An in love heart: II

813 59 233
                                    

El sacerdote debió volver a las colinas de Glasgow cuando apenas iba a la mitad del camino al regreso a la iglesia, porque el grito de Brigitte se escuchó tan fuerte que espantó hasta a la más valiente criatura del bosque. Asustado, recogió como pudo su sotana y corrió todo cuanto sus envejecidos y cansados huesos le permitieron, hasta encontrarse con la trágica escena.

Llovía fuertemente, Allistor no estaba y todo lo que quedaba era el cadáver de una hermosa mujer desvanecerse entre los brazos de su madre, marchitada, y los campesinos que rápidamente intentaron cavar un agujero lo suficientemente profundo para darle a Murron su eterno descanso sin que nadie la perturbara. Los caballos ingleses habían dejado en los caminos sus huellas que ahora comenzaban a desaparecer, pero la sangre de Murron jamás desapareció. Ian y Brigitte la verían para siempre allí, regada como un inagotable río del más doloroso caudal.

Envolvieron su cuerpo vestido de novia en un velo blanco. Brigitte peinó su cabello, lo amarró en una gruesa y brillante trenza que decoró con flores que se me marchitaron al instante de haberla tocado. Su herida ya no sangraba pero rodearon su cuello con una tela blanca hasta que el rojo fue absolutamente censurado, y su cabeza cubierta de velo. Inmóvil sobre un pequeño pedestal, el sacerdote elevó hacia el cielo y en latín su rezo por el alma de la joven, que encontrara descanso eterno en los brazos del Todopoderoso y que su espíritu fuera guiado sabiamente. Sus ojos azules profundos cerrados para siempre tras el velo y la piel más pálida aún, fueron enterradas. Con sumo respeto, los campesinos taparon el cuerpo femenino con la tierra escocesa, la misma que la recibió en llanto cuando Allistor se alejó de ella sin remedio.

Fue así como Murron desapareció. Todo lo que quedó de ella fue el recuerdo petrificado para siempre en los campos de Glasgow, manchados de un rojo espeso que la tierra jamás absorbió y que jamás pudo hacer desaparecer, como tampoco desapareció del corazón de Allistor.

Todo el camino hacia Inglaterra, incluyendo las noches para el descanso de los caballos y los soldados, mantuvo su boca cerrada. Su único instrumento de comunicación fueron sus ojos, que ya no eran capaces de reflejar nada más que una sed de venganza inagotable. Podría empapar su espada con sangre inglesa todos los días de su vida a partir de ese momento; jamás iba a saciarse por completo, porque nadie le iba a devolver a Murron.

Ante eso, los soldados ingleses se reían desde su inalcanzable refugio. Un solo hombre sin entrenamiento militar contra la infantería del lord Arthur Kikrland, cualquiera se hubiera reído por el mal gusto del chiste. Era impensable. Pero por algún motivo, Allistor nunca lo encontró imposible.

Cuando uno de los miembros de la guardia lo empujó brutalmente hacia el interior de una habitación, Allistor esperó dar de bruces contra un piso de piedra, apestado de mal olor y que sus muñecas fueran apresadas por cadenas de considerable peso. Pero en lugar de ello, la luz de las velas le recibió en calor, y su adolorido cuerpo fue acogido por una mullida alfombra de piel de conejo. No estaba en alguna especie de calabozo, estaba en la habitación del lord.

Luego le cerraron la puerta. Escuchó las risas del guardia alejándose paulatinamente hasta desaparecer. Se puso de pie con cierta dificultad pues aún tenía las manos amarradas de las muñecas, y miró hacia enfrente. La cama era tan espaciosa que parecía increíble. De seguro no era una cama de paja y las pieles que la cubrían no eran delgadas, eran gruesas mantas que una sola era la densidad de tres de las que tenía él en casa.

Frunció el ceño al darse cuenta de dónde estaba. No le hacía ninguna gracia. Ni la más mínima. Desesperado, intentó soltarse de las cuerdas de sus muñecas, incluso trató de quemarlas con la llama pequeña de las velas llevándose ciertas quemaduras en el proceso que dejaron de doler a los pocos minutos. Chistó la lengua, frustrado.

APH: Lus Primae Noctis | BritaincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora