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Después de aquel momento emotivo, el día fluyó con total normalidad, incluso Kano se vio con las fuerzas suficientes como para dar un pequeño paseo. Para cuando se quisieron dar cuenta, ya era la hora de dormir y, después de la larga caminata que hicieron por la tarde, la mayor no tardó mucho tiempo en cerrar los ojos y quedar completamente dormida. El corazón de Eijiro se ablandó al ver a la mujer descansando tan plácidamente, con lo cual no se pudo resistir a arroparla y besar su frente. Después de hacer aquello, cogió su móvil y buscó entre sus contactos el de Bakugo. Escribió un mensaje corto pero conciso, pensando en que el rubio se lo agradecería.

"Mucha suerte con el examen mañana! Patéales el culo a todos, eres el mejor!".

Miró un par de minutos el móvil esperando la respuesta del rubio, la cual no tardó mucho en llegar. Ésta se trataba de una captura de pantalla de su alarma para el día de mañana, bastante temprana para el gusto de Eijiro. En el pie de imagen dejó también algunas palabras. "No dudes que lo haré, además seré el primero en la clasificación". Kirishima no pudo evitar reír un poco para después escribirle un último mensaje; "Duerme bien, te hará falta".

Una vez dicho aquello, el pelirrojo dejó su móvil de lado para meterse en la cama cerca de su madre, para así ser contagiado por su calor. Fueron escasos minutos los que bastaron para que el joven quedase dormido, soñando así con la persona a la que más admiraba; Bakugo Katsuki.

~


Los siguientes días pasaron con demasiada tranquilidad. Todavía seguían saltando de vez en cuando llamadas en el móvil de Eijiro de parte de su padre, pero todas eran rechazadas o ignoradas. Kano había salido a pasear un par de veces más y seguía su plan de medicaciones a la perfección, sin saltarse ni una sola pastilla. Hacía varios días que Kirishima hijo no hablaba con Katsuki, pero no le dio mucha importancia. Supuso que estaría nervioso por saber los resultados del examen, así que prefería no molestar.

A pesar de que sabían que las noches en el motel estaban siendo un gran gasto, no podían salir de él. No había dónde alojarse en aquella zona de manera más barata que en donde ya se encontraban, con lo cual era estúpido buscar otro lugar, además de que ya le habían cogido un cariño especial a aquella sala.

Hacía ya varias noches que Kano comenzó a toser un poco. Era una tos ronca y seca y, cuando empezaba, no podía parar. Las primeras veces, Eijiro acabó bastante asustado, pero la mayor le decía una y otra vez que se encontraba bien, que ya le había pasado otras veces. Aunque el quirkless, en el fondo, sabía que era mentira.

Como muchas otras veces, Eijiro se acurrucó al lado de su madre aquel anochecer. La sensación de tranquilidad se coló en su cuerpo como muchas otras veces, dándole una inmensa facilidad para caer dormido. Escuchó susurrar a su madre su nombre, con lo cual no tuvo más remedio que mirarla a los ojos, a pesar de lo mucho que le pesaban los párpados.

—Te quiero mucho, pequeño. Duerme bien —le deseó buenas noches, como miles de otras veces.

—Yo también te quiero, mamá —dijo suavemente Eijiro, con una sonrisa imborrable en su rostro.

La noche pasó rápido y, para cuando Eijiro se quiso dar cuenta, ya se les había echado encima, devorándoles sin piedad. Una sensación fría recorrió de arriba a abajo al pelirrojo, haciéndole despertar cubierto en sudor helado. Era demasiado temprano por la mañana. Al asomarse un poco, pudo ver cómo varias nubes negras se alzaban por el firmamento, amenazando con soltar toda su lluvia contra la tierra. Parecía que ese día iba a llover.

Segundos después fijó su vista en la mujer que tenía tumbada al lado. Su cara no mostraba expresión ninguna, lo cual hizo a Eijiro extrañarse bastante. Al mirarla más detenidamente, apenas pudo notar movimiento en su pecho, ni siquiera el vaivén de la respiración. Con una gran angustia carcomiéndole, levantó su mano temblorosa en dirección al rostro de la mayor, notando una clara sensación en su mano.

Frío.

Lágrimas ya se habían formado en los ojos de Eijiro, las cuales se iban deslizando con velocidad mientras varios "no" salían de su boca. Intentó tomarle el pulso, con su corazón a punto de escapársele del pecho. Nada, no sentía nada. Volvió a probarlo, una y otra vez, sin éxito alguno. Los minutos pasaban, y, a pesar de que el pelirrojo llamase continuamente a su madre, ella no despertaba.

Entre el horror, los gritos, las lágrimas y la sensación que tenía en el cuerpo la cual estaba a punto de matarlo, lentamente fue asumiendo la realidad. Se acabó. Se había acabado.

Tan despacio como pudo, fue haciéndose una pequeña bola, sosteniendo la mano de Kano cerca de su cara. Quién sabe cuánto tiempo pudo pasar en esa misma posición. Quizás horas. Había perdido la noción del tiempo completamente. Tenía el corazón roto y la mente ida. Se sentía solo, aislado. Todo su mundo se vino completamente abajo, como otras veces en los pasados días, pero esta vez con una intensidad que le era desconocida. De vez en cuando susurraba palabras de arrepentimiento, le pedía perdón a su madre, pero ya nada servía. No iba a volver.

Sentía que su cuerpo se había drenado por completo después de haber expulsado tantas lágrimas por sus ojos rubíes. De vez en cuando le costaba respirar, hiperventilando. A veces incluso temblaba, aferrándose aún más si es que era posible a la mano de Kano. No se atrevía a abrazar su torso. No estaba preparado para sentir el frío que éste emitiría.

Lo único que le pudo sacar de aquel trance fue su teléfono. Identificó aquella melodía al instante; era la que él mismo había puesto para diferenciar las llamadas del rubio de las del resto. Temblando, consiguió levantarse de la cama y rebuscar entre sus cosas para al fin sacar su móvil. La pantalla se iluminaba con el nombre de Bakugo en ella. Antes de contestar, estuvo varios segundos observándolo. Cuando miró la hora pudo ver cómo el tiempo había volado. Eran ya las 17:47 de la tarde. Había estado más de diez horas apegado al cuerpo de Kano. Con muchísimo dolor, consiguió contestar a la llamada.

—¿Hola...? —habló con voz quebrada.

—Kirishima, soy yo —respondió Bakugo. Su voz sonaba algo más animada que de costumbre—. Tengo algo que decirte, algo importante.

Kirishima permaneció algunos segundos en silencio.

—Sí, yo también —consiguió susurrar—. Tú primero.

—Si insistes... —fingió desinterés—, me han aceptado en la UA. Quedé primero en la clasificación, todos eran unos inútiles comparados conmigo. Les di una paliza. Mañana empiezo las clases.

Kirishima apenas estaba sorprendido, sabía que lo conseguiría. Pero, desgraciadamente, no tenía el ánimo suficiente como para poder celebrarlo. Aún así, intentó fingir una felicidad que no sentía.

—¡Me alegro muchísimo, Bakugo...! —dijo en un tono de voz tan falso que cualquiera notaría.

—¿Y bien? —le cortó Katsuki al oír aquello. No le parecía ni medio normal la actitud por parte del pelirrojo—, ¿qué era lo que tenías que decir tú?

Ahora el miedo volvía a inundar a Kirishima. ¿Debía decirle la verdad y arruinar la felicidad del rubio? Realmente no quería hacerlo. No quería mentirle de todas formas. Así que no le quedó otra opción.

Colgó el teléfono, dejando a Katsuki al otro lado de la línea.

—¿Kirishima? Oye, ¿estás ahí? —preguntaba—. Mierda, se ha cortado.

Bakugo maldecía una y otra vez mientras marcaba de nuevo el número de Eijiro, pero el contestador saltaba, diciendo que la línea no estaba disponible.

Kirishima hijo, después de un largo tiempo, le devolvió, de una vez por todas, la llamada a su padre.

Que el amor florezca [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora