dueños de un pequeño campo al oeste de Escocia y una de las pocas familias que aún gozaba de independencia de los señores ingleses. Murron notó a lo lejos su actitud bonachona y traviesa con sus hermanos menores, la sonrisa ladeada de labios finos y dientes blancos. Su porte de príncipe y guerrero, su cabello alborotado de mechones rebeldes, tan rojo como el mismísimo diablo. Allistor, el hijo mayor de los Wallace, era todo un señor pese a sus prematuros veintidós años, y un demonio suspicaz que sabía atacar a las mujeres con su hechizante mirada verde, aunque Murron supo darle batalla un tiempo.
La primera vez que la vio fue en la iglesia. Un velo blanco y fino cubría su cara, y Allistor desviaba su mirada verde hacia Murron sin girar la cabeza. Ella, inquieta, le responde de la misma forma, con los ojos eyectados de irritación. Él le sonreía, ella se espantaba, y cuando llegaba la noche, tendida en su cama de paja, le sonreía a las estrellas ensimismada pensando en Allistor, como si éstas pudieran ser el canal hasta él.
ESTÁS LEYENDO
APH: Lus Primae Noctis | Britaincest
FanfictionEl lord inglés Arthur Kirkland reclama su derecho de pernada sobre el matrimonio de Allistor y Murron, sin dejar de sorprender a los campesinos escoceses cuando sus ojos verdes, codiciosos, no se habían posado en ella para reclamarla, sino en él. ¿P...