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A pesar de haber soltado algo que le llevaba atormentando durante días, Katsuki seguía sintiendo la misma presión en el pecho que horas atrás. Quizás incluso más fuerte que antes por revelar lo que llevaba dentro. No quería escuchar la respuesta de su madre. No quería escuchar al mundo. Todo dentro de Katsuki se había venido abajo después de la confesión. Nunca le había visto el problema a "salir del armario", pero ahora era cuando empezaba a sentir la mirada de la sociedad sobre él. No quería ser insultado ni humillado por sus gustos. Instantáneamente, se arrepintió de haberle contado a su madre su orientación sexual. Pero ya no había vuelta atrás.

—Katsuki, no veo el problema mientras seas feliz —susurró Mitsuki, haciendo que el pequeño Bakugo se sorprendiera por la respuesta.

El rubio sonrió para sus adentros. La inseguridad le había devorado por un segundo pero, con la compañía de su familia, la vida le sería algo menos complicada.

—Claro, igualmente yo iba a acabar estando con quien me diese la gana —respondió Katsuki, haciéndose el desinteresado.

La señora Bakugo, sorprendentemente, ese día no tenía ganas de pelear, con lo cual dejó a su pequeño tumbado en la cama, no sin antes alborotarle algo el pelo y taparle con las mantas de su cama.

—Duerme bien, Katsuki —finalizó Mitsuki retirándose lentamente y abandonando, al fin, la habitación.

El rubio permaneció acostado en su cama. Por su mente solo pasaba una persona; Eijiro. Sabía que el día siguiente iba a ser duro y pesado, con lo cual decidió mentalizarse sobre él. Decidió tomarse con calma el tema, ya que la tienda no era precisamente un buen lugar para hablar sobre ello. Pensó también en actuar con naturalidad con el pequeño Kirishima, no quería para nada empeorar más la situación en la que se encontraban. Por su mente pasaban mil cosas, pero, finalmente, el sueño se apoderó de él y cayó rendido, pasando así al mundo de los sueños.

A la mañana siguiente, Katsuki se levantó algo más temprano de lo normal para reducir un poco el ritmo de su rutina. Salió de casa a paso lento, quería despejar sus ideas mientras el frío mañanero le golpeaba la cara, refrescándole así un poco la mente. Después de haber expuesto sus ideales de esa forma la noche anterior, se sentía más relajado que nunca. Pero una sorpresa le esperaba en la puerta del pequeño comercio de los Kirishima; Katashi se encontraba solo abriendo la persiana metálica de la tienda.

—¿Dónde está...? —consiguió preguntar incrédulo Bakugo.

—¿Eijiro? —respondió Katashi, recibiendo un asentimiento dudado por parte del rubio—. Oh, hoy estará en casa, anoche no se encontraba bien.

Aquello le dio un tremendo shock al rubio. Todo lo que había pensado había sido en vano. Se sintió estúpido por una parte de él. Quería volverse a casa corriendo y no trabajar. Pero no le quedaba otra opción que no fuera entrar en la tienda y hacer su tarea.

Katsuki pasó una gran parte de la jornada encerrado en sus propios sentimientos, siendo incapaz de ver más allá. Katashi le advirtió en varias ocasiones que si no se encontraba bien, debería irse a casa. Pero no era algo que Bakugo iba a hacer. Nunca lo admitiría en voz alta, pero lo único que quería hacer era ver a Eijiro. Tenía seguro que no había acudido al trabajo por su culpa. El arrepentimiento se estaba adueñando del cuerpo de Katsuki, la inseguridad también le había invadido, pero aún así quería disculparme con el pelirrojo.

Al parecer, el ángel de la guarda de Bakugo escuchó sus súplicas, mandándole una gran ayuda. Kano, la madre enferma del chico que le tenía perdido, hizo aparición en la tienda. Enseguida, la mujer se dio cuenta del estado de ánimo de Katsuki.

—Katsuki-kun... —susurró Kirishima madre en un tono cercano. Hacía tiempo que nadie le llamaba Katsuki aparte de sus padres, pensó el mencionado—, ¿te encuentras bien?

El rubio se tomó varios segundos para analizar a la mujer. Lucía más cansada de lo normal, sin duda alguna. Sintió un vacío en su cuerpo. Él le tenía cariño a aquella mujer, casi la consideraba una segunda madre. Con un nudo en la garganta y una predicción sobre el futuro de Kano, Katsuki acabó por responder en un tono suave algo que nunca pensó decir.

—Estoy preocupado por tu hijo... No es el tipo de persona que se saltaría un día de trabajo, nada más.

La mayor sonrió con ternura. Definitivamente le agradaba el chico rubio.

—Cuando termines tu turno puedes ir a verle —le ofreció.

Estaba claro que a Bakugo le gustaba la idea, pero aún así pensó varias veces la respuesta. No estaba del todo seguro si a Eijiro le haría tanta gracia como a él verle.

Una vez más, arrojó sus inseguridades de golpe.

—Iré —concluyó y volvió a su tarea.

Kano, con un sentimiento de satisfacción invadiéndola, marchó de nuevo hacia la residencia de los Kirishima. Eijiro seguía encerrado en su habitación desde por la mañana. A pesar de no haber estado con él, Kano sabía a medias el porqué de su estado de ánimo. Había visto a su marido bajar las escaleras a toda velocidad y a su pequeño llorando. Se maldijo a sí misma por no tener la suficiente fuerza en el cuerpo para levantarse y estar allí con su único hijo.

La mujer empezaba a sentirse muy cansada. Aunque la tienda se encontraba cerca de su casa, la caminata la había hecho polvo. Aún así, hizo un último esfuerzo para ver a su niño e intentar que volviera su estado de ánimo habitual en él. Abrió la puerta con sutileza para encontrarse a Eijiro tumbado en la cama con las luces apagadas. Estaba tapado hasta arriba con algunas mantas.

—Eijiro... —susurró Kano. Su voz estaba perdiendo fuerza, necesitaba sentarse pronto para poder recuperar ese cansancio que sentía.

—¡Mamá...! —exclamó el pelirrojo al ver cómo estaba su madre. Instantáneamente, se levantó de su cama y la ayudó a sentarse en la misma.

—¿Estás bien, pequeño...? —dijo la mujer acariciándole suavemente la cara.

Eijiro permaneció en silencio unos segundos. Francamente, no sabía cómo responderle a su madre. Él no estaba bien, pero la mujer a la que más quería lo estaba menos. No quería que Kano tuviese más preocupaciones en su cabeza, pero tampoco quería esconderle nada a ésta.

—No muy bien, mamá... —acabó respondiendo—, pero no pasa nada, pronto estaré mejor —finalizó con una sonrisa algo triste.

La mayor conocía demasiado bien a su pequeño, con lo cual lo envolvió entre sus débiles brazos y le susurró al oído.

—Aunque lo estés pasando mal ahora, tal y como tú dices, todo mejorará con el tiempo. No te rindas por nada del mundo, ¿me has escuchado?

Para Eijiro, su madre era una de las mejores consejeras del mundo. La consideraba muy sabia y sensata. El mensaje que le había transmitido su progenitora había penetrado profundo en su ser. A pesar de la mala condición de ella, la mujer nunca se rendía, con lo cual él tampoco tenía derecho a hacerlo. Su hijo, con lágrimas en los ojos amenazando con salir, reunió suficiente valor como para responder.

—Te escucho, mamá, te escucho.

Que el amor florezca [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora