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Odiaba cómo todo su cuerpo reaccionaba con solo acercarse a ese lugar, era algo más allá de ese sutil aroma que marcaba todo el territorio como suyo, ese que se acentuaba en la aldea para recordarle a cada alfa extraño o no que todo ahí le pertenecía y que era él quien tenía la última palabra.

Con cada paso parecía que la esencia se volvía aún más pura, cada árbol al rededor de la cabaña, la diminuta cerca que rodeaba aquel jardín que él mismo se encargaba de cuidar en primavera y las pieles que se oreaban bajo el tenue sol de media tarde.

Todo olía al alfa.

Su omega se desperezó con cada inhalación, profunda y pausada, no lograba identificar si lo hacía para controlarse a sí mismo y no ceder tan fácilmente a las tentaciones qué le ofrecían los Dioses o si simplemente quería disfrutar cada bocanada de aire.

El reto se presentó cuando llegó a la puerta, titubeando con el pequeño ramo de hojas secas en sus manos. Podía dejarlas a la vista, en el cesto qué descansaba a un lado de la puerta y donde el alfa podría tomarlas para prepararse él mismo la infusión. Con eso habría cumplido con su parte, su abuela no tendría por qué reclamarle nada más allá y él podría continuar su camino y olvidarse por un par de días más todo relacionado con ese dolor de cabeza.

Y por supuesto MinGyu nunca podía dejar de meterse donde no lo llamaban.

Con un gruñido de fastidio consigo mismo empujó la puerta abriéndose paso en la cabaña, su lobo resopló en su interior cuando los olores de al menos media docena de personas los golpearon, como si las marcas hubieran sido dejadas para recordarle que ya no era el único lobo ahí.

Trató de recordarse a sí mismo que no estaba ahí para hacer un berrinche, iba a trabajar, a cumplir con su rol como curandero y cuidar del alfa de la manada sin importar quien fuera este.

Se movió con familiaridad hasta la cocina donde lavó sus manos con agua helada, en un movimiento casi automático estiró uno de sus brazo para alcanzar la ollita de barro que WonWoo usaba para calentar el te, ignorando la sorpresa cuando no la encontró en su lugar.

Un segundo después se descubrió revisando a su alrededor, todo estaba demasiado ordenado, no habían pieles esparcidas en cualquier taburete, tazas en la mesa ni botas enlodadas en la entrada. Abrió un cajón tras otro sin saber qué buscaba, parecía todo demasiado limpio, demasiado normal para un alfa que había estado solo por semanas, y al mismo tiempo esa sensación de que todo estaba mal comenzaba a tortutarlo desde adentro.

Quizá era porque ese cuchillo que siempre dejaba sobre la mesada ahora estaba al fondo de una gaveta, o como las frutas secas que mantenía a la mano para picar cuando llegaba después de caminar demasiado estaban ahora En la repisa más alta.

Su respiración solo se hacía más pesada con cada detalle que a simple vista parecía irrelevante pero solo demostraban lo fácil que había sido para el alfa deshacerse de él.

Y con cada inhalación podia encontrar ese desfile de omegas qué habían llegado a servirle a su señor, podía ponerles nombre y rostro, era una aldea demasiado pequeña, los conocía de toda la vida, sabía que no eran más que unos oportunistas, solo habían esperado que él se hiciera a un lado para lanzarse sobre el alfa como si fuera un trozo de carne.

Podía sentir a su omega ahogándose de coraje, gruñendo y demandandole que recuperara lo que era suyo, que marcara cada rincón con su olor, qué le hiciera saber a todos que no planeaba compartir al alfa con nadie más.

Fue el golpe de su propio puño impactandose en la madera de la mesada lo que lo regresó al mundo real. El ramillete hecho trizas en su mano fue arrojado sin cuidado en un rincón.

Flores en invierno [ Meanie ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora