Capítulo 11

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Danielle


Los últimos días había tomado la costumbre de guardar silencio entre las conversaciones e incluso, me mostraba menos cariñosa con Emma. Tal como si las cosas se hubiesen enfriado entre nosotras desde aquel beso que nos dimos. De hecho, en más de una ocasión, ella me preguntó si había sucedido algo en el trabajo, si había peleado con mi padre o si mi actitud, se debía a que había hecho algo malo de lo cual no se había enterado. En realidad, la que estaba haciendo las cosas mal, era yo, por no tener el valor de contarle el motivo por el que estaba tan distraída y enojada. Simplemente, tenía miedo de perderla y no sabía cómo manejar mis emociones. Doble la esquina y continué mi camino a paso lento, tal como si pudiera frenar mis pensamientos, hasta que llegué a mi destino. Desde la lejanía, observé la silueta de Emma, parecía estar algo ansiosa y preocupada, algo inusual en ella, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí un revoloteo en mi estómago.

Un revoloteo que se convirtió en preocupación, al ver una especie de curita adhesiva clásica sobre su dedo índice, ¿Qué le habrá ocurrido? Me pregunté. Entre una mezcla de mi inquietud y su tono sarcástico, me comentó que se había cortado mientras acomodaba algo en su trabajo. Sin embargo, lo que me hizo gracia, fue la manera en que me dijo que le diera un beso en su herida para que sanara pronto. Un gesto que suelen tener las madres con sus hijos para calmarlos, pero yo, lo hacía a modo de seguir su juego. Besé su dedo con mucho cariño y pude notar que ella se estremeció, más no previne la forma en que se acercó a mis labios para rozarlos. Fue un beso tierno, parecido al que le di cuando estábamos en el taxi para calmar esa angustia que tenía por la conversación con mi padre y aunque quise profundizarlo, opté por entrelazar nuestras manos para llevar a un lugar. Durante el camino, me contó que, al fin, le habían dado la visa para estar en el país de manera legal y que pronto podía estudiar en la misma faculta que yo.

Esa noticia me alegro el día, no lo voy a negar, pues ambas empezaríamos a estudiar al mismo tiempo, por lo que la tendría más cerca a pesar de que tal vez, no estaríamos en el mismo salón de clases por nuestros apellidos. Cuando el taxi llegó a nuestro destino, le manifesté que hoy, quise traerla al museo de Bellas Artes. Un museo que fue inaugurado en el año 1801 por el consulado junto con otros cinco museos en las otras grandes ciudades de Francia. No era la primera vez que concurría este sitio, pero cada que lo hacía, era como si nunca hubiese estado aquí y hoy, tenía el privilegio de hacerlo en compañía de alguien muy importante para mí. Caminamos tomadas de la mano, disfrutando de un sinfín de pinturas y esculturas que albergaba el lugar, era como ver una habitación repleta de colores que daban un estilo único e irrepetible, pero con cada paso que dábamos, le fui explicando a Emma que, en el museo, se encontraba una colección que incluye más de 8.000 pinturas, esculturas y dibujos que datan del siglo XVI hasta el XIX.

Cuando llegamos a una de las pinturas de Pedro Pablo Rubens, no imaginé que Emma, me realizaría una pregunta que me dejaría fuera de base, pero era normal. Supongo que le causó cierta curiosidad por conocer si alguna vez me había enamorado de alguien, por la forma que en interactuamos las últimas semanas. Pese a que no espera mi respuesta, yo quise contratar y le pregunté, ¿Cómo uno se da cuenta de que está enamorado? Pero ella, solo me regaló una sonrisa, para luego susurrarme que uno simplemente lo sabía. Aquella respuesta fue un poco ambigua para mí, pero no quise decirle nada para no hacerla sentir mal y mejor quise continuar con nuestro camino. Después de ver algunas pinturas en esa área, pasamos a otra donde estaban ciertas figuras y me dio por preguntarle si conocías el nombre de quién hizo la escultura de Perseo y Andrómeda. Ella negó con un movimiento de cabeza, pero luego vi una sonrisa maliciosa en sus labios

—Si descubro cuál es el artista, ¿Qué me darás a cambio? —expresó de manera divertida.

Como no tenía algo que ofrecerle, se me ocurrió la brillante idea de que ella, escogiera su premio, más no imaginé que me pediría un beso. Ni corta ni perezosa, acepte el reto sin pensarlo dos veces, mientras observaba como cambio su semblante risueño a uno más pensativo. A cada minuto que pasaba, me deleitaba con su perfil, de cómo detallaba la escultura, minuciosamente. Tal como si estudiara cada pincelada, la contextura del mármol, la decoración al pie de los personajes y la técnica del esculpido que uso el artista. Sin embargo, como no veía ningún avance de su parte, decidí intervenir, pero antes de que tan siquiera pudiera expresar una palabra, ella me dio su respuesta.

Amor de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora