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M I É R C O L E S

No puedo dejar de pensar en el mensaje que recibí ayer por la noche. Mientras compartía una taza de té con mi madre, pensé muchas veces en comentarle lo que acababa de suceder, pero al final decidí no hacerlo para no alarmarla vanamente.

— Cata, ¿hacemos equipo?

La pregunta de Ana me saca de mi ensimismamiento.

— Claro, encantada.

La pelirroja me sonríe y yo le devuelvo el gesto.

Ana es probablemente la compañera de clase más cercana que tengo en estos momentos. Dentro de la universidad hablamos bastante a menudo, bromeamos, comentamos una que otra tontería; pero una vez fuera de clase, nos olvidamos la una de la otra. Apenas intercambiamos mensajes y, cuando lo hacemos, es por algo referido a determinados cursos.

— Te noto particularmente distraída hoy.

No es para menos. Si supiera la cantidad de garabatos que tengo en mente...

— Estoy con muchas cosas en la cabeza.

Ella asiente con la cabeza y, por una extraña razón, empieza a nacerme la iniciativa por contarle un poquito más a fondo lo que me sucede.

— Ayer recibí un mensaje de un desconocido que en realidad no es tan desconocido.

Ahora la que se queda totalmente desencajada es Ana, quien parece no entender nada de lo que le estoy diciendo.

Es en ese momento que le explico un poco más a fondo mi pequeña y extraña historia con aquel misterioso chico del ukelele azul.

— No sé si sentir ternura o miedo —es lo primero que comenta Ana cuando finalizo mi relato.

— Me pasa lo mismo.

— ¿Y si lo vas a ver para preguntarle cómo ha averiguado tu número de teléfono?

Me quedo pensando unos segundos en su pregunta y pienso por un instante que es la mejor opción. Sin embargo, algo dentro de mí se quiere tirar para atrás.

Aunque parezca broma, tengo miedo. Ese tipo puede ser un psicópata o un desconocido con un sentido del humor muy agudo. Pero nunca lo sabré si no lo confronto.

Entonces me quedo unos segundos contemplando a la compañera que tengo al lado. Ana es una chica bajita, pelirroja, de ojos claros y muy, pero muy tímida. La primera vez que hablamos fue una absoluta casualidad, pues simplemente lo hicimos porque necesitábamos armar dúos para un trabajo y yo estaba ubicada exactamente detrás de ella. Después de eso, siempre que hemos podido compartir equipo, lo hemos hecho. Y quizá, a partir de hoy lleguemos a empezar a compartir un poquito más que eso.

— ¿Y si me acompañas a verlo saliendo de clases? —pregunto casi susurrando.

Mi voz se difumina ligeramente por el ruido que hacen mis compañeros dentro del salón de clase, pero sé que Ana me ha entendido perfectamente pues luce perpleja ante mi proposición.

— Está bien. Hagámoslo —dice, sonriente—. A ver si me canta una canción a mí también.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora