Llego por fin a mi habitación tras un día extrañísimo y lo primero que hago es dejarme caer sobre mi cama. Necesito un poco de relajo y despeje emocional tras el cúmulo de cosas que se han ido aconteciendo recientemente.
El encuentro con Fabián es algo que hasta ahora sigo sin creerme. El hecho de que se haya acercado a hablarme me resulta inverosímil aun habiendo sucedido realmente.
PASÓ, CATALINA. PASÓ.
Pasó y no sé qué es lo que siga para nosotros.
Tomo mi celular y lo golpeo suavemente contra mi mentón. ¿Debería hablarle? No lo sé. Siento que si fuera apropiado atreverme, ya lo habría hecho él por su cuenta.
Mis inseguridades ganan una vez más la partida. No me sorprende. Es lo habitual en mí.
Desbloqueo mi teléfono móvil, pero no para hablarle a Fabián, sino para contestar mensajes pendientes. Silvia me ha mandado muchos wasaps hoy pidiéndome que la llame en cuanto pueda. Yo también necesito hablar con ella. Voy a llamarla, pero antes, decido contestar los mensajes que me ha dejado Roi por Instagram.
Cuando le dije que en realidad me llamaba Catalina y no Natalia, se rio. Dijo que se sentía ofendido y que no podía creer que le haya hecho semejante bajeza, pero tanto Ana como yo sabíamos que no lo estaba diciendo en serio.
En efecto, no estábamos equivocadas.
Comentó que me entendía, que él hubiera hecho lo mismo en mi situación y que mi nombre de mentira le gustaba más que el real, por lo que me iba a seguir llamando Natalia. Después de verme descubierta, no reclamé. Para él voy a ser Natalia y es algo que, a decir verdad, no me disgusta en lo absoluto.
Intento redactar una respuesta ingeniosa al mensaje que me ha dejado, pero me veo interrumpida por la vibración de mi celular. Es una llamada de Silvia.
Contesto de inmediato.
— Cata, ¿dónde te has metido todo el día?
— Hola, sí, estoy bien. ¿Y tú?
Silvia ríe al otro lado de la línea.
— No estoy bromeando, me has tenido preocupada.
— Lo sé —digo, poniendo un tono de voz más amistoso—, pero he tenido un día bastante atareado.
Le cuento entonces sobre los encuentros con Fabián y Roi. Ella me bombardea a preguntas y yo se las contesto todas. Hacía tiempo que una llamada nuestra no era tan emocionante.
— A propósito —comenta tras carraspear—, hice lo que te dije. Llamé al número de los mensajitos y no obtuve respuesta.
¡El extraño del mensaje!
Pasaron tantas cosas hoy que olvidé por completo el tema que me ha tenido angustiada durante los últimos días.
— Creo que lo mejor es dejarlo ahí. No creo que te vuelva a hablar.
Escucho lo que dice Silvia y niego con la cabeza. Quiero hacer lo posible por saber quién es la persona que está detrás de todo eso. Y tengo una manera de hacerlo indirectamente.
— No, lo voy a llamar yo —digo, decidida.
— Pero será peor.
— Será peor para mi salud mental si me quedo con la duda.
— Cata...
— Voy a llamarlo desde el celular de mi mamá.
— ¿Qué? ¿Te has vuelto loca?
— Un poco, pero tengo que sacarme esa espina. Si lo llamo desde un número desconocido, tengo más probabilidades de que me conteste.
— Catalina, escúchame...
— Lo siento, Silvia. Te hablo al rato, ¿sí?
Y sin esperar respuesta, cuelgo la llamada.
Envío el mensaje que previamente había escrito para Roi y, al instante, me levanto de mi cama. Camino hacia la habitación de mi madre y entro sigilosamente. Está completamente dormida. Me acerco a ella con los pies descalzos. El dormitorio está a oscuras. Sin embargo, y pese a la dificultad, consigo encontrar y tomar el móvil sin hacer ningún movimiento brusco.
En silencio, regreso a mi cuarto. Cierro la puerta e, inmediatamente después, empiezo a digitar el número de la persona que ha alterado mi paz mental a base de mensajes misteriosos.
Respiro agitadamente. No puedo negar que la situación me pone nerviosa, pero debo atreverme. No existe otra manera de quitarme la duda.
Le doy al botón de "llamar" y escucho los pitidos predeterminados.
Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. Buzón de voz.
Intento de nuevo. El resultado es el mismo.
Resoplo. Parece que no voy a conseguir nada así.
Pienso en dejarle un mensaje para que deje de molestarme definitivamente, pero me decanto por no hacerlo para no alterar la situación más de la cuenta. El tema se está enfriando y eso, a fin de cuentas, puede ser beneficioso para mí.
Me tiro otra vez sobre mi cama y suspiro.
¿Quién es el autor de los mensajes que me llegaron durante los últimos días?
Intento pensar en una respuesta pero, en el proceso, me quedo profundamente dormida.
ESTÁS LEYENDO
El chico del ukelele azul
Teen FictionUn examen desaprobado, un padre irresponsable, un momento vergonzoso frente al chico que me gusta... ¿qué podría arruinar más mi día? Exacto, un músico parado en la calle cantando la canción favorita de mi exnovio.