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En cuanto Katsuki vio al pelirrojo, sus piernas comenzaron a moverse por sí solas, corriendo hacia él. Prácticamente apartó a su madre de un empujón saltando encima de él, abrazándole. Eijiro casi perdió el equilibrio, pero no lo hizo, haciendo el abrazo aún más fuerte. El rubio enterró su cabeza en el hombro del quirkless, agradeciendo mentalmente que estuviese bien. Masaru y Mitsuki simplemente se limitaron a observar la tierna escena. Segundos después, el rubio se apartó de Eijiro, haciéndole pasar dentro de la casa.

—Pasa ya, pelos de mierda —comenzó a decir. Su mirada era una mezcla entre tristeza y alivio—. Tienes mucho que explicar.

Y el rubio no se equivocaba, aunque prácticamente todos en la sala deducían lo que había ocurrido. Eijiro saludó también a Masaru. El mayor le respondió con una sonrisa cálida. A pesar de que el joven estaba muy nervioso, los progenitores del rubio le transmitían confianza.

Todos se sentaron en la mesa de aquel comedor. La familia Bakugo estaba hambrienta de noticias, así que el pelirrojo comenzó a hablar. Les habló sobre cómo le habían prohibido entrar en su casa y ver a su madre si antes no se disculpaba. Les contó cómo su padre era incapaz de comprender su situación, obligándole a elegir. Pero, sobretodo, les expresó cuánto le dolía no poder hablar con su madre sobre el tema. Eijiro tenía unas ganas inhumanas de saber su opinión. Nunca había escuchado a Kano hablar de forma despectiva sobre el colectivo LGTB, y no creía que pensara lo mismo que Katashi.

En el fondo del gran corazón de Kirishima hijo, también tenía miedo de perder a su madre sin antes contarle él mismo cómo era su relación con Katsuki, pero era incapaz de decir aquello en alto.

—O sea que tu madre está enferma y tu padre te ha prohibido verla... —comentó Mitsuki una vez Eijiro acabó de hablar. Él solo asintió.

—Esto es absurdo... —maldecía el rubio—. ¿Ni siquiera puede opinar si le gusta la decisión que ha tomado su marido sobre su hijo? Solo por que esté así no significa que no pueda hacer nada por su cuenta, joder.

—Lo sé, pero... en estos momentos, mi padre no puede ver más allá —justificaba Eijiro—. La situación se le ha echado encima, seguramente más adelante hasta pueda permitirlo, aunque, desgraciadamente, no sé si llegará a entenderlo...

—Pequeño Eijiro, ahora estás hablando de cuentos de hadas —le replicó Mitsuki—. A no ser que algo gordo ocurra, tu padre va a seguir siendo igual de cabezota. No es algo que pueda cambiar así como así, y menos con estos temas.

El mencionado solo pudo mirar abajo. Katsuki quería replicarle algo a su madre por ser tan brusca con él, pero las palabras no salían. Por una parte, creía que ella tenía razón, por mucho que desease que no fuera así.

—Bueno... ya se ha hecho suficientemente tarde —concluyó Masaru—. Quédate aquí para pasar la noche, Kirishima-kun.

—Se lo agradezco, de verdad.

Lentamente, su reunión se fue disolviendo. Todos subieron en silencio a las habitaciones. Probablemente lo hicieron así porque no había palabras que no se hubiesen dicho antes. Finalmente, los jóvenes se separaron de los mayores cuando cada uno entró en su habitación correspondiente, cerrando las puertas tras ellos. Eijiro ya había estado antes en la habitación del rubio, pero se sentía como si fuese la primera vez. Nada más entrar, Katsuki fue directo a su armario para dejarle algo de ropa al pelirrojo, mientras que el otro investigaba un poco por la habitación, algo más detalladamente que la última vez. Después de todo, en la anterior visita se encontraba demasiado nervioso como para poder analizar correctamente. Ahora tenía la mirada algo perdida. Estaba cansado y, a pesar de que la herida apenas dolía, la gasa le molestaba. Al parecer, Katsuki se percató del estado de cansancio y desánimo del pelirrojo, ya que dejó la ropa que había seleccionado encima de la cama y se acercó a él, dándole un cálido abrazo por detrás a la vez que apoyaba su cabeza en el hombro de Kirishima. Eijiro sin duda agradeció el gesto. Acarició las manos del rubio dulcemente, susurrando un pequeño gracias.

—Vamos a dormir ya, Kirishima. Tienes cara de muerto.

Aunque Katsuki no mentía, al pelirrojo se le escapó una corta carcajada. El rubio se separó de él dirigiéndose a la cama, cogió la ropa y se la lanzó a la cara.

—¡Hey! —se quejó Eijiro no muy fuerte. Otra risa volvió a salir de su boca.

El rubio le chistó para que guardase silencio, aunque él también tenía una sonrisa en el rostro. Comenzó a desvestirse para empezar a ponerse el pijama y Kirishima hizo lo mismo. Cuando ambos estuvieron vestidos, Bakugo sacó el futón que tenía guardado en el armario, colocándolo al lado de la cama y extendiendo una manta sobre él.

—Yo dormiré aquí —dijo señalándolo—. Y ni se te ocurra protestar, porque no te voy a hacer ni puto caso.

Kirishima hizo un mohín, pero acabó por aceptar. Estaba demasiado abatido como para ponerse a discutir con el rubio de personalidad explosiva. Después de todo, esas peleas de verdad eran intensas.

—Pues buenas noches, entonces —le respondió con una sonrisa.

Ambos se metieron en sus respectivas camas, agotados. Una vez Bakugo estuvo tumbado, fue capaz de pensar algo más en paz. Estaba nervioso, pero nunca se lo demostraría al pelirrojo. No quería transmitirle ese tipo de emociones. Definitivamente estaba preocupado por él también. A pesar de que su familia le podría cubrir por un tiempo, era imposible hacerlo por siempre.  No sabría hasta cuándo duraría aquella cobertura. ¿Quién sabe qué pasaría después?

Aquellos pensamientos le hacían difícil dormir, y el pelirrojo se percató de ello rápidamente. El rubio no paraba de girar una y otra vez sobre sí mismo, moviéndose continuamente en el futón. Eijiro bajó con suavidad su brazo de la cama, acercando su mano hacia la de Katsuki, agarrándola.

—Tranquilo, todo va a estar bien —le susurró—. Intenta dormir.

Bakugo inhaló y exhaló fuertemente. La mano del quirkless sin duda le transmitía seguridad.

Minutos más tarde, cuando todo parecía más calmado y ambos estaban a punto de pasar al mundo de los sueños, un fuerte ruido les despertó. Más concretamente, el ruido de un teléfono, el de Kirishima.

Alarmado, Eijiro se levantó y buscó entre su ropa, sacando rápidamente su móvil para no despertar a los padres del rubio. Un número desconocido le estaba llamando. Extrañado, miró a Bakugo, el cual le devolvió una mirada igual. Con algo de duda y confusión, acabó por coger el teléfono.

—¿Hola...? —preguntó.

—Eijiro... soy yo, mamá —escuchó la voz de Kano tras la línea—. Dime dónde estás. Voy para allá ahora mismo. Nos vamos.

Que el amor florezca [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora