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— ¿Me estás diciendo que has estado recibiendo mensajes desde mi celular?

— Sí, tal cual.

— Es que no puede ser.

Hace apenas un minuto estoy hablando con la dueña de la línea que ha usado quién sabe quién para mandarme mensajes anónimos y ella, en todo momento, ha afirmado que no tiene idea de nada, que no puede creer que eso sea verdad.

— Bueno, si es así, te pido una disculpa; pero no puedo entender cómo es que ha sucedido eso.

— Quizá alguien cogió tu celular y no te diste cuenta —digo yo, intentando dar ideas—. Quien sea que haya sido pudo haber borrado los mensajes y hasta el chat entero. Eso se puede hacer perfectamente.

— ¿Pero quién? —balbucea ella— ¿Mi hermano?

En ese momento abro los ojos desmesuradamente. Ahí puede estar la respuesta que estaba buscando.

— ¿Qué edad tiene tu hermano?

— Más o menos la mía, es un par de años menor.

— ¿Y cuántos años tienes tú?

— ¿Esto es un interrogatorio?

Se hace un silencio largo en ambos lados de la línea. Quizá me he sobresaltado, he soltado preguntas frenéticamente y he puesto incómoda a la chica con la que estoy conversando.

— Disculpa, es que estoy un poco preocupada por esto —le digo con tono amistoso—. Imagina que te llega un mensaje de un desconocido diciéndote cosas que supuestamente nadie sabe. ¿Cómo te pondrías?

Ella no dice nada por unos segundos.

— Te entiendo, pero entiende tú también que estoy igual o más perdida que tú en este asunto.

— Yo solo quiero que me des datos que me ayuden a entender todo esto.

— Lo sé, pero no puedo darte datos sobre mi hermano. Hablaré con él y si consigo que me diga algo relevante, te llamo de vuelta.

— Pero...

Ella no me da tiempo para contestarle y cuelga de inmediato.

Ahora tengo más dudas que antes y, si no las resuelvo en las próximas horas, creo que voy a terminar volviéndome loca.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora