A brave heart: V

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Su Majestad, incapaz de dar crédito a lo que oye y ve, cae rendido sobre el trono inglés, como si en el interior de su confusa mente se hubiera librado una estridente batalla. Los otros lores esperan su orden, Arthur mira a su hermano como si estuviera a punto de lanzarse al caos y Eduardo, mientras, necesita todavía más tiempo y silencio. Allistor espera, así como Ian y Agnus lo hacen detrás de él. Las armas de ambos hombres escoceses son toscas y primitivas al lado de las espadas de tipo normandas que portan los lores, todas empuñadas, pero sin desenvainar aún. Allistor los cuenta, son alrededor de seis, contando a Arthur, serían siete. Siete lores ingleses, más el rey, y Escocia no cuenta con casa real, y la que existe apenas puede sostenerse en pie y muy en el fondo, ningún hombre o mujer que diga orgullosamente ser escocés los respeta, pues la realidad dista mucho de lo que Escocia preferiría: sus intereses no son la nación, sino obtener el favor de los ingleses y seguir gozando de su vida lejos de la realidad y la opresión inglesa de la que los campesinos son víctimas.

Allistor no deja de mirar al rey jamás, de hecho, pareciera que ni siquiera parpadea. Espera sus palabras, sus preguntas, y espera, también, las preguntas de Arthur. Sabe que Ian desea despedazarlo con sus propias manos, molerlo a golpes, pero por ahora el muchacho sabe que deben mantener la calma si quieren que la instancia llegue a la conversación que Allistor espera tener con el rey.

Los soldados ingleses ya fueron neutralizados afuera del castillo y hasta en los últimos rincones del feudo. Era cierto que los escoceses no tenían entrenamiento militar, pero sus tácticas son más efectivas que la instrucción y tal vez un poco más sucias también.

—Cómo llegaron hasta aquí—Pregunta Eduardo entonces, todavía impresionado por la imagen. Por algún motivo que desconoce aún, ese muchacho de pelo rojo lo pone incontrolablemente nervioso.

—No se preocupe—Responde él, con voz directa—. Ningún soldado ha resultado herido.

—Sólo uno—Habla Ian detrás de Allistor—, el que mató a mi hija—Y sus ojos celestes, dolidos, pesados y rencorosos, se desvía hacia Arthur con morbosa lentitud. Tanta, que el jovencito rubio necesita volver la mirada hacia algún punto lejos de esos infernales kilt—. Está muerto—Dice finalmente.

—Imposible...—Replica Eduardo, negando con la cabeza. Lo dicho por sus labios no es precisamente porque los escoceses están dentro de su maldito castillo, frente a él y con total impunidad, sino porque finalmente, resultó cierto lo que entre los lores se comentaba aún sin contar con bases empíricas, pero lo suficientemente frecuente como para que se convirtiera en tema de conversación. La historia de Frederick y esa mujer escocesa era más que una leyenda, y ese joven se lo demostraba inequívocamente.

—No, no lo es—Replica Allistor.

—Así que es cierto...—Y Eduardo necesita ponerse de pie para apreciar a quien tiene delante: un próximo dolor de cabeza mayúsculo—Frederick...

—Lord Frederick Kirkland está muerto—Dice Allistor, y su voz, sin que él lo desee así realmente porque aún no es capaz de descifrar sus sentimientos hacia ese hombre, se quiebra irremediablemente un poco. Mira a Arthur, quien contrae su expresión en una mueca de dolor.

—Cómo que está muerto...—Pregunta Arthur, pero Eduardo lo interrumpe. Allistor vuelve a centrar su atención en el rey.

—Eso ya lo sé, salvaje—Replica Eduardo—. Frederick murió hace mucho tiempo.

—No—Contra argumenta el pelirrojo, sin siquiera molestarse por el insulto gratuito—. Murió hace un poco más de dos semanas. Murió conmigo, en la iglesia del padre Armand.

—¡¿Contigo?! —Se escandaliza Arthur.

Los otros lores comienzan a murmurar otra vez, totalmente indignados con la situación.

APH: Lus Primae Noctis | BritaincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora