Capítulo 7.

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Maratón 2/3

Después del incidente de la regla vino mi semana “especial”. Y con ella los cambios de humor, los dolores, las largas noches en vela y los antojos. Sobre todo los antojos.

Nunca me habían hecho especial ilusión los muffins de caramelo, pero hice ir más de tres veces a Kat a por ellos a la pastelería de la esquina. Ella lo hacía (no con mucho ánimo) porque sabía que una vez se me pasase todo, me sentiría mal por mi egoísmo y le invitaría a cenar a un sitio medianamente decente.

Esa tarde estaba acostada en el sillón con la manta eléctrica y con una pastilla para el dolor mientras hacía lo posible por no retorcerme. Si me retorcía sería peor, siempre lo había sido. Y encima tenía ganas de comer chocolate.

Oí como tocaban la puerta y con toda la fuerza de voluntad que fui capaz me levanté y me enrosqué en la manta para ir a abrir la puerta. En ella estaban unos adorables Luke y Michael cargados de chocolate. Sonrieron con ternura y yo hice lo mismo.

-Kat nos ha dicho que te suelen dar ganas de comer chocolate cuando te duele la barriga.-dijo Luke alzando varias tabletas, un bote de helado y batido. Sonreí y ladeé la cabeza.

-¿Estás bien, cariño?-me preguntó Mike acariciando mi cara. Yo sacudí la cabeza y miré a mis pies.

-De acuerdo, pequeña cabezota. Mike, coge el chocolate, vamos a llevar a la damisela al sofá. -sonrió Luke mientras me cogía en brazos al estilo nupcial y me depositaba en el sofá. Yo me limité a esconder la cara en su pecho.

Los chicos fueron a la cocina y prepararon aún más chocolate caliente. Volvieron al cabo de diez minutos y se sentaron en el sofá con cuidado de no hacerme daño.

-¿Luke? –llamé.

-¿Qué pasa, cielo?

-¿Puedo apoyarme en tu regazo?

-Por supuesto. ¿Estás mejor?

-No. Quiero dormir. –dije haciendo un puchero.

-¿Te llevo a tu cama? –preguntó Michael.

Asentí y cerré los ojos. Esta sin duda era una de las veces que más fuerte me había dado el dolor de estómago.

Mike me dejó con delicadeza en la cama y me tapó con la manta dejando un beso en mi frente. Cerré los ojos y oí como Mike salía de la habitación y me dejaba sola.

-¿Victoria?-llamó Luke.

-Mhm…

-¿Estás bien?

-No.-gemí.

-Es una pena que ese gemido sea de dolor…-replicó Luke riendo.

-Eres gilipollas, Luke.-respondí de mal humor.

-Vale, vale, lo siento. Me voy, Mike ya debe de haber llegado a casa.

-¿Y no puedes quedarte un ratito conmigo?-pregunté haciendo un puchero.

Era una decisión que me llevaba tomando al menos cinco minutos. Una vez las palabras salieron de mi boca me arrepentí de haberlas dicho. ¿Y si él se reía en mi cara?

Pero, contra todo pronóstico, Luke sonrió y con muchísimo cuidado se tumbó a mi lado. Me acurruqué y cerré los ojos con fuerza esperando dormirme lo más rápido posible y así escapar del dolor.

De madrugada me desperté descubriendo con alegría que el dolor había desaparecido casi por completo. Giré mi cabeza y no encontré a Luke a mi lado. En el fondo no me extrañaba, pero aún así me sentí un poco decepcionada. Hasta que encontré la nota.

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