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MinGyu azotó la puerta tras de sí incapaz de controlarse, se sentía tan frustrado, tan impotente, de ver cómo el alfa de la manada seguía poniéndose en riesgo como si su vida no importara o pudieran reemplazarlo tan fácilmente. 

Era tan imprudente y obstinado, tenía la certeza de que lo hacía porque él siempre estaba ahí para curar sus heridas cuando algo salía mal, él era el idiota que corría a su auxilio tras la batalla, el mismo que había dedicado su vida a prepararse para estar a la altura de cualquier situación. ¿Y así era como le pagaba? gritándole solo porque estaba preocupado. 

  — Estúpidos alfas temperamentales.  —gruñó furioso, antes de que uno de sus puños se estampara contra uno de los pinos que que rodeaban el claro, haciendo que cayera la nieve atrapada entre las ramas  —. 

El omega se tomó unos segundos en un intento de tranquilizarse, el aire frío le quemaba al entrar a sus pulmones, había sido un idiota al lanzarse hacia el bosque sin llevar un abrigo decente. 

El pequeño claro estaba rodeado de pinos, era ese el lugar en el que su familia cultivaba todas las hierbas medicinales que necesitaban para elaborar los ungüentos o tés que ofrecían al pueblo. Pero como cada año, el invierno arrasaba con las pequeñas plantas que no sobrevivían mucho tras las primeras nevadas.  Ahora los pequeños brotes estaban sepultados bajo la gruesa capa de nieve y no tardarían en marchitarse a causa del frío. 

 MinGyu suspiró con cansancio, dejando una nube de vaho a su paso, los guantes que antes lo protegían del frío terminaron en el morral de piel que colgaba de su hombro y se dejó caer de rodillas entre la nieve para rescatar tanto como pudiera de aquellas plantas medicinales. 

El cielo se iba oscureciendo mientras MinGyu arrancaba brotes de hierba con manos temblorosa y entumecidas, pequeñas heridas ardían al contacto con la humedad de la nieve y él sólo seguía adelante para evitar los pensamientos que azotaban su mente desde que salió de aquella cabaña.

Ahora el enojo era sustituido por la vergüenza ¿de qué otra forma se podía sentir cuando se había confesado ante un hombre que lo último que deseaba era emparejarse? WonWoo no quería lidiar con omegas, el alfa jamás tenía reparos en aclarar a los ancianos de la manada, que él no necesitaba marcar a nadie para ser un buen líder. Ya bastantes problemas tenía como líder de la manada como para complicarse aún más con una relación. 

Y se supone que MinGyu no necesita nada más, para él basta con ser el que está a su lado cuando el alfa ha sido lo bastante imprudente para terminar herido, o cuando necesita un consejo que no venga de un manojo de impulsos y hormonas como se lo daría otro alfa. A MinGyu le sobra con ser su hombre de confianza, y su propio lobo no puede estar más que satisfecho por permitirle compartir hasta sus celos cuando tiene a toda la manada para elegir.  

Para MinGyu todo está bien mientras se mantenga de esa manera, pero ahora lo ha echado a perder, no se supone que se aferrara emocionalmente, era la regla.   

La ansiedad se aloja en la boca de su estómago, presionando con fuerza y se deja caer en medio del bosque con la esperanza de que una nevada termine por sepultarlo, quizá si reúne el valor suficiente pueda regresar hasta la próxima primavera. 

MinGyu se mantiene inerte a pesar de la escarcha colandose en su ropa, y por primera vez es consciente del frío que anuncia la proximidad de una ventisca. pero si está temblando no es por el clima, ni por el hielo que ha humedecido las pieles que cubren su cuerpo, es su lobo el que está hecho un ovillo en su interior, el que se congela por la ausencia de la calidez que brindan los lazos que acompañan a una marca de pareja. Esa que es tan necesaria para cualquier lobo de su edad. 

Flores en invierno [ Meanie ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora