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Me acerco a Roi a paso ligero. Él advierte mi presencia, esboza un gesto de sorpresa, pero no deja de cantar.

Ahora sonríe, parece más motivado.

Un grupo de diez chicas lo rodean e intentan corear con él la canción que está entonando. Se trata de No puedo vivir sin ti de Los Ronaldos.

Ana me da un pequeño codazo y me mira con picardía.

— Es guapísimo —me dice.

Yo río y muevo mi cabeza de un lado a otro.

Es verdad.

Roi es guapísimo, pero no deja de generarme cierta desconfianza. Al fin y al cabo, más allá de nuestros fugaces encuentros; no sé quién es ni qué hace aquí.

La canción finaliza y el grupito que lo rodea vitorea y le pide que continúe. Él hace una señal de descanso y deja su ukelele en el suelo. Algunas chicas donan un poco de dinero y se van. Otras se quedan a curiosear.

— Natalia, hola —dice, acercándose a mí.

Ana voltea a mirarme con extrañeza. Yo intento comunicarle con la mirada que se trata de una mentira piadosa y ella parece entenderlo al instante.

— Hola, Roi. ¿Qué haces tocando aquí?

— Jo, bonito recibimiento el tuyo —sonríe, se aclara la garganta y prosigue—. Nada, es solo que quería cambiar de aires y me dijeron que por aquí podía toparme con chicos de mi edad y sobre todo, muy majos.

— ¿Seguro que no me estás siguiendo? —pregunto, y al instante me arrepiento de haber cuestionado eso.

— Venga, ya te he dicho que no te vengas arriba.

— Ya, lo siento.

— Es que sí, tía. Que no eres Aitana Ocaña, ¿eh?

— ¿Quién?

— Nada, olvídalo.

— Pues seguro que Natalia es mejor que esa tal Aitana —interviene Ana por primera vez en la conversación.

Roi se queda sorprendido ante lo que acaba de decir mi amiga. Suelta una pequeña carcajada y luego la mira, divertido.

— Es probable.

— Muy probable.

— Igual no creo que le quede tan bien el cerquillo —bromea él.

— Eres un poquito prepotente —remata Ana.

Yo no entiendo nada.

Lo que ha mencionado el chico del ukelele azul tampoco es para tanto. Me ha comparado con una famosa. Nada más.

Se hace un silencio incómodo entre los tres. Roi me escruta y luego repite el proceso con mi acompañante. Entonces recoge su ukelele, lo introduce en su funda y nos dice:

— A ver, no es para tanto. Tranquilas —exhala un suspiro y continúa—. No me gusta la idea de que se queden con esa impresión de mí. No ha sido mi intención hacer sentir mal a nadie.

— No, no te preocu... —intento decir yo.

— ¿Qué tal si les invito un café? A Natalia la conozco algo y a ti, nada —señala, mirando a Ana—. Sería bonito hacer dos amigas en una sola tarde. Recién he llegado a Perú y no tengo muchas.

Ana y yo nos quedamos perplejas ante su invitación.

No tengo mucho que hacer esta tarde y, para ser honesta conmigo misma, me intriga conocer más sobre Roi. Sé además que a Ana tampoco le generaría ningún tipo de conflicto interactuar más con él.

Ahora mismo estoy segura de que lo provocó llamándolo prepotente para que reaccionara de alguna manera y, al final, no ha salido tan mal el experimento.

Volteo a verla. Intercambiamos miradas, asentimos con la cabeza y finalmente, decido dar mi respuesta.

— Está bien, aceptamos la invitación.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora