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No lo puedo creer.

Volteo lentamente y entonces lo observo. Me sonríe con descaro y siento mis manos congelarse de un momento a otro.

— ¿Me lo das? Quiero dar al menos una calada.

Yo no digo nada. Simplemente, sin razón alguna, obedezco. Vuelvo a introducir mi mano en mi mochila y saco un cigarrillo para dárselo de inmediato.

— ¿Y el encendedor?

Se lo extiendo también enseguida y tras esto, el chico del ukelele azul decide sentarse a mi lado.

— ¿Me parece o viniste a verme tocar?

Tardo en contestar a esa pregunta. Evidentemente, no le voy a decir la verdad.

— ¿Qué dices? Si ni siquiera sé quién eres.

Él le da una calada a su cigarrillo, me mira, sonríe y me extiende la mano.

— Hola, soy Roi. Y antes de que lo preguntes, sí, soy español.

Asiento con la cabeza y empiezo a relajarme un poco después del momento de tensión de hace unos segundos.

— ¿Te llamas Roi o te dicen Roi?

— Me llamo así. Pero en fin, ya sabes quién soy. ¿Ahora ya aceptarás que viniste a verme tocar?

En ese momento, por fin me atrevo a mirarlo a los ojos. Al principio me intimida un poco tener este tipo de contacto con alguien que apenas conozco, pero instantes más tarde tomo el control de la situación.

— No, Roi. No vine a verte tocar. Salgo de la universidad y necesito ir a mi casa. Esta calle está en el camino. Es todo.

— Desde luego es extraño —comenta, y da otra calada—, porque llevo tocando por aquí un par de semanas y, hasta hace unos días, no te había visto. Estoy seguro de eso.

Sonrío intentando aparentar seguridad y le contesto:

— Mis visitas por aquí van a acabar pronto. He estado caminando hacia casa estos días porque el auto de mi padre se ha averiado. Esa es la explicación, ¿satisfecho?

— Sí, satisfecho. Pero estaré más satisfecho aun cuando me digas cuál es tu nombre.

En ese momento, no sé cómo actuar. Roi no deja de ser un desconocido y su manera de ser me genera cierta desconfianza. Sin ánimos de parecer paranoica, no me agrada la idea de que sepa mi nombre real, así que opto por algo que ya he hecho otras pocas veces.

— Me llamo Natalia.

— ¿Natalia? Bonito nombre.

Primer silencio incómodo de la charla. Él termina de fumar el cigarrillo y yo intento pensar en qué decirle para no parecer alguien que no tiene tema de conversación. Sin embargo, es ahí cuando recuerdo la razón por la que vine hasta aquí. ¡Lo había olvidado por completo!

— Roi, me pareces un chico agradable y la verdad es que no cantas mal, pero lo de mandarme un mensaje ayer por la noche no me hizo ninguna gracia. Soy una persona un poco paranoica e insegura y no me gusta la idea de sentirme vigilada o acosada. Bueno, a ninguna chica le gusta eso, de hecho.

El gesto de extrañeza que percibo en su rostro parece sumamente espontáneo. Se aclara la garganta y me dice:

— ¿Pero qué me estás contando? Yo ni tengo tu número ni te he escrito ayer.

— ¿Qué? Pero si tú...

— Yo nada —me interrumpe, aparentemente incómodo. Se levanta del asiento, me dedica una última mirada y me dice—: A ver, tía; me pareces maja, me gustas y, si quieres, nos conocemos más, pero tampoco te vengas arriba, ¿vale?

Sonríe de manera irónica y sin decir más, se marcha del lugar dejándome con más dudas que certezas. Siento miedo, no puedo negarlo.

Si no fue él, ¿quién me escribió anoche ese mensaje?

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora