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MinGyu se apretó un poco más al costado del alfa cuando una pequeña ráfaga de viento helado se coló por un espacio entre las ventanas de la habitación, aún adormilado tenía el cuidado de no presionar demasiado el abdomen del contrario, aunque era este quien lo mantenía pegado a su cuerpo.

Hacía tanto que su omega no tenía una noche tranquila, en que la calidez de su alfa lo abrazara en medio de la noche y su aroma lo invitara a descansar.

El menor se aflojó poco a poco del agarre del contrario, sentándose a su lado para tomar su temperatura. No había sido tan mala idea quedarse con él, aún cuando lo único que pasó por su cabeza después de que unieran sus labios era la necesidad de salir corriendo y controlar a su estúpido cachorro que sólo servía para hacerse ideas equivocadas.

Los labios de alfa aún ardían sobre los suyos, las caricias delicadas, su lengua trazando sus heridas con tanto cuidado y la maldita línea que habían dibujado para mantener la distancia entre ellos cada vez más difusa y borrosa... como si a alguno de los dos le hubiera preocupado mantenerla de todos modos.

MinGyu había querido irse, de verdad lo intentó, se recordaba a sí mismo los planes que tenía con su abuela para ir a recoger las pocas hirbas que aún sobrevivían antes de que la nieve las quemara por completo o sus tareas con los niños del pueblo, tenía tanto que hacer a la mañana siguiente, debía preparase y llegar a casa, revisar que los lobos de la Guardia no salieran heridos, necesitaba cualquier excusa para salir de ahí y sólo necesito una invitación para quedarse. Nunca hizo falta nada más.

Quizá después de los últimos tres episodios de fiebre se había convencido de que era algo necesario y que se quedó ahí por salud del alfa y no por la estabilidad emocional de su omega. Era un caso perdido.

Tras remover el sudor de la frente del alfa con un paño seco, se dispuso a volver a dormir concentrándose en los latidos del alfa para ignorar el ruido que hacía el viento entre los árboles, algunas ramas golpeteban con la madera que bloqueaba la ventana e hizo la nota mental de cortarlas por la mañana.

No había pasado ni una hora de haber conciliado el sueño cuando unas pisadas en la entrada de la cabaña le hicieron despertar. El omega se levantó alerta, con el corazón a punto de salirse por la garganta, afuera seguía la ventisca y a su lado el alfa con la respiración pesada aún dormía a causa de la fiebre.

MinGyu sabía que podían ser de la manada que los atacó recientemente, que habían regresado a terminar lo que habían empezado o a vengarse por sus muertos y aprovecharían el estado del alfa para acabar con él, sería tan fácil desestabilizar una manada sin líder.

El omega saltó de la cama con sus manos hechas garras, era su manada la que estaba en riesgo, era su alfa y no estaba en sus planes rendirse sin hacerles al menos un rasguño.

MinGyu salió de la habitación justo a tiempo para ver cómo la fuerza del viento abría la puerta principal, sus ojos brillaron en un intenso color amarillo y en el pecho su omega gruñía furioso por la invasión a su territorio. Era una mujer la que se aferraba al marco de la puerta, una omega, y no pertenecía a su manada y estaba tan furioso que ni siquiera podía distinguirlo por las pieles que vestía.

La chica lo observó sorprendida, seguro no esperaba que el alfa tuviera compañía, se quedó estática en su lugar, evitando hacer algún movimiento que pudiera precipitarlo a atacar.

Era lógico que tomara la intrusión como amenaza, estaba en sus genes que fuera su lobo quien obtuviera el control para proteger lo que era suyo y su aroma estaba lejos de ser el de un omega temeroso, era agresivo y protector, preparado para atacar cuando se presentara la oportunidad.

Flores en invierno [ Meanie ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora