XXIII

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Sigrid
Salí de casa hecha una furia, no me llevaría bien con ella, ni mucho menos. Es una intrusa.

Caminé a ningún lugar en particular, dándole mil vueltas a lo que acababa de pasar. Estaba cerca de un lago, yo sola, sin nadie alrededor. Decidí desnudarme y meterme para calmar mis nervios y las ganas de arrancarle la cabeza a la niña.

Entré al agua con cuidado de no hacerme daño con ninguna rama o piedra. Mantuve mis armas cerca en todo momento. De todos modos trataba de relajarme y calmarme.

Escuché un ruido detrás mío, con rapidez cogí mi arma y apunté en la dirección a la cual lo había escuchado, fuera lo que fuera que me acechaba estaba detrás de un arbusto.

-Calma- me dijo una voz muy conocida riéndose, hacía mucho que no la escuchaba. Hvitserk.

Me relajé al instante y volví a dejar mi arma en el lugar anterior.

-¿Qué tal llevas la vuelta? ¿Qué tal el mediterráneo?- le pregunté con una sonrisa, jugando con el agua.

-Bien, echaba de menos todo esto- sonrió de vuelta- y el mediterráneo es precioso, te hubiera encantado.

-Supongo que en algún futuro lo veré- dije cerrando los ojos tratando de relajarme, me sentía cómoda con él.

Escuché cómo algunas telas caían sobre el suelo, escuchaba el sonido de las hebillas de la ropa de Hvisterk cuando chocaban entre ellas, podía oír cómo trataba de mantener el equilibrio mientras se quitaba los pantalones y los zapatos.

Entonces, un poco más tarde noté cómo su presencia se encontraba a mi lado. No me tocaba pero estaba lo suficientemente cerca cómo para ponerme nerviosa.

-No me respondiste- me dijo en un tono neutral.

-No sabía qué responder, sigo sin saber qué responder- le dije abriendo los ojos- Hvitserk, lo siento. Sé que no es lo que querías oír.

-Definitivamente no- rió- Cuando fui al mediterráneo estaba pensando en ti, solo en ti. De hecho te he traído esto- se giró y comenzó a rebuscar entre su ropa. Sacó un precioso collar.

-No puedo aceptarlo- le dije mirando detenidamente el collar- Hvitserk... esto es demasiado.

-Acéptalo, Sigrid. No es un regalo de pedida de mano ni nada por el estilo. Lo vi y me acordé de ti- Me dijo con calma.

-Es precioso- dije mirando la pieza de bisutería de nuevo- ¿Me ayudas a ponerlo?- le pregunté entregándole el collar y dándome la vuelta mientras apartaba mi pelo del camino.

Los encallecidos dedos de Hvitserk rozaron mi fina piel tratando de cerrar el collar, cuando lo consiguió bajó sus manos hasta mi cintura y me atrajo a él.

-Algún día serás mi esposa, estoy seguro de ello- me susurró.

-No lo creo, Hvitserk- dije incómoda- y te aconsejo que apartes las manos de mi cintura antes de que...- entonces oí un ruido en el mismo arbusto de dónde había salido antes Hvitserk.

Un hacha voló sobre nuestras cabezas y se clavó en un árbol cercano. Traté de coger mi arma.

Antes de que pudiera siquiera tocar mi daga salieron los otros tres hijos de Ragnar del arbusto.

Traté de taparme un poco bajo la mirada de los otros tres hijos de Ragnar, aunque gracias a que el agua corría con algo de fuerza y hacía espuma no fue tan complicado cubrirme.

-¿Qué hacéis?- preguntó Ubbe, siendo tan protector cómo siempre.

-Tratar de calmarme, al parecer mis padres han vuelto con una sustituta de mi hermana- les expliqué- el agua me calma. Y Hvitserk... apareció sin más, cómo vosotros ahora mismo.

-Mañana zarparemos rumbo a Inglaterra, al amanecer- me informó Sigurd.

-Genial, supongo que Bjorn ya os habrá dicho que me uno a esta guerra, ¿No?- dije acercándome mi ropa. Quería salir del agua ya que mi piel empezaba a arrugarse- ¿Podéis giraros?

Me hicieron caso todos. Salí del agua y con rapidez me volví a poner la armadura. Por el rabillo del ojo vi cómo Hvitserk se giraba para mirar mi cuerpo desnudo... maldito.

-¿Por qué quieres venir con nosotros?- preguntó Ubbe manteniéndose de espaldas.

-Bueno, Ragnar era un gran hombre, no se merece una muerte tan ruín cómo la que los cristianos hayan podido imponerle- expliqué- ya os podéis volver a girar- los cuatro me volvieron a mirar- Ragnar era amigo de mi família, un amigo muy cercano... le echo de menos. Y ahora.. debo irme, Lagertha me espera. Adiós chicos.

Sigrid FlokisdóttirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora