Madurez emocional (de una cucharilla de té)
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El pasto y las hojas de los árboles se mecían con la suave brisa otoñal que acariciaba los terrenos del Castillo. El sol brillaba con una fuerza inusual para ser mediados de otoño y los alumnos de Hogwarts, Escuela de Magia y Hechicería, aprovechaban el sol del que tan pocas veces disfrutaban en esa época.
Draco Malfoy se acomodó en el suelo, tumbándose sobre el césped cuan largo era y dejando reposar su cabeza en las piernas de Hermione Granger. Esta estaba más concentrada en fingir que estaba leyendo que en deleitarse con el buen tiempo. El viento acariciaba con delicadeza la piel blanca del chico y hacía bailar con gracia las finas hebras de oro en su cabeza.
Cerró los ojos para poder escuchar con tranquilidad la música del crujir de las hojas, el chocar de pequeñas olas contra la orilla del lago y las risas de los estudiantes de brujería. Así estuvieron durante un rato hasta que por fin la castaña decidió sacar el tema de conversación en el que había estado tanto tiempo pensando.
—No me puedo creer que hicieras eso.
Empalideció como el color de los huesos, abrió los ojos como platos y contuvo la respiración. Sintió cómo su corazón dejó de latir en un instante y se le encogieron las entrañas de pánico puro. ¿Sería posible que ella lo supiera? Y de ser así, ¿Cómo lo había descubierto? No debería sorprenderle, pues ella era una de las brujas más inteligentes del castillo y era comprensible que hubiese descubierto su mayor secreto.
¿Le habría contado Potter de las cartas?
Luego se calmó y lo pensó con más sentido común. Tras el momento de desconcierto, entendió perfectamente de lo que estaba hablando. Anoche, en el banquete de Halloween, había roto más reglas de las que existían en el reglamento escolar y que la ahora directora McGonagall se había visto obligada a añadir.
Literalmente, había usado la comida del Gran Comedor para hacer una enorme estatua de Harry Potter tirándose un pedo, cambiado la alineación de las estrellas durante dos minutos y veinticuatro segundos y convertido el espacio entre las mesas en unos canales de jugo de calabaza convertido en vino.
—Yo tampoco.
Y no mentía. Había esperado una situación como aquella, con todo el mundo tenso y en alerta permanente, y había estado seguro de que iba a ser incómodo. Estaba dispuesto a estar tranquilo y no armar ningún escándalo para que la cena pasase lo más rápido posible, pero no se había podido resistir.
Hermione apartó la vista del libro y le miró fijamente, alzando una ceja.
—¿Y se puede saber, por los calzones bombachos de Merlín, por qué lo hiciste?
Draco no respondió, porque él estaba tan confuso como su amiga. ¿Cómo se le ocurrió hacer algo así, solo porque Harry Potter no estaba sonriendo? No tenía sentido. Se había dejado llevar por una necesidad oculta, un motivo desconocido que le empujaba a hacer lo imposible por hacer reír al niño que vivió.
Primero pensó que tenía que ver con el hecho de que le había salvado la vida en una ocasión, o que era la persona a la que más daño había hecho en el mundo y quería compensárselo, pero pronto descartó aquella opción, porque no era la primera vez que le ocurría.
En segundo año, por ejemplo, sintió el incontenible impulso de esparcir rumores sobre él siendo el Heredero de Slytherin justo cuando el colegio entero se puso en contra de Harry. En un principio lo achacó al hecho de que no le gustaba que el azabache se llevara toda esa fama, aunque en el fondo sabía que no era cierto.
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La Magia de tu Sonrisa (o cómo descubrir a tu admirador secreto)
Фанфик(DRARRY) o (HARCO) Harry Potter tiene un admirador secreto. Un desconocido alumno de Hogwarts ha decidido gastarle una broma muy pesada para acabar con su paciencia. Como si no tuviera suficiente ya con intentar sobrevivir su último año en Hogwarts...