A brave heart: VII

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Arthur está absolutamente adherido a él, en un abrazo que lo carcome. Allistor no es capaz de responderle ni de rechazar el gesto porque aunque su hermano no le extienda sus brazos para consolarlo, necesita creer que sí lo hace con ese propósito para dejarse vencer. Llora en silencio delante del muchachito inglés, del asesino de su esposa, del origen de su desgracia. Arthur lo mira, sentado aún en la mesa, agitada su casi repentinamente infantilizada respiración y rememora, como si su mente y corazón lo hubieran traicionado apropósito. Frederick lloraba así también, en silencio, demasiado orgulloso como para hacerlo delante de alguien y demasiado hecho trizas por su pasado como para querer involucrar a su hijo menor, aunque finalmente haya acabado haciéndolo de la peor manera.

Se enfurece al recordar a su padre, y la maldad que siempre expresa tan perfectamente bien en sus sonrisas, se dibuja delante de Allistor.

—No llores—Le dice, y no es el consuelo que Allistor, pese a todo, sigue intentando buscar por lo ingenuo que aún es su corazón porque la voz de Arthur es dura como las paredes del castillo en el que están.

Allistor levanta su mirada verde enrojecida como un niño al que su padre acaba de regañar. Se limpia las lágrimas y se siente tan patético, que ya nada hace por evitar mostrarse tan destruido delante de él.

El jovencito sonríe más. Cuánto le gusta verlo sufrir así, verlo sufrir en serio no por causa de él, sino por lo que Allistor es capaz de llegar a sentir en su propio corazón por culpa de su aterradora confusión.

Allistor entiende que es eso lo que Arthur busca. Destruirlo desde adentro, que se ataque a sí mismo y se vuelva inofensivo, aunque el jovencito cree firmemente que jamás lo logrará del todo.

Lo empuja con brusquedad sobre la mesa otra vez, empleando el mismo tacto hosco que Allistor ha tenido siempre. Intentando calmar su sollozo, sube escaleras arriba y deja a Arthur en la cocina, y al llegar a su habitación, se derrama sobre el colchón de tal forma en que el estridente sonido de la madera es capaz de censurar su llanto patético.

Cuánto le cuesta mantener en pie la promesa que le hizo a Frederick, porque lo mataría con sus propias manos si pudiera, si el corazón se le endureciera tanto como a su padre le sucedió al ver muerta a la mujer que amó, pero Allistor seguía siendo demasiado bueno, seguía manifestando bondad en sus gestos y acciones, pese a lo pesado que sentía el pecho, a la angustia que experimentó no sólo esa noche en donde volvió a caer en la trampa de su hermano sino en las siguientes, donde la carga se volvía una pesada costumbre a la que intentó aprender a hacerle caso omiso otra vez, y aunque muchas veces Arthur se le coló entre las sábanas de la habitación y lo sometía a su toque hechizante, siniestro y poético, consiguió evitar la culpa las últimas veces pese a lo difícil que le resultó.

Arthur solía abrir la puerta a mitad de la noche. Siempre iba descalzo, moviéndose entre la oscuridad como una sombra sigilosa y demoníaca, que ya conocía demasiado bien los espacios en donde su hermano yacía dormido profundamente. Entraba, cerraba la puerta con asombroso silencio y se sentaba al borde de la cama, al lado izquierdo de ésta donde Allistor siempre dormía. Lo sorprendía durmiendo siempre desnudo, como si un calor infernal lo sofocara incluso en sus sueños más profundos, su única censura la parte de la cadera hacia abajo. Cuando Arthur tanteaba su piel, embelesado con su rústica suavidad, sonreía al percibirlo agitado, adivinando que estaba allí, esperándolo. La punta de sus dedos lo rozaba, como si fuera a quebrarse, acariciando el pecho lampiño, ancho, los hombros fuertes, el estómago trabajado, el vientre y el ombligo, donde el camino de vellos rojos se dibujaba como una sugerente guía.

Arthur se desnudaba a sí mismo, abría las mantas de la cama de su hermano y subía a horcajadas a sus caderas tan rápido como con una tela le tapaba los ojos para que no los abriera, y le devoraba la boca. Allistor no se resistía mucho más. Lo atraía hacia sí de las caderas, sabiendo perfectamente quién era, sintiéndolo en toda la extensión de su deseo contra el suyo y allí lo dejaba, sin moverse, sin resistirse, y antes de que amaneciera y que Allistor volviera a despertar, Arthur recogía su única prenda y salía de la habitación principal del castillo.

APH: Lus Primae Noctis | BritaincestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora