CAPÍTULO 16

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Francia 1940

   Los gritos de dolor de los enfermos iban en aumento, cada vez traían más heridos.

   -¡Enfera! Encárgese del soldado recién llegado tiene un tiro en la pierna y en el estómago.- corrí hacia allí sin perder tiempo.

   -Soldado, no se preocupe saldrá de esta- le intenté animar mientras cogía unas pinzas para extraer las balas que seguían dentro

   -Los dos sabemos que no es así señorita...

   -Elizabeth. Le aseguro que sí saldrá de esta y volverá con su familia- empecé a quitarle la camisa del uniforme- puede que esto le duela. Muerda esto.- dije cogiendo un paño blanco.

   -Tranquila señorita, soy de Texas, lo aguantaré.- mordió el trapo y me dispuse a sacar la bala de la pierna, pero por suerte había salido.

- Tiene suerte, es menos de lo que han dicho, no se mueva ahora soldado.- tardé un poco en sacar la bala, a pesar de sus gritos ahogados contra el paño, cogí alcohol para desinfectar la herida con un poco de algodón y le limpie ambas heridas.

El problema era que había perdido mucha sangre. Era poco probable que sobreviviera, por lo que en un vaso que contenía agua vertí un poco de mi sangre. Y aprovechando que ya estaba, medio inconvenientes para hacérsela beber.

   No habían pasado muchos días desde que atendí a ese soldado, y he de reconocer que no es ni el primero ni el último al que le di de mi sangre.

   Aparentemente hoy era un día más relajado, no habían traído más heridos a este puesto, supongo que los habrán llevado a otros hospitales de campaña o, los casos más graves, a Hospitales del Regimiento. Pero la aparente calma terminó cuando las sirenas del campamento donde estábamos empezaron a sonar.

   -¡Nos atacan!¡Evacuen a los enfermos y a los civiles!- los soldados que estaban reciente llegados para incorporarse a la batalla nos ayudaron a subir a los enfermos de peor estado a los camiones, a los cuales también nos subimos las enfermeras.

    -General Jones, ¿por qué tenemos que evacuar? Podríamos meter a los heridos en el búnker hasta que pasen los bombarderos.- sugirió el doctor jefe, que a su vez era un cargo militar importante.

   -Los alemanes han cruzado las líneas de defensa y vienen hacia aquí, hay que evacuar a los heridos que no puedan caminar, de nada sirven aquí, igual que las enfermeras. Todo aquel que pueda sostener un arma que se quede en el campamento.

   Nos subieron a todas a otro camión con medicamentos y salió demasiado rápido, no habíamos llegado muy lejos cuando el sonido de disparos se empezó a oír a lo lejos.

Mystic Falls 1884

   Estaba enfrente de la puerta de la habitación de mis padres, esperando a que la matrona me dejara pasar, mientras yo podía oír los gritos de mi madre mientras daba a luz a mi hermanito o hermanita. Mi nana intentaba que no me sintiera tan nerviosa, porque aunque estaba contenta de tener un hermano, no sabía cómo debía tratarle.

   -Cariño, no tienes que estar nerviosa- Agnes acarició mi cabellos con cariño, sonriéndome.

   -Pero que pasa si cuando le coja llora o le hago daño o se me cae o ....

   -Tus padres estaban igual de nerviosos cuando tú ibas a nacer, tu madre menos, pero tú padre- soltó una risa- temblaba como un flan. En un principio cuando naciste, por miedo a que te cayeras, no quiso cogerte, pero cuando estuviste en sus brazos se tranquilizó.- eso me hizo sonreír.- Cuando cojas a tu hermano no se te caerá, porque a pesar de solo tener doce años, eres la niña más cuidadosa y atenta del mundo.- justo en ese momento los gritos de mi madre dejaron de sonar y el llanto de un bebé se hizo presente.

   Al poco la puerta se abrió y una de las sirvientas me sonrió y me hizo pasar con Agnes detrás. Mi madre estaba tumbada en la cama con un bultito entre los brazos, mi padre estaba de pie a su lado.

   -Cariño, acércate a conocer a tu hermano- dijo mi madre con una sonrisa, cuando me acerqué, mi padre me dio un beso en mi cabeza. Me asomé un poco para ver a mi hermanito que estaba envuelto en una manta.- Se llama Thomas

   -¿Quieres cogerlo?- preguntó mi padre por lo que, tímidamente, asentí y mi madre puso al bebé en mis brazos. Tenía la nariz pequeñita al igual que las manitas.

   -Hola Tommy,- le acaricié con un dedo una de sus redondas mejillas y, en un acto reflejo, agarró mi dedo con su pequeña mano por lo que sonreí aún más. En ese momento me hice la promesa de que no dejaría que nada malo le pasará a Tommy.

   La habitación desapareció, solo podía ver niebla y una figura negra.

La sobrina de los Salvatore Donde viven las historias. Descúbrelo ahora