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Al principio, Eijiro creía que lo único que veía en el rubio era admiración. Después de todo, Bakugo iba a ser héroe, cosa que el quirkless nunca podría llegar a ser. Pero, recapacitando un poco cada noche, llegó a la conclusión de que no se trataba simplemente de eso. Por eso tenía un caos mental. Desgraciadamente, Kirishima hijo no quería aceptar sus sentimientos. Una y otra vez se repetía que era admiración, aun sabiendo que no era verdad. En cuanto pasaba por su mente la palabra amor, la intentaba empujar con todas sus fuerzas fuera de su cabeza. Aunque, como se esperaba, eso tuvo repercusiones con ambos quinceañeros. Eijiro apenas le dirigía la palabra al rubio y casi siempre evitaba su mirada.

—¿Qué coño te pasa, pelo de mierda? —le preguntó Katsuki una vez en la tienda solo se encontraban ellos dos.

—¿A mí? —respondió con sobresalto el mencionado.

—No, al florero. ¡Pues claro que es a ti, imbécil!

Kirishima hijo desvió su mirada al suelo, dejando la pregunta de Bakugo en el aire. El de las explosiones prefirió no cuestionarle más, después de todo, pasaba de estar lamiéndole el culo. Lo que no sabía, es que estar de esa forma haría que la tienda también fuese a peor. Apenas se sincronizaban entre ellos, haciendo que en más de una ocasión una persona casi se fuese sin pagar, ganándose una pequeña charla del señor Kirishima.

—U os ponéis las pilas o esto se va a hundir más rápido que el Titanic —les advertía Katashi—. Haced las paces o lo que sea que tengáis que hacer, pero deprisa.

Como siempre, Eijiro acompañó a Katsuki a casa, solo que esa vez fue algo diferente. Ninguno de los dos decía ninguna palabra, ni siquiera se dirigían la mirada. Hasta que Bakugo habló.

—Kirishima...

—¿Sí...? —dijo sobresaltado, después de todo, estaba inmerso en sus pensamientos.

—Suéltalo ya. Dime qué mierda te pasa.

Por la cabeza del pelirrojo pasaban dos opciones; callarse sus pensamientos y emociones o simplemente decirlas. Si hacía lo primero, como bien decía su padre, las cosas volverían a ser como el principio; caótico. Pero si le revelaba al rubio sus sentimientos, corría el riesgo de que éste les rechazase, cosa que le dolería muchísimo a Eijiro. Después de un tiempo en silencio, el pelirrojo empezó a hablar.

—Bakugo, no quiero que ni me malinterpretes, ni que me odies... —comenzó dudoso—. Yo... no estoy seguro de mis sentimientos.

—¿Hacia qué? —preguntó con cierta molestia.

—Hacia ti.

Katsuki se quedó sin palabras. Frenó su paso del todo, quedándose quieto observando al pelirrojo.

—¿Qué...? —consiguió articular.

—Que yo... no sé si me gustas, Bakugo.

El rubio estaba a punto de mandarle a la mierda y decirle que se dejase de gilipolleces, pero instantáneamente, Kano, la madre de ese chico, le pasó por la mente con sus palabras. "Cuida de mi hijo, por favor". Maldijo internamente a toda la familia Kirishima. No podía soltarle algo tan dañino a Eijiro después de lo que le dijo a Kano. No podía no cumplir sus últimos deseos antes de fallecer. No podía traicionar a la familia con la que trabajaba.

—¿Y qué quieres hacer? —le preguntó.

—Yo no estoy del todo seguro... —respondió con la mirada baja—. Lo pensaré bien, pero prométeme que tú también lo pensarás...

Bakugo suspiró. No quería hacerle ilusiones al quirkless, después de todo, le consideraba como un gran amigo, aunque no lo dijese.

—Sí, está bien, lo pensaré... —prometió antes de volver a emprender la marcha.

—¡Gracias, Bakugo! —le dijo con una sonrisa brillante.

El resto del camino lo hicieron en completo silencio. Kirishima había cumplido parte de su cometido, así que no quería arruinarlo con palabras. Mientras, Bakugo se planteaba qué hacer con él mismo. Toda su cabeza era un lío.

Cuando estuvieron a punto de llegar a la puerta de los Bakugo, Eijiro abrazó a Katsuki.

—¿Qué haces, pelo de mierda? —le preguntó cortante el rubio.

—No sé... Creo que si hago esto pensaré mejor después.

—Eso no tiene lógica, imbécil —gruñó.

—¡Para mí sí! —exclamó antes de darle un pequeño beso en la mejilla y echar a correr—. ¡Nos vemos mañana, Bakugo!

Y ahí fue donde dejó atrás al de la particularidad explosiva, haciendo que éste quedase aturdido y rojo como el color de pelo de Eijiro. A continuación, el rubio se metió directamente en la cama. No quería hablar con su familia ni tampoco cenar. Solo quería pensar. Tenía el corazón casi fuera de su pecho de lo rápido que latía. No sabía ni siquiera por qué se sentía así. No sabía nada de nada, en verdad.

Se planteó su relación con el pelirrojo. Se imaginó a ellos dos saliendo como una pareja. Se vio separado de él por rechazarlo. Se visualizó en tantas situaciones diferentes que su cabeza era un lío. Maldijo haber aceptado pensar sobre ambos. Maldijo haber empezado a trabajar. Maldijo haberse acercado a Eijiro. Se maldijo a sí mismo. Deseaba quedarse en la cama hasta que los años pasasen y todos los Kirishima se olvidaran de él. Eso era, deseaba quedarse allí para siempre. Pero, obviamente, no podía. Tenía que dar la cara, responder a Eijiro.

Empezaba a tener calor y a agobiarse entre las paredes de su cuarto. Necesitaba salir. La última vez que lo hizo no salió precisamente bien, pero lo necesitaba. Y eso hizo.

Se puso unas zapatillas y una chaqueta y abandonó su casa con sigilo, tratando de no despertar a sus padres. Se dirigió al parque, sitio que le relajaba un montón. Pero, para su mala suerte, se encontró al motivo de su noche en vela allí mismo, ejercitándose. Se encontraba con una camiseta de tirantes y pantalones anchos haciendo flexiones, a pesar del frío nocturno. Katsuki se acercó a él.

—Hey, pelo de mierda.

—¡Bakugo! —exclamó con sobresalto antes de caerse de bocas contra el suelo. Le había pillado completamente por sorpresa.

El rubio se empezó a reír con fuerza. Eijiro solo decía que no se riese, que le había asustado, pero el otro no le hacía caso. Hasta que sus risas se fueron apaciguando lentamente.

—¿Qué haces aquí, imbécil?

—Bueno... si quiero salvar personas, necesito ser al menos algo fuerte —explicó al mismo tiempo que se levantaba del suelo con ayuda de la mano de Bakugo.

—Lo sé —dijo Katsuki mirando ambas manos agarradas la una a la otra. El pelirrojo aún no había disuelto el agarre.

—Hey Baku... —iba a llamar Eijiro, pero se vio interrumpido por los labios del rubio, los cuales estaban encima de los suyos.

Que el amor florezca [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora