Desperté tumbada en la cama. Mi vista aún seguía nublada y me sentía horriblemente mal. Coloqué mi mano en mi cabeza, que dolía horrible y me levanté de la cama con mucho esfuerzo. Di un paso, todo bien, di el segundo paso y algo detuvo mi pie, haciéndome caer al suelo.
—Joder.—observé mi pie. Este tenía una cadena alrededor.
—Trataste de matarme.—ahí estaba, parado en una esquina sin camiseta, observándome.
—Yo no hice nada.—negué mientras me levantaba del suelo y me sentaba en la cama.
El pelirrojo rió y bajó la cabeza.
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—¿Por qué no nos divertimos un poco?—rió mientras se levantaba con una sonrisa pícara en su rostro.
—Aléjate ahora mismo.—advertí.
—Oh vamos.—vaciló.—Se que lo quieres tanto como yo.—susurró en mi oído y acarició mi muslo haciendo que mi piel se erizara.
—Dije que no.—hablé con dificultad.
—Aguafiestas.—bufó.—Cuando estés rogando ante mis pies que esto.—señaló su entrepierna.
—Detente un segundo.—lo detuve, me paré frente a él sin dejar nada de espacio entre nosotros.
—Esté dentro de ti.—guiñó un ojo.
Lo miré asqueada, que demonios, jamás quisiera que su pene estuviera dentro de mi. El solo pensarlo me da asco.
—Asqueroso.—me volteé pero el fue mas rápido y me agarró por el brazo.
Me apegó a su cuerpo, nuestras respiraciones se mezclaban, la tensión se sentía en el ambiente. Mordí mi labio inconscientemente.
—Joder.—suspiró.—Acabas de venderle el alma al diablo.
Sus labios hicieron contacto ferozmente con los míos. Eran adictivos y no quería separarme de ellos nunca. Nunca jamás.
