La ceremonia concluye en un silencio de ultratumba. Eduardo, mirando a su nuevo lord a los ojos, lo vuelve a abrazar y Allistor vuelve a verse en la obligación de recibir el gesto, siempre ausente, ajeno y extranjero en esa tierra. Ian y Agnus, detrás de él, le sugieren inmediatamente irse, que su lugar en la corte está asegurado y que el daño a Inglaterra por parte de Escocia al menos en niveles diplomáticos es inminente e innegable, pero Allistor no desea irse. No todavía, viendo a Françoise llorar así.
Arthur, notándolo, se le acerca sigilosamente mientras los otros lores murmuran entre ellos diferentes posibles escenarios sobre lo peligroso que sería para la estabilidad política tener a un escocés entre ellos, viéndose como un igual. O peor aún, como un superior, siendo éste un Kirkland, con el dominio que le significa cargar en sus hombros y sus indignas manos. Allistor lo mira de frente cuando el rey vuelve a su elegante trono y lo escruta sin miramientos. Su hermano menor, que en algún punto algo de la inocencia de Lady Catherine conservará o habrá heredado, le hace un ofrecimiento que Allistor no puede rechazar. No si quiere mantenerse allí por más tiempo sin que nadie le salte por la espalda pretendiendo su agónica muerte.
—Pero no podemos conversar aquí—Dice Arthur. Allistor lo mira sin creerle nada—. Lo haremos cuando todos se vayan.
El rey sonríe para sus adentros, adivinando las intenciones de Arthur. Ese chiquillo posee un don para la manipulación y la extorsión. Todos han caído, ese salvaje escocés debería hacerlo también. Lo cree firmemente y no se equivoca.
Los lores se van, Ian y Agnus también lo desean así. Se sienten tan o más extraños que Allistor en el castillo inglés porque jamás pertenecerán a los techos altos, los mosaicos, los tronos, la servidumbre. Posiblemente Allistor termine acostumbrándose y lo saben, pero creen también con absoluta seguridad que su noble corazón soportará al embrujo de la maldad, del sometimiento de su propio pueblo y confían en él como en nadie.
—Váyanse—Dice él hacia su padre y a su suegro—. Yo me iré mañana.
Agnus se rehúsa. No quiere dejarlo ahí, no quiere que Eleanor vuelva a sufrir y no quiere que nadie nunca más le haga daño al hijo que si bien no engendró, ama con todo el corazón como si lo hubiera hecho.
—Oye, muchacho—Habla Ian. Allistor vuelve su mirada verde hacia él por un momento—Estarás bien, ¿cierto?
—Estaré bien—Confirma. La seguridad de su voz deja conforme a Ian, pero a Agnus jamás. El hombre mayor, que conoce bien a los ingleses, no puede depositar su confianza en ningún hombre que se enorgullezca de ser uno de ellos.
—Sólo te pediré algo, hijo—Suspira Agnus—. Ve a ver a tu madre apenas puedas—Le suplica, derrotado, y ambos hombres salen del castillo mientras las esposas de los lores evitan tocarlos, como si cargaran con algo peor que la lepra en sus aspectos.
El padre Armand pasa por el lado de Allistor, lo abraza sentidamente, le revuelve el cabello como si fuera un niño y se dispone a retirarse a su iglesia, sabiendo que ha cumplido la misión que su amigo le encomendó. Ahora Frederick y Kerra podrán encontrar el descanso eterno para siempre, así como él, siente, lo hará pronto.
Los únicos que quedan dentro del castillo son el rey, Arthur, su esposa y él. Grande fue su sorpresa cuando apareció la servidumbre dispuesta a armar una celebración, con música, comida y bebida por montones. Allistor frunció el ceño, intrigadísimo, mirando acusadoramente al rey.
—Tranquilo—Le dice éste desde su lugar, haciendo un gesto despreocupado con una de sus manos—. Es tu celebración, ¿no crees que también te la mereces?
Eduardo sonríe como una bestia enjaulada. Si hubiera dependido de Allistor, no hubiera comido, pero finalmente lo hizo. El rey a la cabeza, a su derecha Arthur, Françoise y a la izquierda de Eduardo, él. Era inevitable percatarse de la falsedad que rodeaba todo ese patético espectáculo y no querer huir de ahí, despavorido. Allistor probó el vino, la carne, el pan, las masas dulces, y todo se le hizo completamente insípido. La música era un bullicio incomprensible e infernal, igual que la alegre conversación entre Arthur y el rey, versus la apagada mirada de Françoise y sus ojos rojos e hinchados por el llanto. Ella no lo miraba, era como si no se atreviera a perturbarlo, y Allistor, con toda la discreción que pudo, pidió salir. Ella quiso seguirlo, Arthur la detuvo con un agarre fuerte en su brazo, obligándola a sentarse otra vez a su lado. Françoise iba a soltarse con brusquedad cuando la amenaza de Eduardo la hizo desistir definitivamente.
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APH: Lus Primae Noctis | Britaincest
FanficEl lord inglés Arthur Kirkland reclama su derecho de pernada sobre el matrimonio de Allistor y Murron, sin dejar de sorprender a los campesinos escoceses cuando sus ojos verdes, codiciosos, no se habían posado en ella para reclamarla, sino en él. ¿P...