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Después de pasar varios minutos entre los brazos de su madre, la mayor acabó por retirarse e irse del cuarto de su hijo para poder descansar en el suyo propio, dejando así al pelirrojo solo. Estaba bastante más tranquilo que antes, había podido liberar gran parte de sus preocupaciones en ese momento de cariño. Estaba a punto de sumergirse de nuevo en sus pensamientos con algo de música, pero de golpe escuchó el timbre.

-¡Voy yo! -gritó saliendo de su habitación y dirigiéndose hacia la puerta.

Al abrirla se llevó una gran sorpresa. Detrás de ella se encontraba la persona por la que había llorado y gritado la noche anterior; Bakugo Katsuki. Eijiro no sabía qué hacer ni cómo reaccionar, pero al parecer no hizo falta, ya que el rubio se le adelantó.

-Vayamos a dar una vuelta -propuso repentinamente.

El pequeño Kirishima apenas tenía palabras para aquellos momentos y, sin mucho que pensar, respondió.

-Sí, claro, déjame prepararme... -respondió el pelirrojo adentrándose de nuevo en su hogar.

Pocos minutos pasaron y Eijiro ya estaba listo para partir. Estaba muy nervioso, pero se había medio-mentalizado para aquello.

-Vámonos -dijo Katsuki en un tono nunca antes oído. Era una voz suave, tranquila.

Una vez dicho esto, ambos emprendieron el rumbo. Era un trayecto que los dos habían hecho varias veces en el tiempo que se llevaban conociendo. Un camino en el que los dos jóvenes se enamoraban más y más cada vez que lo recorrían. Al final de éste, no podía haber nada más y nada menos que la casa de los Bakugo. Sin decir palabra, ambos sabían adónde se dirigían. No es que no hablasen por miedo, sino porque no había palabras.

Sin apenas darse cuenta, llegaron a su destino. Después de un largo tiempo en silencio, una de las dos voces se volvió a escuchar hablar. Era la de Bakugo.

-Mis viejos no están en casa ni volverán esta noche, podremos hablar tranquilos.

Eijiro asintió y, al entrar en la morada, la inspeccionó algo por encima. Parecía un lugar acogedor. Siguió a Katsuki escaleras arriba hasta por fin terminar en la habitación del rubio. Todo estaba perfectamente ordenado.

-Siéntate -le ordenó el chico de quirk explosivo al pelirrojo.

El otro obedeció la orden sin rechistar, quedando así sentado en la cama de Katsuki. El último mencionado lo hizo a continuación, quedándose mirando un punto fijo. Al parecer ninguno sabía cómo empezar la conversación, pero Eijiro decidió adelantarse al rubio.

-Siento no haber ido hoy al trabajo, sé que querías solucionarlo lo antes posible... -expresó en apenas un susurro. Esperó un tiempo para recibir una respuesta, pero ésta nunca llegó. Algo apenado, se dirigió al tema principal de aquella reunión-. Bakugo, dime la verdad, ¿estás confuso porque yo también soy un hombre, verdad...?

A pesar de que la pregunta le había pillado desprevenido al rubio, el pelirrojo había dado en el clavo. Le dolía admitirlo, pero aquello era cierto.

-¿Tú no lo estás por eso...? -respondió el rubio de tal forma que parecía que arrastraba sus palabras, como si fueran muy pesadas.

Eijiro sonrió ligeramente. Esa pregunta le dolía, no tenía ninguna duda sobre ello.

"¿Qué pensaran de mí?"

"¿Esto está bien?"

"¿Por qué yo soy el raro?"

Eran preguntas que se había planteado una y otra vez en su cabeza por culpa de la mirada de la sociedad. Ésas y muchas otras más. Eijiro las había afrontado a todas y cada una de ellas solo. Pero nunca dejaría que Katsuki pasase lo mismo que él pasó.

-Supongo que juego con ventaja... -dijo Eijiro con una pequeña risa-, yo soy gay, Bakugo. Lo sé desde hace un tiempo.

La reacción del rubio fue deslizar lentamente sus manos hasta cubrir su cara. Se dijo a sí mismo que debería haber pensado esa posibilidad antes, pero alguna parte de su cerebro le frenaba sobre meditar aquello, sobre etiquetar a alguien con ése adjetivo.

-Ahora tiene más sentido por qué no estás igual de confuso que yo -soltó mirando al fin directamente a los ojos de Eijiro. El pelirrojo le dedicó una sonrisa tranquila.

-Supongo que querrás tiempo para pensar, ¿no es así...? -dijo con algo de pena mirando a un punto fijo-. No importa, puedo esperar, de verdad que puedo...

Katsuki se percató del dolor de las palabras de Eijiro en un segundo. Los sentimientos le estaban quemando por dentro.

-No, no, no... ¡mierda, joder...! -empezó a maldecir el rubio frustrado. Al ver la desesperación de éste, Kirishima apoyó su mano en su hombro, transmitiéndole tranquilidad. Bakugo cogió aire a grandes bocanadas y volvió a empezar de nuevo-. No quiero esperar más, joder...

El cerebro de Eijiro desconectó por unos segundos. Su cuerpo empezó a actuar por sí solo, deslizando lentamente la mano que tenía en el hombro de Katsuki por su nuca, a la vez que su otro brazo se levantaba para envolver al mismo. El resultado fue Kirishima abrazando al rubio, algo que llevaba queriendo hacer desde hace bastante tiempo. La tensión de Bakugo empezó a desaparecer lentamente, dejándose querer por el pelirrojo y mezclándose con él, apoyando su cabeza en el hombro del más bajo. Agarró su cintura suave pero firmemente, inhalando todo su olor. A pesar del momento que estaban viviendo, ambos se pudieron relajar en aquel contacto. Kirishima acariciándole el pelo alborotado que tenía, mientras que el otro mostraba a un Bakugo indefenso, inseguro. Un Bakugo que sólo él podía sacar a la luz. Entre el silencio, el rubio se atrevió a hablar.

-¿Por qué lo tenemos que pensar tanto nosotros solo por ser del mismo género, maldita sea? -maldijo con una voz quebrada.

La respuesta de aquella pregunta nunca llegó a los oídos de Bakugo. Ambos sabían la respuesta. Simplemente se limitaron a permanecer en esa posición hasta que el sol se escondió por completo, llenando de oscuridad la habitación de Katsuki. Lentamente, Kirishima se fue despegando del cuerpo de Bakugo hasta quedar totalmente separados.

-Creo que tendré que ir volviendo a casa, ya está todo oscuro y es tarde... -explicó Eijiro a la vez que se levantaba de la cama del rubio, sin dejar de mirarle a los ojos.

-Mañana espero que no faltes al trabajo, pelo de mierda -respondió Bakugo con una sonrisa algo pícara.

-¡No, ahí estaré! -afirmó el otro devolviéndole otra más radiante que el sol.

Ambos fueron escaleras abajo para que por fin el pelirrojo regresara a su casa. Antes de que Kirishima saliese, se despidieron con un choque de puños, que era suficiente para los dos después de todo lo vivido en ese día. Nada más que Katsuki cerrase la puerta, Eijiro soltó un grito de felicidad. Bakugo, al escucharlo desde el interior, no puedo evitar sonreír.

Que el amor florezca [KiriBaku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora