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Es evidente que entrar a clase es lo que menos me importa en estos momentos.

La confesión de Fabián ha sido un baldazo de agua fría.

— ¿Qué? —pregunto, sin poder creer la declaración que acabo de escuchar.

— Eso, que yo te mandé esos mensajes.

— No entiendo nada.

— ¿Te parece si vamos al cafetín a conversar más tranquilamente?

Asiento y empezamos a caminar juntos.

Nadie dice nada durante el trayecto. Estoy atónita y mi mente no puede dejar de formularse preguntas que no tienen respuesta. Al menos por ahora.

Llegamos al cafetín y nos sentamos alrededor de una mesa pequeña. Nadie pide nada. Solo queremos charlar.

— Hace una semana le hablé a Silvia por Instagram.

Comienzo a temblar.

¿Qué tiene que ver mi mejor amiga en todo esto?

— Empezamos a tener una conversación amena y tú salías de vez en cuando a colación en nuestras charlas —prosigue él—. Hace unos días, me comentó que habías conocido a un músico callejero que no te había dejado indiferente y entonces le pedí tu número.

— ¿Para qué? —pregunto, cortante.

— Para hablarte. Me pareció que podía aprovechar ese hecho para tener un tema de conversación contigo —exhala un suspiro cabizbajo y, tras unos segundos, continúa—. No se me ocurrió mejor idea que hacerme pasar por ese chico para ver cómo reaccionabas. Además, en el fondo, quería saber si te interesaba.

— Y como no sabías si mi reacción iba a ser buena o mala, me hablaste desde el celular de tu hermana. Para, en el que caso de que pasara lo segundo, no quedes mal delante de mí.

— Exacto.

Otro silencio incómodo. No sé ni siquiera cómo me siento. Miro a Fabián al rostro y, aunque intento parecer seria, no puedo evitar sonreír.

— Le comenté a Silvia lo que había hecho y ella me quiso matar a la distancia. Me dijo que borrara el mensaje, que no respondiera si contestabas. Iba a hacer lo primero pero viste el mensaje de inmediato y todo se fue a la mierda. Tocaba afrontar consecuencias.

— ¿Pero por qué Silvia no me dijo que eras tú?

— No la culpes, yo le supliqué que no lo hiciera. Que si las cosas se ponían feas iba a confesarte todo. De verdad, ella no tiene ninguna responsabilidad —me mira a los ojos y yo le correspondo la mirada—. ¿Recuerdas que cuando hablamos por primera vez recibí una llamada? Era Silvia advirtiéndome que, si no te aclaraba las cosas, te iba a contar absolutamente todo.

— Para ese entonces ya me habías enviado un segundo mensaje para intentar redimir lo que habías ocasionado con el primero.

— Sí.

— Sabes que fue estúpido, ¿no?

— Sí.

— Y hoy tu hermana te dijo que hablé con ella y te presionó para que aclararas las cosas conmigo.

— Sí.

Lo miro enarcando una ceja.

— ¿Puede decirme algo que no sea un "sí"?

— Sí.

Golpeo mi frente suavemente con la palma de mi mano.

— Entonces hazlo.

Y entonces, lo hace.

— Me gustas, Catalina. Me gustas desde la primera vez que te vi.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora