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M A R T E S

Salgo del campus universitario, pero esta vez fijándome bien en no dar un paso en falso por si me toca toparme otra vez con Fabián. Un ridículo más delante de él ya no me lo podría perdonar.

Cuando estoy fuera, veo cómo el resto de mis compañeros comentan cosas entre sí, se ríen y sueltan alguna que otra risotada. Los envidio un poco. A pesar de que he conocido gente genial desde que empecé mi vida universitaria, no he podido establecer aún una amistad real con alguien. Tengo muchos conocidos, gente a la que saludo con efusividad de vez en cuando; pero amistad... no lo creo.

No me imagino haciendo entrar a algún compañero o compañera a mi habitación para hablar de mis dudas e inseguridades como seguro sí haría con Silvia. Ella, a pesar de la distancia, sigue siendo mi pilar y mi sostén en lo que a mi vida emocional respecta.

Casi sin querer, he caminado ya bastantes metros desde que salí del campus cuando lo usual es que aborde un taxi que me lleve a casa. Sin embargo, es temprano y me apetece caminar. O al menos así me engaño.

En el proceso, me coloco unos audífonos y desde mi celular, reproduzco algunas de mis canciones favoritas.

Caminar con música es la octava maravilla del mundo.

Y entonces llego hasta el jirón que visité ayer casi sin querer y, a lo lejos, logro atisbar al chico del ukelele azul.

Sonrío.

Y entonces, disimulando, bajo el volumen de la música que sale de mi teléfono móvil para poder escucharlo mejor y me sorprendo de sobremanera cuando advierto que la canción que estaba oyendo desde mi cuenta de Spotify es la misma que él está cantando. O que está intentando cantar.

Se trata de Nada personal de Juan Pablo Vega.

A pesar de que me gustaría quitarme por completo los audífonos para escucharlo con más claridad, no lo hago debido a lo extraño que fue nuestro primer encuentro. Lo que sí hago es detener por completo la música que estaba reproduciendo.

En definitiva, esta canción le queda mucho mejor que la de ayer.

Continúo andando y a medida que me acerco más a él, me fijo en su aspecto físico.

Es mediano de estatura, tiene el cabello castaño ensortijado y facciones que me hacen casi confirmar que no es de aquí, que es extranjero.

Estoy tan absorta escrutándolo que no me doy cuenta de que él me está mirando de manera extraña mientras a la vez intenta seguir cantando.

Se ríe para sus adentros creyendo que estoy embobada por él, cuando desde luego no es así.

En ese momento siento que la sangre sube por mis mejillas y que estoy más roja que un tomate. Entonces paso por su lado sin siquiera mirarlo y me alejo a toda prisa.

La foto que le prometí a Silvia puede esperar. ¡Qué torpe puedo ser a veces!

Y para variar, más tarde me toca cenar con papá.

Desde luego, mi día va ir a peor y no podré hacer nada para evitarlo.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora